La vida de Artur Boruc (Siedlce, Polonia, 1980) es una noria, no deja de dar vueltas. Un poco como él. Porque el fútbol es una gran lente que lo agiganta todo. En la vida hay tipos simpáticos y divertidos, en la vida hay tipos graciosos, en la vida hay gente a la que le gusta disfrutar y saborear cada segundo. En las porterías, también. Quizás porque la vida del guardameta es una cara o cruz constante, una carrera en el diván y con el gaznate a la vista de la Espada de Damocles. En definitiva, una noria. A Boruc le gusta todo eso. Contrasta con la creencia de que los porteros deberían ser tipos hirsutos, descarnados, más ermitaños que galantes, por aquellos de paladear en soledad un juego colectivo.

Porque el fútbol es injusto para los ellos, los grandes olvidados, que saben que cuando salen al terreno de juego o son héroes o son demonios. Artur quiso ser santo y acabó multado por la Cancillería de la Corona, se separó de la madre de su hijo por relacionarse con una chica del Pop Idol de su país, salvó a una embarazada y dos persona más de unos macarras con dóbermans, fue nombrado por La Gazzetta dello Sport como uno de los mejores porteros del mundo y marcó penaltis. Ahora, espera una oportunidad en su última cita continental a la sombra de Szczesny y Fabianski. Las vueltas que da la vida.

Artur Boruc no empezó con mal pie. En 1998 tomó las riendas de su vida profesional en su casa, en el Pogon Siedlce, para después recalar en el equipo de sus sueños, el Legia de Varsovia. En marzo de 2002 jugó su primer partido con el conjunto capitalino y, más tarde, pasó a ser la referencia entre los tres palos. Su primer gol, siendo portero, llegó en 2004 de penalti. Ya se le vio fogoso en la celebración.

El salto cualitativo llegó en 2005, cuando el Celtic de Glasgow se fijó en él para cerrar el candado de su puerta. Primero llegó como cedido y después el bloque escocés le contrató. Primero, hasta 2009, por tres cursos y medio, y después, hasta 2011.

En la etapa en Escocia es en la que vivió sus mejores tiempos. Y también los peores. Boruc, portero de 1,93 metros de altura, con condiciones para estar entre los mejores de Europa, fue el héroe de los de Glasgow al parar un penalti en el 89 a Saha en Celtic Park y meter a su equipo en los octavos de final de la Liga de Campeones. Ya había sido el titular de Polonia en el Mundial de 2006, en detrimento de una institución como Dudek.

Pero, si las bonanzas deportivas llegaron en ese punto, las extradeportivas comenzaron a acosarle unos meses antes por su carácter desmedido. Sobre todo en las celebraciones. Le bastó a Boruc con santiguarse -es católico practicante- en una ciudad dividida por las creencias religiosas ente los aficionados del Rangers, protestantes, y los del Celtic, católicos. Al parecer, el polaco se santiguó mirando a la grada rival y les hizo una V con la mano, un gesto tradicionalmente católico, que encendió a los hinchas del bloque contrario, siendo considerada una “actitud alarmante”.

Se lió. La Iglesia Católica condenó la acción y Boruc fue multado. Maldita la broma. Pero la Cancillería de la Corona no le puso demasiada pena y quedó patente que un signo religioso no debía de ser una agresión a otros.

Y el Rangers le puso la cruz. Porque Artur no se corta un pelo. Le gusta disfrutar de la vida. Es heterodoxo. Excesivo. Después de todo el revuelo, a final de año volvió a santiguarse. En mayo de 2007, corrió por todo Ibrox Park, campo del Rangers, con la bandera del Celtic para celebrar el título de liga. En octubre de ese curso, no dio la mano a varios futbolistas del eterno rival porque le “habían insultado”. ¡Qué cosas! El polaco se redimió salvando a dos mujeres, una de ellas embarazada, y un hombre del ataque de unos malhechores en Glasgow con perros de presa y fue considerado uno de los mejores metas de aquel año.

La gracia con los aficionados se repitió contra el Hibernians, a los que vaciló en marzo de 2008. Y, como a Boruc le gusta divertirse y es muy católico, en abril lo clavó: al término del duelo con el Rangers se quitó una camiseta con la cara de Juan Pablo II y el lema “Dios bendiga al Papa”. En esa ocasión, el polaco no fue a la grada rival. Todo un detalle. Estaba harto de los insultos.

Ese mismo verano, fue padre de un niño en Varsovia, pero el Aleks, el bebé, trajo un divorcio bajo el brazo porque Artur se amigó con Sara Mannei, del Pop Idol de Polonia. Además, junto a Dariusz Dudka y Rados?aw Majewski, fue acusado de daños materiales en un hotel en una concentración de su selección. Le quedó tiempo a Boruc de ser considerado como uno de los mejores 55 jugadores del mundo y marcar otro penalti en Escocia con el Celtic.

Más tarde, emigró a la Fiorentina, donde estuvo dos campañas, para regresar al Reino Unido, al Southampton, con dos años titular y uno de cesión en Bournemouth. En el sur de Inglaterra ganó la Championship y ha sido esta temporada el seguro del equipo en la Premier. La vida de Boruc es una noria. Si no existiera, habría que inventarlo.