PRAIA A MARE - Finalizada la guerra de Troya, Penélope esperaba el retorno de Ulises, su marido, al hogar, a Ítaca. Mientras Ulises se embarcó en una odisea que contó Homero, en una epopeya, para encontrarse con su mujer, Penélope mataba los días tejiendo y deshaciendo un telar para vivir el presente. Así evitaba Penélope que la nostalgia le ovillara la razón y que la esperanza le atará a la ansiedad. Con ese ejercicio de paciencia, con ese acto de amor, Penélope esquivó a los pretendientes que le merodeaban el cariño ante la falta de Ulises. Ítaca no es solo un lugar físico, es también una ensoñación, un anhelo. Para los italianos, el Giro tiene el perfume de Ítaca. Más si cabe cerca del mar, donde se agitan el sudor del esfuerzo y el salitre del océano, el reino de Neptuno, que no quiso que Ulises acudiera al encuentro con su amada, pero incluso en Calabria, en el Sur de Italia, donde la herrumbre es parte del paisaje, donde lo decante se enzarza con arenales y acantilados magníficos, donde un pueblo se llama Diamante, las carreteras han esquivado la furia de los dioses para trenzar un puente para los héroes. También para Ulissi que encontró Praia a Mare. Su Ítaca.
En el empeine de la bota italiana, a un palmo de los arenales y las preciosas vistas al mar, -una postal veraniega de playa y vuelta y vuelta- el Giro, al fin en suelo patrio, se disputó a patadas. Calcio. Absorbidos Boem, Brandle, Rosskopf y Mohoric, que apostaron por una victoria de largo recorrido, se cargó de electricidad la carrera: revuelo, agitación, nervios, caos. Tormenta. Rejuveneció el Giro en Italia, intenso como un carrera de aficionados, alocado como una clásica de juveniles. Casi a esa edad conquistó el Giro Damiano Cunego, que aún traza algún que otro fogonazo, pero que ha envejecido peor que los Stones.
Cunego, que fue mejor de joven, cuando era una estrella con demasiado camerino, se unió a Pirazzi para ganarse unos planos y hacer algo de ruido en un día revirado, con graves y agudos retumbando en los altavoces. El ruido pudo con Marcel Kittel, el líder descascarillado en San Pietro, una cota burlona, más tirante que lo que publicitaba el libro de ruta. Es trilera la Italia del sur y sus carreteras, que siempre miran de refilón incluso a Cancellara, penitente en la cola. Al recorrido avieso, le dio vuelo un enjambre de aguijones, ciclistas en estado de excitación. El zumbido era ensordecedor.
El Astana, que responde a cada gesto de Nibali, montó guardia en el descenso de San Pietro. En fila de a uno. Un hilo celeste guiaba la carrera, espasmódica, una llamada al baile. Todo rápido, descoordinado, arrítmico, sin un trozo de partitura. En ese centrifugado, Omar Fraile se fue al suelo. Chapa y pintura para el santurtziarra, descabalgado cuando quiso atarse al grupo desde el que se postuló Ulissi, que entre victoria y victoria en el Giro, -cuenta cinco- dio positivo. Redimido, perdonado en la católica Italia, Ulissi desgajó a sus compañeros de viaje en Via Fortino. Ligero, alado, masticó los pedales y deshabitó al resto, plegados ante una cuesta bronca, de aspecto hosco. Movistar, Astana y Sky, las nodrizas de Valverde, Nibali y Landa, conectaron a sus jefes a la cordada, veloz y tensa, a la que también se había vinculado Dumoulin, que recuperó la maglia rosa. De Marcel Kittel apenas quedaban legajos. El tremendo alemán que vapuleó en las llanuras holandesas, perdió pie. No habría más celebraciones.
el apuro de landa El festejo, el júbilo, lo perseguía Diego Ulissi con un manojo de segundos de ventaja en un recorrido idóneo para su ciclismo de guerrilla y pólvora. Obstinado, la rabia en cada pedalada, el italiano se mantuvo firme en la proa en un territorio con oleaje, propio de las clásicas que requieren manejar varios registros. Tachados los esprinters en las carreteras secas de la costa, Nibali abrió la llave del gas del Astana en el club de los jerarcas para escanear rostros y reacciones. Rueda de reconocimiento. Observó el siciliano, dispuesto a la emboscada en cada palmo, al pizpireto Valverde, alegre su pedaleo, al sonriente Chaves y el apuro de Landa, que tardó un poco más en plantarse en el escaparate de Vía Fortino, donde Nibali y los suyos cargaron la dinamita. “Hemos subido realmente rápido el último repecho. No he tenido el mejor día, pero al final he estado con los mejores. Este día ya ha pasado y estoy listo para el siguiente”, dijo Landa. La explosión no pudo con Mikel, pero tumbó a Andrey Amador, malherido. Vía Fortino dejó algunas muescas en el baile de máscaras. En la de Ulissi esculpió la felicidad. No le esperaba Penélope, pero sí su amada Ítaca.