RÍO - La historia se repite. Es un lugar común. Una batalla perdida. Eso le repetirán a Jonathan Castroviejo cuando eche un vistazo hacia atrás y le recuerden algunos episodios de su vida. Cuando mire al retrovisor de lo que hoy, mañana y pasado no dejará de ser un pasado cercano en su carrera y, más tarde, un momento más de una vida sobre una bicicleta. Se acordará y dirá, como hizo ayer en la meta de Río de Janeiro, que le da “rabia” perder por cuatro segundos el bronce, pero que “tras un mal año, no pensaba ni en correr en Brasil”. Evocará esos momentos, ese asfalto mojado, las subidas ventosas a Grumari y Grota Funda, en la que Vasil Kiryienka quedó clavado como una chincheta, un final de contrarreloj estelar y alrededor de veinte minutos de indefinición en la silla para los campeones en meta.

Pero, en el colectivo, quedarán esos cuatro segundos, a los que les dirán reiterativos, por aquello de la cuarta plaza en Richmond en el Mundial, donde se le esfumó el tercer cajón del podio al vizcaíno por los pelos, por dos segundos de nada. Sin embargo, la nada, esos instantes de basura para un mortal cualquiera, son un abismo ante un tipo como Chris Froome. Un gigante. Un tipo con unas piernas ligeras, rendidas al poder de los dioses. Piernas que crecen hasta el Olimpo, del que pocos le bajan. Al británico, nacido keniano, el alma de maratoniano le crece en el Tour de Francia, con el parapeto perfecto del Sky, una escuadra que ejercita la tortuga romana alrededor de su jefe de filas. Al que todos miran irremisiblemente. La jugada estaba prevista como la de Bradley Wiggins en Londres. Igualita. La premisa era del amarillo al oro. Del Sky, al cielo. Al Sir, paradigmático ejemplo de tipo de Las Islas, con patillas de rockero incluidas en el pack, se le diferencia Froome porque el keniano no se tiró del barco, pero no toca el oro. Ni en Londres, donde sí lo hizo Wiggins, ni ayer en Río de Janeiro. Dos bronces para el huracán de Nairobi.

Y, justo detrás, a cuatro segundos, a un suspiro o un abismo, depende de ojo que mire, un tipo perfecto en aerodinámica, de Getxo, buscando su hueco: Jonathan Castroviejo. El vizcaíno tuvo al alcance de las yemas de los dedos ser un tipo de metal y obtener las loas de un presente y un futuro prometedor. Hasta que rompió los puntos intermedios Fabian Cancellara, el de Eskuinaldea era el más impecable del pelotón, cercenado por los problemas con la lluvia. Castroviejo se unió en tiempos Rohan Dennis, especialista que lo bordó todo pero tuvo que lidiar con el infortunio.

Después de toparse con las cuestas de hasta el 18% con clase y dosificación, parando los relojes con tiempos sobre sus perseguidores, al australiano, fino, pedaleando con seriedad, concentración, se le rompió el acople del manillar. Tuvo que parar. Y lo pagó. Dennis llevaba tiempos de metal. Una pena para el especialista de Las Antípodas.

Como salió más tarde Castroviejo fue regulando y rompiendo o clavando tiempos del oceánico, buena marca, porque era el mejor de todos los que habían saltado hasta ese momento. Vidas paralelas sobre la bicicleta. Hasta la ruptura. Le vino bien al getxotarra, que paró el crono en una hora, trece minutos y 21 segundos y se puso primero a falta de que entraran cinco de los ciclistas destacados.

Lo que no sabían Castroviejo, Tom Dumoulin, Froome, Vasil Kiryienka o Tony Martin era que Cancellara, tapado en la carretera brasileña, iba a proceder al asalto del oro. Mientras, lo del bielorruso fue un desplome y lo del alemán, acostumbrado a la lucha contra el reloj, fue un quiero y no puedo. La jugada de Cancellara fue maestra: en la primera vuelta dosificó y en la segunda, reventó la máquina. Alegre de piernas, contento, greñas al viento, el hipervitaminado veterano suizo, capo del pelotón, dejó el segundo plato al holandés, recuperado de la muñeca izquierda, a 47 segundos. Se bajó de la bici el helvético en una hora, doce minutos y quince segundos. Otra liga. Un fin de ciclo de película americana. Genio y figura.

El resto, lo de Froome y Castroviejo, fue por un chasquido. Por dos tics y dos tacs en un reloj de pulsera. Cuatro segundos. Mil sueños. Un mundo. Una historia que se repite. Fin.

diploma de ion izagirre Además del diploma olímpico del getxotarra, Ion Izagirre acabó octavo y se llevará otro a Ormaiztegi. En meta, el guipuzcoano confesó que “ha sido un recorrido muy duro, sobre todo por el viento que pegaba” y reveló sentirse “contento” porque lo había “dado todo”. Asimismo, reveló que “Castro se merecía la medalla”.