El pasado noviembre un hombre abrió las aguas en canal, como Moisés, para guiar a otros por la tortuosa senda de la denuncia. Andy Woodward lideró sin saberlo la apertura de un camino que otros 350 han seguido, destapando una de las mayores vergüenzas que la memoria del fútbol recuerda.
Woodward, exfutbolista de Sheffield United y Crewe Alexandra, entre otros clubes, decidió en 1998 denunciar ante la Policía los presuntos abusos sexuales sufridos durante su estancia en el Crewe, pero cansado de aguardar, de la lentitud del proceso, ahora, a sus 43 años, ha decidido emprender un viaje de regreso a su oscuro pasado, a la época de bisoñez, muy fresca en sus recuerdos, percutiendo en su conciencia, precisamente por lo escabroso, para señalar a un depredador sexual, Barry Bennel, pero en esta ocasión para hacerlo a través del juicio público, con el canal de los medios de comunicación y, con el eco mediático, acelerar así el proceso judicial.
Bennel era un prestigioso ojeador y formador de jóvenes talentos que trabajó para clubes como el Crewe Alexandra en el que militó Woodward, el Manchester City o el Stoke City. Durante esta etapa de entrenador, que cubrió tres décadas desde los años 70, fue acusado y condenado en diferentes ocasiones por abusar sexualmente de jóvenes futbolistas: en 1994 le cayó una pena de cuatro años de prisión por violar a un joven durante un torneo celebrado en Florida; en 1998 le endosaron otros nueve años de cárcel por 23 abusos sexuales a seis niños en Inglaterra. “Eres un pedófilo, no hay ninguna duda”, sentenció entonces el juez Huw Daniel, ante quien el propio Bennel se calificó de “monstruo”. Ya en 2015 fue encarcelado por abusar de un niño de 12 años en 1990, durante una concentración en Macclesfield. Que Woodward se sumase a las acusaciones de pederastía contra este pedófilo en una entrevista concedida a The Guardian no era novedad por la posible reincidencia de Bennel. Pero sí lo fue la catarata que siguió a su confesión el pasado noviembre. Woodward, inconscientemente, puso alfombra roja al descubrimiento de un escándalo que parece afectar a toda Inglaterra, un avispero de depredadores sexuales.
Dicen que el paso del tiempo cura las heridas, pero las de Woodward y otros tantos seguían abiertas, escociendo. Motivado por “vivir sin ese secreto”, dio el paso adelante. La denuncia pública de sufrimiento de abusos sexuales de Woodward, punta de un iceberg, fue magnificada con el transcurso de los días por otras 350 supuestas víctimas, dando lugar a lo que se intuye como uno de los mayores escándalos sexuales que ha conocido Inglaterra. A medida que el goteo de denuncias se hizo incesante, un chorro, se abrió un servicio de ayuda telefónica que atendió 639 llamadas de potenciales víctimas de abusos. El proceso se apodó operación Hydrant (Boca de riego). Lo de Woodward dejaba de ser algo aislado; la víctima pasaba a ser el fútbol inglés.
83 sospechosos La multitud de confesiones dio lugar a diferentes investigaciones -cerca de un tercio de las fuerzas policiales locales británicas iniciaron pesquisas en sus zonas competentes- que han resuelto, hasta el momento -porque cabe esperar que siga lloviendo sobre mojado-, 83 sospechosos, la mayoría anónimos entrenadores de infantiles y juveniles, de abusar sexualmente de jóvenes en probablemente 98 clubes ingleses, entre los que se encuentran el Newcastle, el Southampton, el Leicester, el Aston Villa o el Chelsea, los cuales están siendo investigados. De hecho, el exfutbolista Gary Johnson reveló al Daily Mirror que el Chelsea compró su silencio por casi 60.000 euros a fin de que no hiciera públicos los abusos que supuestamente sufrió por parte de un empleado del club en la década de los 70.
El abogado Edward Smethurst, creador de una organización para aunar a las víctimas, sostiene que han aparecido otros exjugadores que aseguran haber firmado acuerdos de confidencialidad similares.
Según determina el Consejo Nacional de Jefes de Policía, el 98% de las presuntas víctimas son varones que contaban con entre 7 y 20 años en el momento de los hechos. Los posibles afectados formaron parte de clubes amateurs o profesionales y alguno llegó a ser referente mundial, como Matt Le Tissier, que denunció que su entrenador, Bob Higgins, le masajeaba desnudo. “A esa edad los niños hablan, se toman el pelo los unos a los otros y queda, más o menos, en un segundo plano por las bromas, pero cuando te vas haciendo mayor piensas sobre ello y ves que no es normal”, declaró para la cadena BBC el genial exdelantero, a rebufo de las declaraciones de Woodward, pionero, pero no llanero solitario.
el flautista de hamelín Los patrones son similares. Los presuntos abusadores parecían actuar a su antojo, a la sombra de vestuarios y aseos, ejerciendo uso del miedo ajeno, de la vergüenza de terceros y bajo amenazas físicas y psicológicas. El silencio de los futbolistas se lo cobraban por respuesta con la intimidación de truncar carreras deportivas. Bennel, que se jactaba ante los jóvenes de utilizar diestramente los nunchakus que a veces paseaba en el vestuario, ha sido comparado por excompañeros de trabajo con El flautista de Hamelín debido a su capacidad para ejercer influencia sobre los jóvenes. Además, Bennel gozaba de prestigio en su profesión, por lo que su palabra contaba con mayor respeto si cabe. Creaba sumisos. Como confesó en el juicio de 1998, su predilección eran los “chicos más débiles y blandos”. O sea, perseguía a los más susceptibles.
Bennel presuntamente violó a Woodward centenares de veces entre los 11 y los 15 años. Incluso, el técnico inició relaciones sexuales con la hermana de Woodward, más joven que el jugador, que por aquel entonces contaba con 16 años. “Me dijo que no volvería a jugar a fútbol en mi vida si decía una palabra. Yo estaba muerto de miedo porque en ese punto ya ejercía un poder absoluto sobre mí”, reveló el exfutbolista para The Guardian. Bennel, que visitaba la casa de los Woodward con frecuencia, llegaría a casarse con la hermana de Andy. El “monstruo” se instaló en su casa. “Sabía que si lo denunciaba sería el fin de mi carrera”, dijo Andy.
Bennel, ahora con 62 años, siguió alimentando su deprabación en la cárcel, desde donde enviaba cartas a sus pupilos de otrora reclamando ayudas en forma de dinero.
La historia de Woodward es la posible ilustración de los otros 350 casos reconocidos como potenciales víctimas que tiene registrados la Policía. Bennel es uno de los 83 posibles pederastas que han podido anidar en el fútbol inglés. Woodward, mascarón de proa de la operación Hydrant, echó en noviembre a rodar el balón para comenzar el partido de la lucha contra los abusos sexuales. Partió de la singularidad, pero su valentía ha invitado a otros a dar un paso al frente. Los nuevos casos han hecho del asunto algo plural, de una magnitud inconmensurable aún. Woodward, como tantos que se han contagiado de su iniciativa, ya han marcado un gol. Aunque con una vida arruinada y sin remedio para reescribir el pasado, podrán “vivir sin ese secreto”.
“Hablar de estas cosas en el mundo del fútbol es mucho más difícil. Es ahora, con 43 años, cuando me siento por fin libre de contar mi historia y librarme de esta enorme y horrible carga”, confesó Andy. Secreto que, al ser revelado públicamente, ha llevado a Bennel a tratar de quitarse la vida, la que en 2012 se quitó el internacional galés y por aquel entonces seleccionador nacional Gary Speed, reconocido por el “monstruo” como víctima de sus abusos sexuales.