bilbao - Una explosión. Iker Irribarria, en los escombros, levantó los brazos y los miró. Podía abrazarlos, besarlos, adorarlos. Podía chaparlos de oro y colgarlos de las vitrinas de casa. Porque lo valen. Todo quilates. Todo efervescencia. Puro delirio. Lo sabía el zurdo de Arama, que le habían servido para conseguir la txapela del Manomanista de Primera en su primer campeonato, comenzando en lo más bajo de la escalera, saludando como un pez abisal que emerge a la luz en un abrir y cerrar de ojos. Una centella. Una novedad. Sabía el zurdo, que por ser zurdo no es cerrado, ni manco, ni atado a su perfil izquierdo por convicción, que estuvo en su derecha el triunfo. Que fue en sus desplazamientos al ancho, en una hoja de ruta marcada a fuego por Mikel Urrutikoetxea, donde culminó la explosión.

El Big Bang. Otra vez. Una realidad.

Porque su camino, una escalada al infinito desde las faldas del Manomanista, un puerto de primera categoría, se asfaltó de sueños en una culminación explosiva, realmente maravillosa por emocionante y por necesidad de crear nuevos referentes. En un encuentro duro, jugado a buen ritmo, en el que hubo momentos buenos y malos, donde la zurda contestona de Irribarria se encontró una defensa de sotamano muy buena de Urrutikoetxea, fue el guipuzcoano superior. Remó a favor de corriente durante la hora de partido, sin acusar un descalabro en el luminoso más que en dos parpadeos, que terminaron tan rápido como llegaron.

Urrutikoetxea, alma de obrero y cabeza de capataz, afrontó la cita con un plan. El camino. Muchas veces, como dicen, solo hace falta uno. El que tenía residió en cargar en la diestra de Iker. Una jugada inteligente viendo el despliegue de zurda de los primeros compases del campeonato. Evitar su izquierda era evitar su mayor arma y, quizás, no tener que apurar con la espalda el rebote. Armado con paciencia, tipo relajado, una hormiguita, como durante toda su carrera, la idea del vizcaíno, campeón en curso, se tradujo en diferentes tacadas, pero siempre a la contra. Siempre con Iker destacado, que notaba el aliento en su nuca. Mikel es un junco: se dobla, no se rompe.

Pero sufrió. Lo hizo porque el zurdo brilló sobremanera en las virtudes más desconocidas tras los encuentros contra Oinatz Bengoetxea y Aimar Olaizola. Le bastó pegar contra ellos. Le fue suficiente. Ayer, en un Bizkaia de Bilbao que no se llenó (2.800 espectadores), el tricampeón forzó a Irribarria a lucir otras facetas: la ya mencionada derecha, con la que direccionó bien la pelota y cruzó con altura; la volea de zurda en el resto, alcanzando pelotas de puntista; el remate con pelota franca y el manejo de los factores externos. Ni la presión le pudo al guipuzcoano en el descorche de su idilio con los títulos, ni la sensación de que Urrutikoetxea no se iba del partido hasta el último tramo, con la final totalmente rota, en la que no había posibilidad de revancha.

Pasó malos momentos el guipuzcoano, sobre todo tras el primer descanso de la televisión, cuando encadenó varios errores claros que Mikel, desconocido en algunos aspectos, no terminó de aprovechar. Varios fallos propios dejaron con vida a Iker, quien con el viento a favor asomaba maduro, tocado, físicamente menos entero que el vizcaíno. Los fallos colorados le elevaron a los altares en ese instante. Dio la vuelta a la situación. Supo sobreponerse. Mikel, en un trabajo mayúsculo en defensa al que no se le puede poner ningún pero, acabó capitulando ante el acierto de su contrincante.

Mikel, aterido en su postura de artificiero, jugó con el viento en contra, con una bomba de relojería, tratando de desactivar la zurda de Iker y acabó explotándole en la cara la diestra.

destacado desde el inicio Comenzó Irribarria con el marcador azul por una parada al txoko que no terminó de encontrarse Mikel, lento de movimientos, incómodo, pero con una pegada especial. De hecho, empató con un buruzgain tras un gancho largo que puso en liza todo lo que juega en la distancia. A pesar de que el dinero salió a la par con cierta tendencia a favor del joven de 19 años, ese tanto rompió la fe a la cátedra. Conversos, infieles a su color, se tiraron hacia el de Zaratamo.

Aun así, se recuperó Iker con una alcanzada en el txoko que abrió al ancho con la pelota llorando en el segundo bote. Y el dinero, sin alma, seguía colorado. Continuó así hasta el 1-3, un yerro de sotamano de Mikel.

Un exceso de vista de Irribarria le dejó un parpadeo de saque al zaratamoztarra, que cruzó bien en el primer disparo y el de Arama restó de volea perfecto. Acabó con una parada al txoko. El conato de reventón nació después, con una tacada espectacular azul (2-9) en la que el de Zaratamo solo pudo defender y esperar. El problema era que, en un pelotazo, Irribarria pasaba de dominado a dominador. Mikel, desde entonces, se basó en el trabajo y su buen hacer en defensa para crecer. Se acercó hasta el 5-9 a la desesperada, con dos saque-remates, y hasta el 8-11. Iker, menos fresco, perdió potencia. Al primer descanso de la tele, Urruti daba miedo, pero Irribarria lo superó, gracias a su derecha. Mikel, a la contra, era un artificiero.

Con el 8-12 fallaron cuatro tantos seguidos e Irribarria, cuando peor estaba, no sufrió el traqueteo. Se fue al 10-15 con un gancho; después Urrutikoetxea le tuvo con el 13-16. Se le cayó un sotamano. Raro en él. Era el momento. Se acabó la cuenta atrás. 13-22. El zurdo de Arama explotó.