CAGLIARI - El viento, con su pelo alborotado y el filo de la navaja resplandeciente al sol que se reflejaba en la mar, entró en combate con el estruendo de una traca final. A un palmo de Cagliari, con las prisas del traslado a Sicilia adosadas los imperdibles de los dorsales, se arremolinó el Giro, de repente envuelto en el torbellino de la tensión y de los nervios. El viento y sus caprichos. Soplaba airado, histriónico, cortante. El viento de costado, el peor de los presagios para los corredores, danzando a bandazos, con el miedo atravesándoles las costuras empujó a Fernando Gaviria en un sprint color de rosa. El velocista colombiano, nada más exótico en el país de los escarabajos y los corredores que nacen con crampones y piolets, dobló su sueño: etapa y general. “Me acostaré con la maglia. No voy a dormir”. Campeón del insomnio. El edredón de la felicidad cubriéndole el sueño. “Nadie podrá quitármela de encima mañana”, dijo. No le falta razón a Gaviria. El Giro frena hoy porque tiene que saltar de Cerdeña a Sicilia. Del viento al volcán.
En un Giro que había sesteado en la mecedora del aburrimiento, caducó la paz. Despertó con el sonido estridente del despertador. Tratnik (CCC), Rovny(Gazprom) y Zhupa (Wilier) sacaron la cabeza mientras el viento fue brisa. Después llegó el huracán. Contra los molinos de viento, no hay Quijotes. El viento es un gigante que empequeñece a todos sin distinción. Apremiaba agarrarse a los tipos fuertes; Quintana, protegido por Benatti; Landa, en el bolsillo de Kiriyenka, Nibali, tapado por el escudo del Bahrain. Un reino por un refugio con contraventanas. En medio del pánico, a Rohan Dennis, el viento le arrancó del Giro de cuajo. De raíz. El australiano, en las antípodas. 5:22 de pérdida. Ciao.
Al susurro del sálvese quien pueda, respondió soberbio Bob Jungels, la bandera luxemburguesa envolviéndole la valentía, la clase impregnada en cada poro de piel. “Todos los equipos sabían que habría viento de lado, y nosotros estuvimos atentos en cabeza”. Mis compañeros tenían muy buenas piernas. Han abierto gas en un momento Jungels anunció la carga de la caballería convencido del poder intimidatorio de los jinetes azules que le acompañaban. Grupo salvaje. El Quick-Step, sin bridas, al galope, trazó una diagonal perfecta, que dejó a la muchedumbre en fuera de juego, sin dique de contención ante una maniobra audaz y repleta de colmillo en un final alocado, con el caos agitando el avispero sin compasión. Alcalde de la ciudad del viento.
Al convoy de Jungels, formidable su estampa, se subió Fernando Gaviria, el esprinter colombiano. El misil de Antioquía contó con la camaradería de Richeze, su lanzador, y otros compañeros del Quick-Step, mayoría abrumadora cuando las cuentas del rosario las cortó el viento con las tijeras de Jungels para tejer de rosa a Gaviria en su llegada a Cagliari, donde explotó de alegría y Jungels, el líder del equipo, celebró 13 segundos de renta sobre el resto de favoritos. Landa, Quintana y Nibali respiraron hondo después de un día con el corazón latiendo como el doble bombo de una batería cuando la mediterránea y sonriente Cerdeña frunció el ceño de mala manera y embistió el viento sublevando las olas como en El mar del Norte. En esas olas salvajes, a Gaviria el pecho le retumbaba de ilusión en su primera participación en una grande. En los días anteriores sus piernas le negaron. En Cagliari, no.
demoledor Su aceleración descascarilló a Nizzolo, Selig, Haas y Siutso, los únicos capaces en colarse en la fiesta organizada por el Quick-Step con el zapateo de Jungels, un animal. André Greipel, el Gorila de Rostock, el líder, interpretó de fábula el movimiento de la formación belga, pero perdió un par de metros pedaleando al aire, y ya no tuvo en segundo aliento. Buscó paz en los aledaños del barrio belga. “Todos los equipos sabían que habría viento de lado. Mis compañeros tenían muy buenas piernas. Han abierto gas en un momento”. Allí habita el colombiano Gaviria. Luminaria de la pista, Fernando Gaviria destacó el caballaje de su motor con un impulso demoledor con el mecano de Keisse y Richeze en la Vía Roma de Cagliari. Junto a las vallas, detrás de la gloria, tras lanzar el puño del entusiasmo, le esperaba el abrazo de su familia. El nido del que salió a volar para ser ciclista y el cuarto colombiano de la historia en liderar el Giro. En Cagliari voló más alto que nunca Gaviria. El viento le dio alas.