Prigioni, en muchas cosas, evoca a un Baskonia de otro tiempo. A un club que podía mantener más tiempo a sus estrellas y ser un bloque reconocible durante varias temporadas. También es uno de los nexos con el Baskonia de los argentinos, un maridaje baloncestístico y emocional que contribuyó de manera decisiva a forjar el carácter irreductible y canchero que es seña de identidad del club. El caudillaje de los Prigioni, Scola y sobre todo Nocioni, banderas junto a Manu Ginobili de la Generación de Oro, construyó el imaginario que todavía hoy se tiene de Baskonia. En la albiceleste formaron uno de los equipos más trascendentes y coloridos de la historia del baloncesto y, de igual manera que ellos proyectaron al Baskonia, también hay que situar Zurbano como uno de los epicentros del milagro argentino. En cierta manera, Prigioni es el recordatorio de unos tiempos que se fueron, quién sabe si para siempre. Ni Baskonia ha vuelto a estar instalado de manera perenne en la super élite, ni la diáspora argentina ha vuelto a enraizar en Vitoria por más que se intentara con proyectos de jugador como Nocedal. Más traumática parece la transición en el país Sudamericano, huérfano de una generación que siquiera se acerque a dar continuidad a su predecesora. Por todo esto, la tercera etapa de Prigioni está viciada por una nebulosa de nostalgia que viene acompañada de un conflicto: el mito está muchos cuerpos por delante del jugador de baloncesto en 2017. Por mucho que la inteligencia y el corazón sigan intactos y que su liderazgo esté fuera de catálogo, la llegada de Prigioni no nos quitará diez años de encima, ni nos devolverá la vida distendida de mediados de los 2000, aquella pareja con la que vimos la Final Four de Moscú o las promesas de pleno empleo para el año 2010. Todas esas cosas, también se fueron para no volver. Canta Sabina en la imprescindible Peces de Ciudad “que al lugar donde has sido feliz, no debieras tratar de volver”.
Prigioni volverá por tercera vez en el ocaso de su carrera y el baskonismo está de celebración. Nunca he sido un gran fanático de este romanticismo, ni en el deporte ni en la vida. Este querer volver a vivir lo vivido en situaciones diferentes, con personas diferentes o con personas que, sin ser diferentes, simplemente cambiaron mucho con los años. Hay un tiempo para todo en la vida y siento que el de Prigioni y Baskonia simplemente pasó. Aunque pueda ser razonablemente productivo como base reserva. Aunque meta diez puntos en cinco minutos y me pongan las menciones del Twitter como un bebedero de patos. ¿Qué tenía que demostrar Michael Schumacher cuando volvió a la Fórmula 1? ¿Por qué regresó Lance Armstrong? Si algo nos enseñó Iker Casillas es que hay momentos en los que puedes resistir en la comparación con los mejores porteros de todos los tiempos pero no en la batalla con Diego López, Keylor Navas o De Gea. Con Prigioni puede pasar un poco lo mismo. La historia le reconocerá como uno de los mejores de siempre en Baskonia pero habrá que ver cómo está para defender a Llull o Teodosic.
Reconocida y verbalizada mi aversión a la nostalgia ya podemos hablar un poco de baloncesto y de lo que puede aportar más allá de los intangibles o de que esto sea la antesala a convertirse en hombre de club. Es bastante evidente que Baskonia necesitaba otro base y seguro que Prigioni es de los muchos, en paro o no, que iba a mejorar una plantilla que cojea en ese departamento. Que ya se sabe que Larkin va a seguir jugando más de media hora por partido y seguro que Prigioni es de los muchos, en paro o no, que va a poder dar diez minutos de cierta calidad. A nivel emocional el movimiento ya ha sido un resorte en las entrañas del baskonismo de los que acostumbra a ejecutar el efectista Querejeta. Baja a la pista uno de los póster del club. Uno que podría ser el padre de Luka Doncic o Tadas Sedekerkis. Vuelve parte del escudo. Pero la nostalgia no gana partidos y el tiempo pasado nunca vuelve.