Si la carrera de Andrea Bargnani en Baskonia tuviera un epitafio, podría decir algo así: “Llegó como número uno del draft de la NBA y se fue como Andrea Bargnani”. Ha sido un poco como la vida en el boxeo de Moe Szyslak. “Empecé siendo Fantástico Kid, luego Pasable Kid, luego Paquete Kid y al final solo Moe”. La del italiano es otra de esas historias enterradas por las expectativas generadas en lo que vino a considerarse “otra sacada de rabo de Querejeta”. Cuando se anunció la contratación todos los voceros hablaban de que llegaba el número uno del draft. Por un momento uno llegaba a pensar que había sido elegido antes que nadie ese verano y por alguna genialidad presidencial había declinado la NBA para venir a Vitoria. La pregunta que todo el mundo evitaba hacerse era cómo tiene que estar el número uno del draft para acabar en un equipo que no es ni de los mejores ni más ricos de Europa. Bargnani fue una de las piezas clave en torno a las que Bryan Colangelo construyó unos Toronto Raptors con un estilo dinámico y marcada influencia europea. Junto a Calderón, Garbajosa o Anthony Parker formaron un conjunto que disputó los play off tras ganar su división. Casi todos los jugadores del equipo canadiense podían cruzar rápido la cancha y asumir posiciones de tiro desde el perímetro. El conocimiento del juego de sus actores superaba el promedio de la NBA. Aquel Bargnani hubiera sido clave en el sistema de Sito. Cualquier versión cercana a él hubiera sido aprovechable para un Baskonia bien construído. Añadir a este jugador tenía una coherencia deportiva que no estaba reñida con asumir que venía un deportista venido a muchísimo menos y los riesgos que implica.
Fichar a Prigioni de vuelta de vida fue una sacada y sustituirlo por todo lo contrario, que es Laprovittola, también. La primera sacada de esta nueva era fue el fichaje de Odom, y por mucho que fuera un auténtico fiasco, sí que fue un golpe de efecto en un momento en el que Baskonia no tenía nada que perder. Aquel era un equipo disfuncional, sin rumbo y sumido en una depresión de la que solo saldría dos años más tarde. Con Odom se creó un impacto de marca impagable para un club que estaba en las tinieblas mediáticas y que tenía problemas para llevar gente al pabellón. Deportivamente fue un error más dentro de unos cursos de una planificación deportiva caótica y fagocitadora. Ni el mejor Odom hubiera dado forma a aquel bloque deslavazado. Poco tiene que ver aquel movimiento, el fondo y la forma, con el de Bargnani, por mucho que se le vendiera como un mesías y sorprende la parálisis que ha habido durante su lesión. Me parece legítimo que alguien pensara que, en un buen entorno como el que se ha generado, se podía sacar algo provechoso de su gran talento. Lo que es incomprensible es la naturalidad con la que se ha asumido que había que quedarse a un tipo que no podía sujetarse sobre sus piernas. Por muy venido a menos que estuviera, el gran error con el pívot ha sido no moverse hacia delante con la situación y dejar al equipo con Voitgmann y Diop como únicas referencias en el puesto de cinco. Los mismos que pensaron que era necesario construir una plantilla con tres cincos pensaron después que con dos era suficiente. Bargnani ha estado meses conectado a una máquina que le mantenía con vida, aunque todos sabían que no iba a despertar.
El ‘alavés b’ En el campo del Real Betis Balonpié, el Glorioso volvió a demostrar el pasado domingo que tiene una plantilla amplia y equilibrada y un entrenador que ha sabido tener enchufados a los hombres que juegan menos minutos que el resto. Esta mal llamada segunda unidad llevó al equipo sin ir más lejos hasta las semifinales de la Copa y le ha dado victorias contundentes este año en el campo del Sporting (2-4) o el Betis (1-4). Mauricio Pellegrino es, sin duda, el mejor entrenador del año en la liga española y Sergio Fernández el mejor ejecutivo de la temporada. Así de simple.