BILBAO - Le dicen al Everest (8.848 metros) así por el topógrafo y geólogo galés que se ocupó de trazar mapas en la India y que nunca pudo cerrar las distancias del Pico XV, al que después pondría su sucesor, Andrew Waugh su nombre. Recuerda Juanjo San Sebastián, himalayista experto, presente en la conferencia organizada por el Grupo Noticias sobre el Techo del Planeta -encuadrada en el ciclo del 40 aniversario de la cabecera-, que a Everest nunca le hubiera gustado pasar a la historia tan cerca del cielo. Por el camino se olvidaron de la esencia en la nomenclatura. Toda una ironía. Se olvidaron de que al macizo del Himalaya, la montaña más alta, el hito del hombre contra la naturaleza, le decían, en Nepal, Sagarmatha -La frente del cielo- y, en Tíbet, Chomolungma -Madre del universo-. La memoria acabó por poner a Everest en la historia deportiva y terminar con el Pico XV, por ser el décimoquinto de la línea, y con la idea romántica de nepalíes y tibetanos de su diosa afilada como un colmillo, tan grande, tan bestial. Y, después, llegó la bestia austríaca: Reinhold Messner.
San Sebastián, Juanito Oiarzabal y Alex Txikon se citaron ayer en el Museo de Bellas Artes de Bilbao para hablar de ello en la conferencia titulada Everest, porque está ahí. Para tocar con la yema de los dedos los seracs de la Cascada del Khumbu y evocar a Edmund Hillary y Tenzing Norgay, primeros hombres en conquistar su cumbre en 1953, así como a la leyenda de George Mallory y Andrew Irvine, que desaparecieron una vez superados la barrera física de los 8.000 en el 24. “Mallory portaba una foto de su mujer para colocarla en la cima cuando hubiera llegado. Cuando encontraron el cuerpo, no la tenía. Siempre nos quedará esa idea romántica de que pudo hacer cumbre. No lo creo”, destaca Juanjo, fino arquitecto del pasado.
“El Everest ha perdido la esencia”, sostienen tanto él como Juanito Oiarzabal -sexto hombre de la historia en subir los catorce ochomiles y en mitad del intento de repetir hazaña-. Fueron críticos con la forma y el fondo de las últimas ascensiones. Una imagen, que vale más de mil palabras, mostró una hilera de montañeros siguiendo la misma huella en la montaña de los récords. El gasteiztarra analiza que “faltan cosas nuevas, gente que se arriesgue”. Modelar el peligro forma parte del leit-motiv de los tres exponentes. Alex Txikon se encuentra en el grupo de buscadores de tesoros. Coinciden: “Importa más el cómo que el qué”. “Hubiera preferido tener más calidad que cantidad, pero tengo 26 ochomiles”, revela Oiarzabal. Juanjo valora que es “indudable” que se han perdido algunas de las bases que pusieron Irving, Mallory o Hillary en el Everest, o de la eterna brújula de Amundsen y Scott en el Polo Sur, o del misterio del HMS Erebus y el HMS Terror por abrir el Paso del Noroeste en la Antártida: “Soledad y exploración”. La perpetua conquista. El más difícil todavía. Los retos. Los hitos.
Entre los conquistadores destaca el lemoarra Txikon, que quiso dar una vuelta de tuerca a sus intenciones ochomilistas al intentar el pasado invierno el Everest sin oxígeno. “Tengo claro que, si regreso, lo haré en esa época del año. Si no es así, no me interesa”, confiesa. Las condiciones climatológicas le tiraron abajo el plan de ruta, que se basaba en un ataque con pocos efectivos. El grupo menguó poco a poco: de once a diez, de diez a nueve, de nueve a ocho y de ocho a siete. Y el viento de marzo cerró las puertas al hito. Un año antes, el vizcaino, puso su nombre en la enciclopedia al firmar el Nanga Parbat invernal con Simone Moro y Ali Sadpara. Fue la conquista de lo imposible para dejar el ochomilismo a un solo récord: el K2 en invierno.
Al Everest le robaron cierto aroma las expediciones comerciales y el taxímetro de los helicópteros, tal y como asevera Txikon, pero le quedan pruebas. El lemoarra quedó enamorado de la Cascada del Khumbu y la dureza del Collado Sur. Le queda el último salto. Está dispuesto, mientras recupera kilos para la apuesta que tiene cerrada con Mikel Larrañaga el próximo 1 de julio en la Plaza de Toros de Azpeitia en la que competirán con el hacha, la piedra y la carrera continua. Al Everest le cambiaron hasta el nombre. Se olvidaron de él tan cerca del cielo.
Los cambios del himalayismo Cuestionados en el coloquio sobre himalayismo, los tres montañeros no consiguen llegar a un acuerdo sobre el patrón genético de un fuera de serie. “Ahora nos estamos encontrando en el Campo Base de las montañas de ochomil metros a gente muy informada, pero poco formada. Supongo que para ser un montañero excelente tienes que haber nacido para ello, pero creo que es muy importante el aprendizaje”, argumenta San Sebastián. Discrepa Oiarzabal al confesar que, en su caso, la facilidad de adaptarse a condiciones de altura le allanó en muchas ocasiones el camino. “No soy particularmente fuerte, ni veloz, pero tengo la capacidad de aclimatarme rápido. Con eso se nace. Es algo de lo que siempre he hecho bandera”, manifiesta el veterano alpinista de Gasteiz. Por su parte, Alex Txikon aludió a la mezcla, a que el aprendizaje es esencial, pero también el trabajo diario. “Nos pasamos alrededor de tres meses de expedición y otros tantos dando conferencias cada poco tiempo, pero después nos queda un mes de descanso y cinco en los que nos preparamos a tope”, cuenta el lemoarra.
Otra de las cuestiones a las que aludieron fue a los cambios de los últimos años. “El compromiso”, dijo San Sebastián, romántico empedernido. Oiarzabal confesó que “los partes meteorológicos” son el gran avance de los nuevos tiempos.