Huy - En tiempos de Meetic, Tinder y demás aplicaciones para que los corazones se encuentren en un bar, un altar, un callejón o una oficina, para que den rienda suelta a la pasión o al hastío, nunca se sabe con los asuntos del amor y sus derivados, Valverde recurrió al viejo estilo para la conquista y declararse hasta la eternidad. Flechazo certero, director al corazón de la Flecha Valona, su amante de siempre. Cinco veces rey. Cupido en Huy. Un muro separaba a Valverde de la historia, de consagrarse como el mejor de siempre en esa cuesta que tanto amó Eddy Merckx. El muro de Huy lo pedaleó el murciano con la facilidad con la que Elliot transportaba en la canastilla de la bicicleta a E.T., el extraterrestre que Spielberg consiguió que amaramos. Valverde tiene algo de extraterrestre y mucho de Elliot, del chiquillo que pedalea por el placer de hacerlo, que ríe porque la bicicleta conecta con la libertad y con la infancia. El juego por el juego, el sentido lúdico. En Valverde late la lógica inapelable de los niños que son capaces de alcanzar los sueños que los adultos solo pueden roncar. Valverde es la vida en sueño, un ciclista atemporal, incluso anacrónico, porque continúa corriendo como un niño en un mundo que se calcula entre latidos, vatios, dietas y demás lenguaje.
El murciano es feliz por tener un bicicleta y echar unas carreras. Irresistible su facilidad para simplificarlo todo en un una docena de pedaladas majestuosas, mágicas, pies alados los suyos antes de una sonrisa traviesa. En Huy, Valverde fue un arco; la bicicleta y una flecha; sus piernas. Ciclismo minimalista. Genial. Con ese equipaje le bastó a Valverde en la empalizada de Huy, una pared donde la ley de la gravedad lanza puñetazos en la cara y retuerce los armazones, convertidos los dorsales en esqueletos arrítmicos. Solo el ingrávido Valverde es capaz de fintar los mandamientos de Newton. Valverde se comió la manzana. La quinta conquista de Valverde en Huy, fue la derrota del resto: de Martin, de Teuns, de Henao,... amarilleados, acartonados, crucificados todos por la combustión de Valverde, exuberante juventud la suya a un palmo de los 37 años. “La verdad es que es una carrera a la que le tengo cogida la medida”. La sastrería de la Flecha Valona le sienta como un guante al murciano, que mostró cinco dedos, una cresta en la mano, para festejar un triunfo bello. Hasta besó la cámara. Loco enamorado.
Desencadenó Valverde su baile de la victoria en el vals de Huy, donde la Flecha Valona se detiene para ser degustada. Ciclismo congelado, robotizado, de moviola. Todo sucede a cámara lenta en Huy porque se necesitan crampones y piolets para elevarse en ese Everest asfaltado. Jungels, que venía lanzado, dispuesto a ser la bola de cañón, fue el primero en abrir huella, pero las piernas se le anudaron de mala manera. Clavado por el martillo de Huy, una cuesta de exclamación. De dolor. Amortizado el ímpetu del luxemburgués, los favoritos se mecieron, péndulos de esfuerzo meciendo el asfalto. Valverde, juguetón, miraba y silbaba. Sabía Valverde que nadie es capaz de batirle cuando se trata de lanzar un sprint así. Nadie mejor que él en ese escenario que es el patio del recreo. Supo de cada movimiento antes de que ocurriese. Vidente. Como el camarero que sabe que bebida corresponde a cada cliente con solo mirarle la cara y el día.
enorme facilidad La de Valverde era la que dibujaba la media sonrisa del ganador, del que sabe que ganara y únicamente espera a que el tiempo pase y se sirva el champán. La batería de rostros del resto era un mezcla de resignación e impotencia. Ni un coaching con su mejor truco de positivismo podría cambiarles el gesto. La realidad no se escribe con poesía. Se talla con la piqueta de la prosa descarnada del minero. El espejo de Huy es duro, inclemente, una mesa de autopsias. Su reflejo escudriñó cada recoveco. Lo intentó Guadu, imberbe, veinteañero. Claudicó. A los dorsales se les vio el alma. Valverde esperó a que el muro horneara a Teuns, Henao Dan Martin y Albasini. Figuras de cera. El murciano miró por un segundo a su memoria. Aquí y ahora. El lugar de siempre. Arrancó y se quedó sin sombras. Así de sencillo. Después armó el arco y lanzó otro victoria, la 107 de su palmarés. La quinta en la Flecha Valona. Flechazo Valverde.