Cuando el pasado sábado Yusra Mardini (5-III-1998, Damasco) se lanzó de cabeza a la piscina olímpica de Río de Janeiro en las eliminatorias de los 100 mariposa, su historia vital alcanzó una meta que la fatalidad parecía empeñada en arrebatarle. La joven nadadora siria, que la víspera ya había tenido el honor de ejercer de abanderada del equipo de refugiados que compite en estos Juegos Olímpicos, ganó con holgura su serie. Poco importaba que su marca, 1:09,21, le dejara muy lejos de las semifinales, en el puesto 41, porque Mardini cuenta ya con la medalla más importante que alguien puede colgarse al cuello, la de la supervivencia.
La relación de Mardini, que hoy volverá a la piscina para nadar las eliminatorias de los 100 libres, con la natación viene de lejos. Comenzó a practicar este deporte a los 3 años por influencia de su padre, entrenador, y en 2012, con 18, ya tuvo la oportunidad de representar a Siria en el Mundial de piscina corta de Turquía en las pruebas de 200 estilos y 200 y 400 libres. Pero la vida de la nadadora en Damasco nunca fue fácil por la situación de Guerra Civil por la que atraviesa Siria desde hace años. El año pasado, en uno de estos enfrentamientos armados, el hogar familiar de los Mardini quedó destruido y en agosto ella y su hermana Sarah decidieron que había llegado la hora de buscarse la vida en otro país.
En primera instancia consiguieron alcanzar Líbano y posteriormente pasaron a Turquía. Allí compraron un pasaje en una escuálida embarcación que debía permitirles alcanzar la costa griega. Viajaban veinte personas en un bote pensado para no más de siete y fue entonces cuando Yusra tuvo que enfrentarse a la situación más límite de su vida, pues el motor se paró y el bote empezó a hundirse poco a poco en un punto indeterminado del mar Egeo. Mardini, su hermana y un hombre se lanzaron al agua y comenzaron a nadar por su vida y por la de las otras 17 personas. “Con una mano sujetaba la cuerda que estaba atada al bote y nadaba con la otra y con los pies. Fueron tres horas y media de gran esfuerzo en aguas heladas”, relató la siria antes del comienzo de los Juegos Olímpicos, una singladura al borde del abismo que, finalmente, les permitió alcanzar con éxito la costa de Lesbos. “Fue muy duro pensar que, a pesar de ser nadadora, podía acabar muriendo en el agua”, explicó en su conferencia de prensa al llegar a Río de Janeiro.
Tras superar esa situación extrema, el viaje de las Mardini continuó. Grecia, Macedonia, Serbia, Austria... hasta llegar a Alemania y acabar en un centro de refugiados cerca de Berlín en septiembre del año pasado. Tras instalarse allí, Yusra preguntó si en las cercanías había alguna piscina en la que pudiera retomar sus entrenamientos y el club Wasserfreunde Spandau 04, uno de los más antiguos y prestigiosos de la capital alemana, acudió a sus rescates al incluirla en su grupo de entrenamientos. Su idea era trabajar con la mirada puesta en Tokio’20, pero la creación del equipo de refugiados adelantó cuatro años sus planes. “No hablamos el mismo idioma y procedemos de distintos países, pero la bandera olímpica nos une y ahora representamos a sesenta millones de personas de todo el mundo. Mucha gente ha depositado su esperanza en nosotros y no queremos defraudarles”, afirmó tras nadar los 100 mariposa.