BOIS D’ARCY ? A la París-Niza, tan exuberante ella, con ese vínculo aristocrático de la capital y el glamour de la Costa Azul durante 75 años, ecosistema de las hamacas de veraneo de los pudientes, se le conoce como la carrera del sol. Hasta los centelleantes rayos del astro rey ondean en su imagen de marca. La postal ideal. La realidad, que no atiende a campañas de marketing ni a consignas, que va por libre, negó la mayor. La París-Niza nació envuelta en un torbellino de viento, agua, abanicos, caídas y averías varias. Una bajada a los infiernos. En él crepitó Contador, que perdió un puñado de manecillas respecto a Porte, Henao, Dan Martin o Zakarin, tipos designados para la puja de la ronda francesa, una montaña rusa en su amanecer que elevó el vagón de Arnaud Démare, primer líder, después de doblegar a Alaphilippe en un final de pura supervivencia en Bois d’Arcy. “Una etapa durísima, cien por cien París-Niza. Desde el primer momento con mucha tensión, peligro, viento. ¡Esto es París-Niza! Le llaman la Carrera del Sol? pero no sé por qué”, advirtió Contador, sensiblemente damnificado.

El vis a vis a quemarropa se produjo después de un día extremadamente duro, con el ventilador a plena potencia y el pelotón buscando cuneta, un refugio para las almas en pena en la tempestad. El viento, cortante, afilado, dispuesto a acuchillar dorsales. Cruz de navajas. Sopló el viento, recio, altivo, mandón y se decretó zafarrancho de combate. Un sálvese quién pueda. Con el pánico que produce el canto fantasmagórico del viento, ese ulular, los dorsales se desgajaron. Saltó el engranaje. Detonación y una treintena de corredores se alistaron para el asalto. Entre ellos, la baraja de los velocistas: Greipel, Kittel, Coquard, Démare y Kristoff. Una reunión de esprinters que también contaba con tipos atentos que miran a la general: Ion Izagirre o Sergio Luis Henao y un puñado de nombres con la caligrafía de la calidad impresa en sus maillots. El viento que empujó a unos, se llevó a Contador, Porte o Bardet, que no pudieron tirar del sedal a tiempo.

Abierta en canal la etapa, goteando desesperación en varios frentes, el día se convirtió en una larga y complicada digestión para Alberto Contador, deshilachado entre las violentas ráfagas de viento. Su bandera, la de doble ganador de la carrera, ondeó a media asta. “La París-Niza es el primer objetivo importante”, anunciaba el madrileño en la salida. No imaginaba Contador que su primer gran foco quedaría desenfocado. En una jornada en constante ebullición, enloquecida, sin tiempo para la pausa, la ansiedad apoderada del espinazo de la carrera, se alteró el orden de tal manera que lo imaginado quedó a merced del viento, que todo lo puede. “He perdido un tiempo precioso”, resumió cuando se apagó el desconcierto. La derrota de Bardet, carrocería de colibrí la suya, fue más dura. Eliminado de la carrera por los jueces. El francés se abrigó del viento con los coches.

A Ion Izagirre le desenganchó un pinchazo cuando su cometa volaba juguetona entre el grupo de patricios dispuestos para la meta. El de Ormaiztegi se retrasó cuando se disparó la bala de cañón. Antes del impulso de Alaphilippe, de que Demare se planchara a su espalda, cayeron apaleados por el esfuerzo Coquard, Chavanel, Kittel, Greipel... aplastados por el tonelaje de una etapa exterminadora. Alaphilippe prendió la mecha en un repecho. Démare, fuerte, corpulento, no le dio el gusto a Alaphilippe. Se emparejó a él y le despellejó la felicidad. Se la quedó él. Primer líder. Démare o el caos. ? C. Ortuzar