DOHA - Nada se le resiste a Peter Sagan, rey del mundo, emperador del ciclismo, gobernante del arcoíris. Su estrella, incandescente, fue un cometa en el desierto. En medio de la arena construyó Sagan su reino, un castillo formidable del que cuelga otro maillot arcoíris. El tendal del eslovaco es un museo del mejor ciclismo. Solista incomparable, Sagan sonó como una orquesta en una final que se subió a la ruleta de los velocistas. El campeón del mundo, que solo se mudó durante unas horas, para arroparse de nuevo con el arcoíris, evidenció que no existe un listón suficientemente alto para la pértiga de su clase. Se coló por una rendija, por el flanco que dejó Nizzolo al lado de la valla. El malabarismo de Sagan, esa destreza innata, un tipo a una bici pegado, le sirvió para el remonte. Las piernas, dos catapultas, le elevaron en un sprint donde el viento lanzaba puñetazos en la cara. Aguardó lo justo Sagan y una vez descerrajó la puerta de Nizzolo con la habilidad de su ganzúa, ganó el centro de la calle, donde Cavendish y Boonen pleiteaban por el oro. Irrumpió Sagan, un prestidigitador, y les arrancó el botín como solo él es capaz de hacerlo. Sagan se coronó. Rey de reyes. Otra vez de oro. Nadie tan brillante. Sagan es de otro mundo. Arcoíris
A la ceremonia de coronación llegó Sagan a través de un océano de fuego, de un escenario de Lawrence de Arabia y supervivencia, de corredores con jorobas de agua y chalecos de hielo. En el desierto, árido, un horno desolador, se puso en marcha un mecanismo infernal, el viento que convoca a los abanicos y hace tiritar a los ciclistas, jinetes apocalípticos en Doha, un corolario de almas en pena. Giró la carrera y el viento, poderoso, un energético secador, sacó su guadaña, siempre afiliada. Restaban más de 170 kilómetros de calvario, de caminar sobre brasas, de abrirse paso entre cenizas y ardió el Mundial. Sonó el silbato, el sonido de la guerra. Los belgas abandonaron la trinchera en cuanto roló el viento. Emboscada a campo abierto. Disparados, a 70 kilómetros por hora, y el filo del viento de costado, la selección belga despedazó el pelotón, repleto de lápidas. El panteón se llenó de alemanes, sus velocistas atrapados por el cepo belga. Francia también padeció su Waterloo. A la selección española no le fue mejor en el torbellino. Arrastrados por las ráfagas. Solo Imanol Erviti pudo sujetarse en el segundo grupo. Junto a los belgas, los italianos, siempre atentos colocaron a varios, dorsales, al igual que los ingleses, noruegos y australianos. Al Babel se sumó Peter Sagan, el último en agarrar el eslabón que conducía a la calle de las medallas.
Una veintena de ciclistas bailaban el akelarre alrededor del fuego de Doha y su paisaje lunar. Tachados el resto, algunos como Degenkolb, histérico en el diván. Fuera de foco, en objetos perdidos, el alemán trató de avanzar, de escalar a la planta noble, pero Jens Debusschere, guardián de las esencias belgas, mayoría en el proa, le frenó en seco. Actuaba de ancla Debusschere. Degenkolb, desnortado, desquiciado, le lanzó el agua de su botellín en el rostro. Un chorro de impotencia de Alemania, retratada cuando la carrera elevó los decibelios. “Ha sido una mierda”, resumió Tony Martin, la locomotora que ayer fue tren chu-chu.
fuera de juego Con los alemanes, -Greipel, Kittel y Degenkolb- los franceses -Bouhanni y Démare- y los españoles en la vía muerta, la diplomacia mandó en el mascarón de proa, con mayoría belga y la presencia de numerosos patanegras dispuestos al politiqueo. Italianos y Belgas compartieron idioma. Sagan, al que le refrescó el gaznate su hermano antes de la detonación, se apoyó después en la muleta de Kolar, su amigo de la infancia. Sagan corre en familia. Con eso le basta. No precisa de estructura el eslovaco, un verso suelto. A su ciclismo, tan expansivo, lúdico y espectacular le alcanza con la intimidad. Sagan corre contra su espejo, que refleja a un ciclista sin parangón. Se cobijó el eslovaco a la espera de descargar su torrente de talento. Dejó hacer el eslovaco. Sereno, dominador vio como pasaban la escoba las selecciones con más dorsales. El suyo, el uno, se mecía con calma.
Encajonados en La Perla, Tepstra y Van Avermaet agitaron el avispero. El aleteo duró poco. Italia quería percutir con Nizzolo y zanjó el asunto. Bélgica dispuso las fichas de su dominó para la partida de Boonen. Con tantos peones, se la jugaron a la lotería. Los holandeses, condenados en la velocidad, alistaron a Leezer en un intento agonístico. Desembocaba el Mundial y Leezer, boqueante, no resistió el empujón definitivo de la jauría, encolumnada para la cámara rápida del sprint. Sagan, ciclista infinito, de mil registros, prefirió la paciencia en medio del lago de ácido láctico. De natural impulsivo e intrépido, espíritu pirata el suyo, fabuloso front man, Peter Sagan no se precipitó. “Sabía que el viento pegaba de cara”. Meteorólogo. Visionario. Sagan rastreó a Nizzolo porque un italiano, ya se sabe, nunca se pierde. Nizzolo olvidó su flanco derecho. Allí se filtraba un resquicio de luz, un filamento que iluminó al rey sol. Sagan, capaz de correr a oscuras, siguió la lumbre de la cerilla para engarzar su segundo mundial consecutivo y enterrar la maldición del arcoíris. Entró como un cañón de luz que cegó a Cavendish y Boonen, maldiciendo su derrota. El éxtasis del oro era para el eslovaco fantástico, el ciclista de los mil colores. Sagan vale un mundo.
Clasificación
1. Peter Sagan (Eslovaquia)5h.40:43
2. Mark Cavendish (Gran Bretaña)m.t.
3. Tom Boonen (Bélgica)m.t.
4. Michael Matthews (Australia) m.t.
5. Giacomo Nizzolo (Italia)m.t.
6. Edvald Boasson Hagen (Noruega) m.t.
7. Alexander Kristoff (Noruega) m.t.
8. William Bonnet (Francia)m.t.
9. Niki Terpstra (Holanda) m.t.
10. Greg Van Avermaet (Bélgica)m.t