Niños mimados, con salarios inflados, metidos en una burbuja de oro y con un nivel intelectual de Play Station”. Cuatro años después de que se les definiese así, tras el fracaso en la fase de clasificación de la Eurocopa 2012, la selección belga ha desatado la euforia, aupada por un juego ofensivo con el que aspira, incluso, a ganar su primer título. El equipo de Marc Wilmots, que el domingo logró la goleada del torneo (0-4 frente a Hungría) y se ha clasificado a los cuartos de final de Francia 2016, se ha despojado de la denominación de generación Vuitton. Vuelven a ser los diablos rojos.

Parece que fue en 1906 cuando el entrenador del Leopold FC Pierre Walckier comenzó a usar el apodo de diablos rojos para Bélgica. En su ADN iba, se suponía, un espíritu combativo, pero durante muchas generaciones el fútbol belga no transmitió nada. Reflejo de un complicado país, en el que hay que hacer equilibrios entre francófonos y flamencos, cada seleccionador debía guardar la norma no escrita de seleccionar a partes iguales a jugadores de ambas comunidades. Bélgica vivía del recuerdo de la medalla de oro olímpica de Amberes 1920, lograda porque Checoslovaquia se retiró en el descanso de la final en protesta por el arbitraje, y de las semifinales del Mundial de 1986, tras eliminar en la tanda de penaltis de cuartos a España. Y su fútbol se hundía en el aburrimiento y la mediocridad.

El cambio, sin embargo, se empieza a gestar a comienzos de siglo, con la entrada de Michel Sablon, un mediocre exjugador, sin una carrera relevante como entrenador, que asume el cargo de director técnico de la federación. Sablon comienza por la base, recorre el país en busca de jóvenes talentos y observa con horror cómo hay entrenadores de niños que aún juegan incluso con líbero. Dispuesto a cambiar las estructuras, encarga un estudio universitario que le aporte un esquema científico.

estudio universitario Tras analizar 1.500 horas de fútbol, un grupo de seis estudiantes dirigidos por el profesor Werner Helsen, de la Universidad de Lovaina, concluye que el mejor sistema es el 4-3-3, porque el 4-4-2 crea “trabajadores” y el 3-5-2 “corredores”. El fútbol belga comienza a imponer en todos sus estratos un esquema más ofensivo. Se pide que a los niños no se les metan entrenamientos de once contra once, en los que hay chicos que tocan el balón dos veces, sino tres contra tres o cinco contra cinco. Que pierdan el miedo a encarar al rival. El resultado es una generación más atrevida que contará, además, con la ayuda de dos factores para despojarse de todos los complejos.

El primero es la fuerte emigración, sobre todo africana, que sufre el país. A la actual selección se le empieza a comparar con el equipo multicultural francés que conquistó el Mundial de 1998. Hay jugadores de origen marroquí (Marouane Fellaini), congoleño (Romelu Lukaku), maliense (Christian Benteke) o indonesio (Radja Nainggolan). Ya no es necesario estar pendiente del equilibrio entre francófonos y flamencos. Bélgica es una mezcla del talento de la escuela del Genk, muy cercana al Ajax, con la fuerza de la escuela francesa y su emigración africana. El otro factor, ha sido la emigración de los propios jugadores, estrellas en torneos como la Premier (Hazard, De Bruyne o Courtois), la Liga BBVA (Carrasco) o el calcio (Nainggolan, Mertens). Bélgica se ha vuelto competitiva.

Pese a las fuertes críticas que recibe el entrenador Marc Wilmots, un exgoleador de la generación del 90, campeón de la UEFA con el Schalke, y a lo anárquico que en ocasiones resulta su juego, los diablos rojos vuelven a ilusionar.