gante - Corrió tanto y con tanta pasión sobre la bicicleta, más de cincuenta kilómetros siendo un Quijote, un loco maravilloso, masticando pavés, picando piedra como un cantero a través de Flandes, que Philippe Gilbert quiso estirar las piernas cuando supo que su aventura, extraordinaria, homérico su relato sobre el suelo pétreo de un Monumento con más de un siglo, le posaba sobre un mojón de la historia. Se desenfundó de la bicicleta Gilbert a un palmo del festejo y la elevo al cielo, una ofrenda para su orgullo, un obsequio para el recuerdo, un homenaje para el ciclismo. Otro hito para el belga, un valón clavando una pica en Flandes. La genialidad de Gilbert, un tipo que atesora un museo de enormes triunfos, -tres Amstel, dos Giro sde Lombardía, una Flecha Valona, una Lieja-Bastonge-Lieja, un par de Het Volk, y una Clásica de San Sebastián-, puso patas arriba el corazón del ciclismo, que retumbó con entusiasmo ante la magnitud de la conquista de Gilbert. Un seísmo.

El terremoto belga, con epicentro en Oude Kwaremont, supuso el derrumbe de sus rivales, agrietados ante el empuje de bulldozer del belga. Gilbert fue un volcán. Su lava hizo un surco sobre los adoquines que quemó al resto. Trituró los pedales Gilbert para arrancarse del grupo. Se fue solo mientras Boonen penaba su mal fario por una avería mecánica que le dejó con los brazos en jarra. Parado. Varado en la nada. Galopaba Gilbert, pura furia, obstinado, en buscar su condecoración envuelto en la bandera belga. No se le deshilachó el estandarte. Nada que ver con el maillot de campeón del mundo de Sagan. Su arcoíris lleno de polvo. Rodó por los suelos tras un enganchón cuando apuraba cerca del vallado. “No sé como me he caído, pero podríamos haber alcanzado a Gilbert”, dijo. A Sagan se le acabó la persecución. Greg Van Avermaet, que se fue al suelo con el eslovaco, pudo reponerse y ensilló para buscar el rastro del Gilbert junto a Van Baarle y Terpstra, un acompañante de plomo. Acabados los tramos de piedras, Gilbert talló un triunfo sobresaliente. Caminó sobre la alfombra roja que tejió en Flandes, que puso a sus pies. - C. Ortuzar