río de janeiro - Está claro que Michael Phelps no ha llegado a Río de Janeiro para hacer amigos, ni para convertir estos Juegos en una mera gira promocional de su inmensa figura deportiva. El Tiburón de Baltimore está en la piscina del Centro Acuático carioca para competir, para seguir ganando medallas y para dejar un legado olímpico que será imposible de igualar por cualquier otro deportista, así pasen siglos. Desde luego, si alguien le puede superar aún no ha nacido.

Phelps se convirtió ayer en el primer nadador que suma la medalla de oro en la misma prueba en cuatro Juegos Olímpicos consecutivos, doce años de dominio interrumpido. Se impuso en Atenas, en Pekín, en Londres y ayer en Río, con 31 años ya cumplidos, en los 200 estilos, una prueba muy complicada de manejar que dominó con una autoridad extraordinaria, dos segundos de ventaja a nadadores bastante más jóvenes que él. Solo otros dos atletas estadounidenses consiguieron algo similar: el discóbolo Al Oerter entre Melbourne 1956 y México 1968 y Carl Lewis, que lo logró en salto de longitud entre Los Angeles 1984 y Atlanta 1996.

Total, que la cuenta de medallas olímpicas del legendario nadador de Baltimore ya está en 26: 22 de oro, 2 de plata y 2 de bronce. En Río lleva cuatro, solo nueve países le superan en el medallero. De esas 22 preseas, quince son individuales con lo que ya ha dejado por detrás también a Larisa Latynina en ese registro histórico. Y puede seguir subiendo porque apenas media hora después se clasificó para la final de 100 mariposa que iba a nadar en la pasada madrugada de Euskadi. Y, además, le queda la baza del relevo 4x100 estilos, que en principio no estaba en su programa. Pero cualquiera renuncia a que salte de nuevo al agua el mejor nadador de esta cita, el que más oros ha sumado.

Michael Phelps ya ha dicho que tras Río lo deja definitivamente, que se casará con su novia Nicole y ambos cogerán a su hijo Boomer y se irán por ahí, lejos de la natación y de la exposición mediática. Pero da la impresión de que si se toma una larga pausa, como hizo tras los Juegos de Londres, y vuelve para Tokio 2020, podría añadir alguna medalla más a su colección.

Phelps tocó la pared en 1.54.66s, que es la octava mejor marca de la historia en los 200 estilos y su segundo mejor tiempo desde 2008. El tramo de braza sirvió para que Phelps abriera distancias a su espalda donde el estadounidense Ryan Lochte, probablemente el único amigo que tiene en la natación y al que siempre gana, y el brasileño Tiago Pereira se hundieron tras doblar a la par en la mitad de la carrera. El japonés Kosuke Hagino, campeón de los 400 estilos, reaccionó tarde y solo vio pies por delante, así que Michael Phelps se encontró con una victoria incluso más sencilla de lo que podía esperar. “Nadó muy controlado. No me parece que su coste energético haya sido muy alto. Creo que no apretó a tope”, analizó su entrenador Bob Bowman. Lochte ni siquiera pudo atrapar el bronce por lo que con 32 años cerró fuera del podio su declive en las últimas competiciones.

como un chaval El caso es que Phelps volvió a ganar y le queda un dedo para completar una manita de medallas en Río. “En estos meses he sido más feliz que nunca nadando. Me siento como cuando tenía 18 años. Quería volver a ser lo que fui y volver a competir en este nivel de modo consistente. Pero no ha sido fácil”, confesó tras su cuarto oro brasileño. Y es que, ahora que ha llegado al ocaso de su carrera, Phelps dijo estar disfrutando de este deporte “como cuando tenía 18 años”. “Mi cuerpo no se siente como el de un chico de 18 años, pero disfruto de entrenar”, afirmó un deportista al que, precisamente, se cuestionó su ética de trabajo, algo de lo que él es consciente.

Le preguntaron en la sala de prensa por sus motivaciones actuales. “Me quedan dos pruebas más”, contestó, pero después reconoció, en un balance anticipado de su participación en sus quintos Juegos Olímpicos, que ha logrado aquello que buscaba cuando decidió regresar a la natación: “He conseguido todo lo que me propuse conseguir. Todo lo que imaginé. Todos los sueños que tuve cuando era niño. Solo quería conseguir algo que nadie hubiera conseguido ni pueda conseguir”.

Su entrenador cree que “es el momento de que Michael deje de nadar porque puede hacerlo con la cabeza bien alta”. En cierto modo, Phelps dio la razón al hombre que le ha forjado. “Puede que salir de la piscina me tome ahora más energía y sea más duro, pero es tan dulce sentir que estás en lo alto del podio escuchando el himno nacional. Cuando me retire echaré de menos todo esto”. Por eso llegó a Río Michael Phelps, porque su fuego competitivo aún no se había apagado y porque necesitaba purgar sus pecados.