- El 8 de julio de 2010 varios aficionados enfurecidos se reúnen en los alrededores del Quicken Loans Arena, en Cleveland, Ohio. Con lágrimas de rabia, comienzan a quemar camisetas con el nombre de un tal James, número 23, a la espalda. Su Elegido, el que les había prometido el ansiado anillo, les había traicionado. Había dejado el equipo de su ciudad natal, los Cavaliers, por la atractiva franquicia de los Miami Heat. Casi seis años después, los mismos aficionados celebran el triunfo de su equipo por 4 a 3 en las finales de la NBA. No se acuerdan, o no quieren recordar ese momento. Seis años después el que llora es otro, pero de felicidad.

LeBron James lo ha conseguido. Ha ganado la NBA para sus Cleveland Cavaliers. Y de una manera que difícilmente se volverá a ver en el futuro. Palabras como hazaña, gesta o heroicidad se quedan cortas. Porque si aún había dudas de que James estuviera destinado a ser una leyenda de este deporte, uno de los mejores, estas se disiparon de un plumazo, a golpe de números. James se convirtió en el tercer jugador de la historia en firmar un triple-doble (27 puntos, 11 rebotes, 11 asistencias) en un séptimo partido de la final, con los todopoderosos Warriors enfrente. Esto solo fue el broche a una dominación absoluta por parte del Rey: lideró la serie en puntos, rebotes, asistencias, robos y tapones. Una versatilidad sin precedentes. Uno de los mejores jugadores de la historia.

Los Golden State Warriors llegaron con un récord histórico de 73 victorias y 9 derrotas a los play off. No contentos con eso, se convirtieron en el tercer equipo que logró remontar un 3-1 , ante los Oklahoma City Thunder en la final de la Conferencia Oeste. Lo que no podían imaginarse era que ese mismo año habría otro equipo que no solo repetiría ese logro, sino que lo mejoraría. Porque nadie había remontado hasta ahora un 3-1 en la historia de las finales de la NBA. Los de Ohio llegaron a Oakland, hogar de los Warriors, tras ganar dos partidos seguidos y poner a los vigentes campeones contra las cuerdas. Los dos equipos se plantaban en un séptimo partido catalogado por la gran mayoría de la prensa como uno de los más importantes de la historia. Y acertaron. La igualdad reinó en el marcador durante los 48 minutos, y al final el triunfo se decidió, como no podía ser de otra manera, por detalles. Los detalles que distinguen la grandeza de la excelencia. Detalles como el descomunal tapón de James a Iguodala, el triple de Irving sobre Curry o la defensa de Love sobre el 30 en la siguiente jugada.

Ni el mejor de los escritos haría justicia a esos dos últimos minutos que ya forman parte de los mejores momentos de la liga estadounidense. Porque no solo es la manera, es el contexto. Un guión digno de cualquier superproducción hollywoodiense. Cleveland, una ciudad venida a menos, también en lo deportivo. 52 años han pasado desde la última vez que celebraron un título en la localidad de Ohio. También es el primer anillo en la historia de los Cavs, para colmo conseguido por un nativo de Akron. Alguien que, cansado de perder en su tierra natal, emigró para aprender los secretos de la victoria y una vez obtenida la gloria, volvió para salvar a su pueblo. Esa es la figura de LeBron James, tan odiada y querida durante la última década que sin embargo se ha quedado sin argumentos en su contra en una sola noche. Porque LeBron no es solo una leyenda en Cleveland. Lo es en el baloncesto mundial.