PHOENIX - Muchas veces, la historia de los más grandes presenta como punto de partida la más grande de las casualidades. Le ocurrió a Michael Jordan, enamorado del béisbol en su niñez y al que el hecho de que un entrenador le privara de un puesto en el equipo de baloncesto en su segundo año de instituto -en contra de lo que cuenta la leyenda, Jordan no fue cortado; simplemente fue enviado al equipo de varsity junior como casi todos los jugadores de su edad porque su técnico necesitaba los centímetros de su competidor, un tal Leroy Smith, el nombre que Air utilizó durante años para registrarse en los hoteles cuando estaba ya sentado en el trono del deporte mundial- le proporcionó el fuego interior suficiente para tiranizar el deporte de las canastas durante dos décadas. Le ocurrió también a Cassius Marcellus Clay Jr. Y en su caso, todo empezó por una bicicleta roja y blanca.

Clay tenía 12 años cuando, mientras jugaba con un amigo por los alrededores del Columbia Auditorium de Louisville, se dio cuenta de que un ladrón le había robado su bicicleta. Cuando encontró a un policía y le contó lo sucedido, el chiquillo estaba tan enfadado que no paraba de repetir que iba a machacar al que le había dejado sin su más preciada posesión. “Entonces deberías aprender a boxear”, le respondió Joe Martin, que además de sargento de la Policía resultó ser entrenador de boxeo en un gimnasio cercano. Ese día arrancó el romance de Clay (desde 1964 Muhammad Ali al convertirse al Islam) con los cuadriláteros y también la leyenda de uno de los mejores deportistas y una de las figuras más icónicas de toda la historia, una extraordinaria singladura que se apagó ayer, a los 74 años, en un hospital de Phoenix, Arizona, donde permanecía ingresado desde el jueves por problemas respiratorios.

Su trascendencia histórica siempre fue mucho más allá de sus logros sobre la lona, de su oro olímpico en Roma’60, de sus tres títulos de los pesos pesados, de sus históricos enfrentamientos contra Sonny Liston, Joe Frazier, George Foreman o Ken Norton, del Thrilla in Manila o del Rumble in the Jungle. Ali consiguió convertirse en un icono planetario en una época, los 60 y los 70, de enorme agitación y efervescencia social en la que eso solo era posible para un puñado de elegidos. Hoy en día, en la era de la globalización y las redes sociales, su arrebatador carisma y brutal capacidad para hacerse notar en el plano extradeportivo le habrían convertido en constante objeto de consumo, en eterno trending topic planetario. En su época, además del “más grande” como él mismo se autodenominaba (The GOAT, The Greatest of All Time) fue un agitador social sin igual, un generador de opinión y concienciación como jamás se había visto antes en la historia del deporte.

Su negativa a ser reclutado para la Guerra de Vietnam (“No tengo problemas con el Viet Cong, ningún Viet Cong me ha llamado nunca negro”, afirmó) le costó una pena de cinco años de prisión y la privación de la licencia para boxear durante tres años y medio justo en su máximo momento de esplendor físico, pero jamás titubeó ni dio un paso atrás. Se acercó a la Nación del Islam en su eterna lucha por defender los derechos civiles de la población negra, aspecto en el que fue de vital importancia su estrecha amistad con Malcolm X, y ello le provocó un torrente de detractores a los que él combatió con su constante defensa de los desfavorecidos y un eterno desafío a la autoridad que muchas veces lindó con lo temerario. En el plano pugilístico, fue el primero que convirtió en rango de ley ese mantra tan repetido de que el deporte es, ante todo, espectáculo. De ningún otro deportista se guardan más instantáneas icónicas tanto dentro como fuera de su lugar de trabajo (entrenando en el fondo de una piscina, atizando y levantando por los aires a The Beatles, haciendo guantes con Nelson Mandela, abrazado a Pelé, empotrando en la lona a Sonny Liston?) y muy pocos han proporcionado titulares y frases tan redondas a los periodistas, desde su mítico “flota como una mariposa, pica como una abeja” al “el boxeo es un grupo numeroso de hombres blancos viendo como se pegan dos hombres negros” pasando por el “siempre he dicho que soy el más grande, no el más inteligente”, respondiendo con gracia a los que le decían que solo su capacidad con los guantes le había permitido acabar la escuela.

Para acabar de redondear su figura mediática, fue un maestro a la hora de desequilibrar psicológicamente a sus rivales antes de las peleas. Se reía de ellos en las ruedas de prensa, les humillaba con saña, pronosticaba el asalto en el que iba a enviarles a la lona e incluso les dedicaba socarronas poesías. Fue especialmente cruel con Joe Frazier, al que consideraba un amigo del establishment que fomentaba las diferencias raciales y al que dedicó calificativos como estúpido, lento y feo. “Es tan feo que cuando llora las lágrimas corren a refugiarse en su nuca”, dijo de él. Sobre George Foreman aseguró que “le he visto boxear contra su sombra; su sombra ganó”.

Indomable Ronnie O’Keefe. Así se llamaba la primera víctima sobre un cuadrilátero de Ali, por aquel entonces todavía Cassius Clay. Ocurrió el 12 de noviembre de 1954, cuando el púgil de Louisville tenía solo 12 años. Tres meses después perdió su primer combate, ante James Davis, pero su notable palmarés como amateur (se le atribuyen varios balances, pero diversas fuentes apuntan el de 99 triunfos por ocho derrotas como el más creíble) le valió un billete para los Juegos Olímpicos de Roma de 1960, donde logró la medalla de oro en la categoría de semipesados ante el polaco Zbigniew Pietrzykowski por decisión de los jueces. Cuenta la leyenda que él mismo se encargó de expandir a los cuatro vientos que esa presea dorada acabó en el fondo del río Ohio después de que, tras su regreso a Estados Unidos, se le negara la entrada a un restaurante de Louisville por el color de su piel. Otras fuentes aseguran que Clay simplemente la perdió. Aún no era famoso, pero Cassius ya sabía engatusar a los focos.

Eligió al mítico preparador Angelo Dundee para su salto al profesionalismo y su avasallador progresión le permitió enfrentarse en 1964, a los 22 años, a Sonny Liston por la corona de los pesados. Aunque Clay llamaba la atención por su gran estatura (1,91 metros), su tremenda agilidad de piernas y su boxeo impredecible e incluso algunas veces temerario, un periodista llegó a escribir que “es cruel permitir que un jovencito simpático se enfrente a un exconvicto”. Pero el de Louisville llevó la contraria a todo el mundo, incluso a los apostantes. Antes de la pelea descargó su maquinaria propagandística, llamó en público “oso horrible” a Liston y llegó posar incluso con trampas para estos animales. Dentro de las doce cuerdas, doblegó al campeón por K.O. técnico en el sexto asalto. Lo celebró bailoteando sobre la lona y gritando a público y periodistas: “¡Tragaos vuestras palabras; soy el mejor!”.

Pocos días después, anunció su conversión al Islam, su renuncia a su “nombre de esclavo” Cassius Clay para pasar a llamarse Muhammad Ali. En los años siguientes, defendió en nueve ocasiones, entre ellas ante el propio Liston y Floyd Patterson, su corona de los pesados antes de que su carrera quedara interrumpida por su negativa a ser reclutado para la Guerra de Vietnam. Corría el año 1967 y su palmarés profesional estaba inmaculado: 29 triunfos, 22 de ellos por K.O.

Los duelos contra Frazier Tuvo que esperar a 1970 para que le fuera devuelta su licencia y poder volver a boxear. Los tiempos habían cambiado y el monarca de los pesados era por aquel entonces Joe Frazier, su antítesis tanto dentro como fuera del cuadrilátero. El combate entre ambos tuvo lugar en marzo de 1971 en el Madison Square Garden de New York, Ali desplegó sus ya conocidas artimañas previas, pero fue Frazier quien acabó triunfante sobre la lona por decisión unánime. En los años siguientes perdió y recuperó el cetro de los pesados de la NABF contra Ken Norton, pero en su mente solo había lugar para la venganza contra Smokin’ Joe. La revancha tuvo lugar en enero de 1974. Frazier había perdido meses antes el cinturón de campeón ante el emergente George Foreman, Ali preparó a conciencia el combate y acabó imponiéndose por decisión unánime.

Ese triunfo permitió al de Louisville opositar al cetro de Foreman en un combate que tuvo lugar en octubre de ese año ante 60.000 espectadores en Kinsasha, Zaire, por un acuerdo entre el promotor Don King y el dictador local Mobutu Sese Seko. Fue el mítico Rumble in the Jungle. Hasta ese día, nadie había sido capaz de resistir más de dos asaltos ante Foreman. De hecho, este dominó los primeros siete parciales ante un Ali refugiado en las cuerdas hasta que en el octavo tomó la iniciativa para hacerle besar la lona. Volvía a ser el gran campeón mientras el público se volvía loco al grito de “¡Ali bomaye! (Ali mátalo)”.

Un año después llegaría el tercer combate contra Frazier, el Thrilla in Manila, de la mano del presidente filipino Ferdinand Marcos. Fue su enfrentamiento más brutal. Envueltos en un insoportable calor, ambos púgiles ofrecieron un tremendo espectáculo hasta el decimocuarto asalto. En contra de su voluntad, el entrenador de Frazier, que tenía los ojos tan hinchados que era incapaz de ver, le impidió salir en el decimoquinto. Ali apenas pudo celebrar el triunfo porque no se tenía en pie. Años después reconoció que de haber seguido el combate probablemente él habría sido el primero en caer, pero aquel mismo día ya tuvo un gesto de reconocimiento hacia su archienemigo: “Joe Frazier sacó lo mejor de mí. Les aseguro que es un demonio de hombre, que Dios le bendiga”. “Mis golpes de ese día fueron como para derribar los muros de una ciudad, pero no pudieron con Ali”, respondió su rival, fallecido en 2011.

Lucha contra el Parkinson Tres años después, ya en la cuesta abajo de su carrera, Ali perdió el título de los pesados en Las Vegas ante Leon Spinks. Lo recuperó siete meses después ante el mismo rival, antes de anunciar su retirada “porque ya no tengo nada que demostrar y quiero decir adiós siendo el más grande”. Sin embargo, regresó en 1980, con 38 años y muy lejos de su momento de forma. De hecho, diversas fuentes aseguraron que no pasó los más elementales exámenes médicos, pero que sus necesidades económicas fruto de malas inversiones, una vida rebosante de lujos y el abuso financiero de sus más allegados eran tan grandes que hicieron una excepción. Larry Holmes, uno de sus antiguos sparrings, dio buena cuenta de él en un combate que tuvo que ser detenido en el décimo asalto por la desigualdad entre ambos oponentes y que varios expertos catalogaron de “crimen” y “esperpento”. Aunque su deterioro físico e incluso neuronal (hablaba cada vez más lento y con cierta dificultad) era notorio, Ali se subió por última vez al ring en 1981 ante Trevor Berbick. Perdió. En 1984 le diagnosticaron Parkinson y su salud fue deteriorándose paulatinamente, aunque en 1996 dejó otra imagen para la historia al ser el encargado de encender el pebetero de los Juegos Olímpicos de Atlanta y también tuvo presencia en la ceremonia de inauguración de los de Londres 2012. Fueron dos de los últimos reconocimientos de masas para uno de los deportistas más icónicos y trascendentales de la historia. Desde ayer, el más grande, Muhammad Ali, ya es eterno.