roccarosa - A la mañana, en Ponte, donde amanecía el día, Tom Dumoulin, remolón, propagándistico durante varios días, juguetón el diccionario y con el lenguaje, se desmaquilló. Se quitó la careta del embuste. “Fueron unas declaraciones para despistar un poco al enemigo. Todos somos suficientemente profesionales y sabemos cómo está, lo que vale, que se encuentra bien y que, de momento, será un duro rival a tener muy en cuenta”, diseccionada Valverde. El señuelo de que había ido a Italia para domar las contrarrelojs, sin atender a mayores peanas ni vitrinas, se cayó del discurso de Dumulin. “No había planeado atacar, pero si veía una posibilidad debía intentarlo. Esta era una subida que me venía bien y aproveché al ver que los demás no me seguían”, deltreó en meta. El traje de Clark Kent escondía a Superman. El cartón piedra quedó al descubierto en el decorado que construtó el holandés. Confesó al fin Dumoulin lo que decía su lenguaje corporal, que su idea es ser rosa en Turín, donde se apagará el Giro.

Dumoulin certificó por la tarde, en la mesa de autopsia de Roccarosa, una puerto estirado, sin apenas arrugas, ni clavijas, que su candidadura toma fuerza después de que arrancase unos segundos a la montaña con un ataque en planeadora. El holandés percutió sobre el muelle de Nibali, que abrió el baile, para expandirse sobre la montaña junto a Zakarin y Pozzovivo y acrecentar su liderazgo respecto a Nibali, Valverde y Landa, a los que agregó algunos segundos en la coronilla de Rocarasso, donde la corona de laurel rodeó a Tim Wellens, último eslabón de una escapada. El belga, magnífico, brincó a la gloria y como el forzudo que fue durante todo el día levantó la bicicleta al altar de la victoria. Hubo otras ofrendas. La de Dumoulin, que se dijo sorprendido. Nadie le cree. Se acabó el teatro. El holandés que holló la Cumbre del Sol en la Vuelta a España del pasado curso, el que voló en sus pleitos con el tiempo, el que se agarró al liderato hasta que le desgarró la priotecnia de Mikel Landa para mayor gloria de Fabio Aru, es verdad. Las conjeturas se adentraron en otras siluetas a la espera de otros capitutló más ceñudos. Roccaraso apenas dejó migas. El perfil tendido de una montaña que lleva a una estación de esquí con la carretera de una autovía, ancha, el asfalto sin roces, favorecía a la potencia del holandés. Una paisaje amable para Dumoulin, feliz en una cumbre donde deslizarse con patines en los Abruzzos. El líder exprimió el altiplano para enceder sus turbinas.

nibali Lanza a dumouilin Celebró el holandés que Nibali, al que le pica el Giro, ansioso, el hormigueo sobre el sillín, le mostrara el camino. El siciliano, que había ordenado a Fuglsang labores de expedicionario, aceleró a tres kilómetros de la cima. Fue un latigazo sin chasquido. Un ataque diluido. Café descafeinado. Landa mandó taponar el hueco. Mikel Nieve, presto en la sala de curas, realizó el torniquete. Amansado Nibali, que conoce punto por punto a Landa, al que más teme, Dumoulin despegó con el turbo. Solo el zancudo Zakarin y Pozzovivo, ligero, un colibrí, se subieron a la chepa del holandés, acoplado al manillar, una crono sin cabra en Rocarraso. Inalcanzable Tim Wellens, que corría por un día de gloria, el repunte de Dumoulin provocó una extraña quietud entre Nibali, que agotó la pólvora en una ofensiva escasamente intimidatoria y Valverde, que no se movió. “En el puerto no es que me haya encontrado mal, pero tampoco me sentía todo lo bien que me hubiese gustado”, dijo Valverde.

Con Dumoulin planeando con la majestuosidad de una albatros, Landa, que cicatrizó el ataque de Nibali con sus peones, se emparejó al siciliano y a Valverde en un hábitat que le provoca claustrofobia. El murgiarra, al que le cuelga el plomo de los escasos días de competición, sobrevivió con el rostro serio, pero el ánimo renovado; la sonrisa, en el interior. Era consciente Landa en el amanecer de que se enfrentaba a una etapa espinosa. Si se hubiera apergaminado ante el V10 de Dumoulin, un motor que funciona con fiereza, perfectamente lubricado, en montañas chatas, los minutos podrían haberle lapidado su Giro. No solo se sostuvo Landa ante el holandés, que le cargó 20 segundos, también salvó el abordaje que pretendió el Astana con las dobles figuras de Fuglsang y Nibali. Los kazajos quisieron verle las costuras a Landa, pero el alavés no se descascarilló.