180 grados. Así es como le ha cambiado la vida a Iker Irribarria (Arama, 1986) en apenas dos meses. Su vida deportiva ha tomado un impulso inopinado, explosivo, a un nivel grandilocuente, atómico. Un rumbo distinto, un camino hacia la historia. Un subidón. Dice Iker, con la txapela en la mano, porque no le dejan de hacer fotos y tiene que ir con ella para arriba y para abajo, que “es el mismo de siempre”. Sí. Pero todo se ha transmutado en algo muy distinto. Los focos le buscan, la afición guipuzcoana le aclama y el mundo pelotazale solo habla de él. La victoria del domingo en el frontón Bizkaia de Bilbao ante Mikel Urrutikoetxea por 13-22 es un brindis al sol de los manistas de Gipuzkoa, que llevaban 27 años esperando al sucesor de Joxean Tolosa, último campeón del Manomanista del territorio en 1989. La del zaguero amezketarra fue otra novedad que rompió la hegemonía navarra, franca dominadora de la pelota en general y de la modalidad en particular, que solamente se ha visto bañada de dudas después con el título de Yves Xala (2011), Mikel Urrutikoetxea (2015) y el conseguido por el zurdo guipuzcoano el domingo. “He cumplido un sueño”, confiesa.

Esa es una parte de la intrahistoria de la final del domingo; la otra, el fin del récord de Rubén Beloki, al que se le terminaron las loas por haber sido vencedor del mano a mano con 20 años. Se las quitó todas Irribarria. El tapado del campeonato tumbó al campeón en un duelo jugado de tú a tú, como el mismo aramarra asegura, en el que el resultado no reflejó lo parejo del partido.

Tanto le cambiará la vida a Iker a partir de ahora que, para empezar, hoy será recibido en la Diputación de Gipuzkoa, con la presencia del diputado general, Markel Olano, y del diputado de Cultura y Deporte, Denis Itxaso. Es el primer paso. El siguiente, vestir de colorado durante todo un curso, una circunstancia que puede tener dos lecturas: una, que pese como una losa increíble, o dos, que sea un acicate para el crecimiento continuo del pelotari. Lo que es seguro es que le llenará el verano de partidos, ferias y compromisos. “Ahora tengo que devolver el cariño que me han dado”, espeta la nueva irrupción de Aspe, que se transforma de inmediato en el hombre fuerte de su empresa con el permiso de Juan Martínez de Irujo. Su imagen puede ser un nuevo El Dorado para la operadora eibarresa. De hecho, antes de conocer su victoria y vistas sus prestaciones, Fernando Vidarte, administrador único, reveló que “ha sido una auténtica revolución. Si sale campeón, crecerá más. Sería como con pelotaris como Olaizola II o Irujo cuando salieron campeones, o como con Goñi II, que por sí solo también llevaba gente al frontón. En verano todos querían verles. Esperamos que sea parecido. Además, jugará los torneos y eso quiere decir que habrá más público. Económicamente, para las empresas es mejor, por supuesto, porque que siempre que hay público es bueno. En general, es bueno para todos”. El campeón tiene claro que “llegará un verano con partidos. El pelotari trabaja estos meses todo lo que puede. A ver si hacemos un verano bonito y lo podemos disfrutar entre la familia y los amigos”.

“Esto está siendo una locura”, define el aramarra tras ver todo lo que se mueve a un palmo de su mirada. Lo del domingo fue una locura y ayer todo el mundo se volcó hacia él. Entre las cuestiones más emotivas, después del magnífico partido, en el que le salió todo, a Irribarria le bailó un aurresku su hermana en una sidrería de Ordizia en la que organizaron la cena de celebración y, tras un abrazo, una sensación le recorrió el espinazo. A ella le había dedicado una parte del triunfo, que “estaba pasando una mala racha”. Otra parte fue para Ioritz y Garbiñe Egiguren, “porque me han ayudado mucho estos días. Ioritz ha sido compañero de la escuela de pelota durante toda mi vida y es un gran amigo”.

Reitera el zurdo que todo se ha convertido en “bastante locura”, que es “muy positivo”. “Firmaría todos los años vivir tres veces esto”, manifiesta Irribarria, quien durmió “bien” después de la celebración. Ayer, comió en casa de su abuela: ensalada, revuelto de setas, espaguetis y algo de carne. Un día normal con la sonrisa perenne. “La fiesta la hicimos en Ordizia con los amigos. Todos los días no se gana una final y había que celebrarlo”, admite el zurdo, quien asume que le queda todavía “mucho por asimilar”. De hecho, al alcanzar la final, seguía dando vueltas a lo que había conseguido en anteriores contiendas, ante gigantes como Olaizola o Bengoetxea. El domingo ganó al mejor, Urrutikoetxea, para destronarle. Las loas, aun así, no le causan vértigo. “Soy el mismo de antes, tengo que seguir trabajando igual. Aquí no ha terminado mi carrera deportiva. Esto es un maratón muy largo y tengo que seguir haciendo las cosas igual”, desbroza.

Respecto a la contienda, evoca Iker que “quitando un par de chorradas que hice, completé un partido serio”. En su derecha, su mano menos potente, y en su volea estuvo gran parte de la txapela. “Para mí el resultado no refleja lo igualado que estuvo toda la final. Mikel Urrutikoetxea defendió mucho y es un pelotari que juega una barbaridad. Es muy difícil ganarle. Pero, al final, el resultado lo pone el marcador. Gané y estoy orgulloso”, sostiene el guipuzcoano, quien relata que, a pesar de las apreturas y de la posibilidad de revuelta, momentos en los que el delantero de Zaratamo no terminó de engancharse, no dudó en continuar. “Por la cabeza no se me pasó ni que el encuentro estaba ganado ni que estaba perdido”, desgrana Irribarria, que ya había visto cómo Mikel había vencido a otros manistas peligrosos con el luminoso a su favor. “Urruti ha ganado dos de sus tres txapelas dando la vuelta y sabía que no podía relajarme. Al final, esto consiste en llegar a 22. No vale con hacer 21. Uno no acaba hasta ese momento. Seguí con esa dinámica y salieron las cosas bien”, espeta el aramarra, quien añade que “la clave fue cruzar con la derecha, la volea con la izquierda y la constancia. Trabajé tanto a tanto”.

Aludiendo a lo emocional, el “sueño” del zurdo se tradujo en algo que no se puede pronunciar. “Lo que sentí cuando levanté los brazos no se puede describir con palabras. Es una sensación increíble, que solo pasa unas pocas veces en la vida y hay que disfrutar”, desvela Irribarria, quien apostilla que “fue un día distinto. Aunque el partido en el que peor lo he pasado fue contra Aimar Olaizola, por la tensión. Después, he ido controlando cada vez más mis nervios. El domingo me salieron las cosas, pero uno nunca se acostumbra a jugar finales”. Además, remacha que “durante el duelo no se disfruta. Eso sí, cuando vi que el último pelotazo de Urruti no llegó al frontis, lo disfruté todo junto. Cuando tienes todas las pulsaciones a 200 no lo pasas bien. Lo de después es muy grande”.

Así las cosas, la txapela supone un espaldarazo importante a su corta vida deportiva, apenas catorce meses, y un gran título antes de cumplir la veintena el 4 de julio. Pero, el colorado pesa. Es el momento de dar ventajas y de que su nombre esté en el punto de mira de todos sus adversarios. “El colorado puede ser duro, pero lo firmaría todos los años. Tengo que disfrutar, porque va a ser un año importante para mí. A ver qué pasa de aquí en adelante”, advierte. Además, Irribarria concreta que “todo me ha llegado un poco de sopetón. Las cosas han salido más rápido de lo que yo pensaba. La realidad es que ni se me pasaba por la cabeza llegar hasta aquí. Pero, estas cosas se cogen mejor que las derrotas”. “La juventud y el descaro han sido unas de mis mejores bazas en este Manomanista. No tenía nada que perder. Y de ahora en adelante tengo que salir igual a la cancha, sin presión. Soy el último en llegar a estos niveles y me toca disfrutar”, manifiesta el aramarra.

un cetro para compartir “Jon Apezetxea, mi botillero, se emocionó como todo el mundo. La txapela es en parte suya también. Estos meses me ha ayudado mucho. Es normal que se pusiera así”, declara Irribarria, quien tendrá que repartir a trocitos la lana del campeón. Una parte es de la familia: “Todo el mundo me ha felicitado, me han dado muchos abrazos y besos. Hay que celebrarlo entre todos”. Otra, de sus amigos: “Tengo que agradecer todo el esfuerzo que han hecho. Otra parte de la txapela es suya. Me han apoyado mucho”. “Este título es algo muy grande. Es para vivirlo. He cumplido un sueño”, argumenta Iker. Ahora, le toca volver a la vida real, a los exámenes de recuperación de su carrera, Ingeniería Mecánica, y a entrenar. La vida sigue.