bruselas - Decía Sagan que no siempre se puede ganar. Una verdad rotunda en cualquier deporte, sin extrarradio para la discusión. Nadie es invencible. Ocurre que el eslovaco, que se aproxima mucho a esa definición, es capaz de desdecirse de inmediato, en cuanto le ofrecen un escenario en el que expresarse. Un virtuoso. Puro talento. Segundo el sábado, a la estela de Greg Van Avermaet, que tuvo más frenesí, en el descorche de meta, Sagan conquistó la Kuurne-Bruselas-Kuurne con la rotundidad de los genios. Sagan contra Sagan. Campeón del mundo, estrenó su segunda zamarra multicolor en una carrera que nunca supo de sus festejos. Ahora ya sabe de la pose de un Sagan barbudo y melenudo, un bohemio que tanta coreografía y catálogo dispone. El eslovaco gestionó los tiempos como un metrónomo y el trazo con la destreza del bisturí de un cirujano. Con el radar conectado, agarró por las solapas el corte bueno, el que dejó la puja para un quinteto magnífico y con buen olfato: Stuyven, ganador del pasado año y el que dio palique a la aventura, Rowe, Trentin, Benoot y el intrépido Sagan, que no pierde el paso ni cae en la melancolía. Acostumbrado a sobrevivir en solitario, Sagan recibió el palmeo de su equipo, un empuje que le refugió del cansancio que le destemplo ante Van Avermaet. La derrota la resumió con un mensaje positivo. “Un buen entrenamiento”. En la Kuurne-Bruselas-Kuurne, el entrenamiento fue todavía mejor. Sobre todo cuando arrancó con potencia y sin alharacas a 250 metros de las flores. Despegó y dejó al resto tieso, sin respuesta alguna. Solo hubo retrovisor para Sagan, que miró a un flanco, a otro, inalcanzable, de nuevo. El arcoíris en su esplendor en febrero. Sagan se afila.
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