gasteiz - “A pesar de todo el jaleo, este duerme como un tronco. No te haces a la idea”, cuentan en medio de un aparcamiento en Gasteiz, cerca del estadio de Mendizorroza y del frontón Ogueta, lugar de muchedumbres, de gritos y pasiones. Mikel Landa también convocó a un buen puñado de aficionados el día en que amaneció de amarillo. El color de los campeones. La túnica sagrada se la ganó al lado de su casa, en Garrastatxu. El martes hizo noche en un hotel a dos pulgadas de la salida. “Porque no hay distancia, que si no, Mikel se duerme en el trayecto. Le pasó en el Giro y en la Vuelta, donde había tensión y acudía dormido a las salidas. No le afectan estas cosas”, dicen quienes le conocen. Estas cosas son el liderato de la Vuelta al País Vasco, que sobrevolaba hasta Lesaka en un día de vigilancia para los centinelas del Sky. “Habrá que tirar”, apuntaban al lado del autobús negro del Sky, el refugio de Mikel Landa, recibido con el griterío agudo y beatle de las grupis, cánticos acompasados y una pancarta de apoyo. Agasajado como un superstar. “Es un genio y será el ídolo del ciclismo vasco”, vaticina Jorge Azanza, uno de los directores de la Fundación Euskadi y amigo del murgiarra. No solo piensa Azanza que Landa posee un don, un talento natural. Esa sensación recorre el espinazo de quienes miran al autobús del equipo británico con entusiasmo, los que zarandean con la voz el ánimo de Landa, chavalería que canta el nombre de Mikel a la hora del recreo. Los niños quieren a Landa. “Se fijarán en él. En su forma de correr. Eso es muy bueno”, añade Azanza. Mikel Landa escuchaba dentro del bus el cariño y optó por asomarse. Descolgó su brazo por las cortinillas de la intimidad y saludó al tendido. Tiene algo de Curro Romero. Duende y arrebato. La cuneta quiere ídolos. Tipos con estrella a los que agarrarse. Landa está moldeado con ese material. Único. Intransferible. “Él es él. No trata de parecerse a nadie. Tiene mucha personalidad”, radiografía Azanza. En eso coincide Indurain. “No se parece a nadie”, explicó el mejor corredor vasco de siempre en Lesaka.
Horas antes, el vehículo sirvió como fortaleza para el líder, que anunció a sus más próximos que atacaría en Garrastatxu. “Muy pocas veces te dice algo así, pero si lo hace.... Cuando vi que estaba bien situado en la entrada al puerto, supe que tenía muchísimas opciones de ganar”, relatan desde su entorno, donde caían las felicitaciones y las sonrisas. Las de Garrastatxu y después, las de Lesaka, donde no concedió nada cuando le probaron en La Piedad. No la tuvo y cortó de raíz el conato de revuelta iniciado con la antorcha de Contador y la gasolina de Samuel Sánchez, apagado con fuerza con su extintor. Landa se manejó con destreza el día del estreno de su nueva piel. “No sé si es por el maillot amarillo, pero la verdad es que me he sentido muy bien, muy cómodo. Estoy muy feliz de mantener el maillot amarillo, pero va a ser un trabajo duro mantenerlo”.
Arrollar desde la sencillez El desahogo, la desdramatización, es una característica de su ciclismo. “Son muy pocos los que son capaces de hacer lo que hizo en Garrastatxu con seis de competición”, observa Azanza sobre un corredor que astilló con su triunfo el mito del ritmo de competición. Un detalle, nimio, ajeno al público profano, apenas un gesto, calibró el deseo de Mikel Landa hacia la tierra prometida, donde aguardaba la ermita de Garrastatxu. Observó Azanza, apostado en uno de los márgenes de la ascensión que el murgiarra no jadeaba. Ni una mueca. Boca cerrada en medio de la empalizada que hacía boquear al resto. Las caras no engañan cuando el padecimiento roza lo inhumano. Mikel, hierático. Nada de histrionismo ni método Stanislavski. Fácil. Ligero. Colibrí. Esa fue la señal de que el alavés es un ciclista alado. Señor de las cumbres. “Tiene mucho talento, un don. Ni él es consciente del potencial que tiene”, describe Xabier Artetxe, preparador físico del Sky. Ese mismo argumento empleaba Martinelli cuando celebró su fichaje en el Astana. Con la zamarra del Sky, la preocupación de Mikel no estaba en el cónclave en el que debatían Contador, Purito, Quintana o Pinot. “Él se había guardado un poco y sabía que si los de atrás aceleraban a él todavía le quedaba otro punto. Además tenía unos segundos de ventaja. Eso no le inquietaba”. Su recelo se posó sobre Wilko Kelderman, su camarada de escalada, al que no le había tomado la matrícula. “No sabía cómo iba a responder Kelderman y eso le mantuvo alerta hasta el final”.
En Garrastatxu se coronó. Abrazó a los suyos Landa, que ama el sentido lúdico y divertido de la bicicleta, entendido el ciclismo como una fiesta. “A él le encanta ser ciclista”, enmarca Azanza, sobre un ciclista con “un don”, apunta Roberto Laiseka, ganador en Luz Ardiden en El Tour y vencedor en Abantos, Ordino Arcalís y Cerler dentro de la Vuelta a España, después de asistir al asalto de Landa a la cumbre de Baranbio. “Cuando le ves pedalear así te da la sensación de que todavía puede dar más. Es asombrosa la facilidad que tiene. Eso lo tienes o no. No depende de las horas de entrenamiento”, establecen desde sus aledaños, que se pertrechan ante la avalancha de entusiasmo que ha generado un corredor que escapa a los parámetros de escaladores huesudos, prácticamente transparentes.
Fortaleza La fisonomía de Landa no casa con ese molde famélico. “Cuando está en forma está por los sesenta kilos. Es muy fuerte, pero más allá de eso es que hablamos de un corredor especial, tocado por una varita mágica”, descubre Jorge Azanza, amigo del murgiarra desde que coincidieran en el Orbea, el filial de Euskaltel, donde también pedalearon juntos. La polaroid siempre era la misma. “En cuanto veía una rampa tiraba hacia arriba, atacaba”. Landa ve el ciclismo de frente. Un tipo con arrojo y carisma. “Eso engancha. Su forma de correr, agresiva, al ataque, es de las que gusta”, desliza Azanza, que enfatiza el “carácter de líder” del ciclista vasco, capaz de escapar de los grilletes de un invierno que le tuvo preso por enfermedad para encaramarse en el nirvana. “En ese sentido, le ha echado narices. Ahora todo es bonito, pero lo importante es levantarse cuando se está mal y él lo ha conseguido”, concede, uno de los puntales que sostienen la arquitectura de Mikel Landa, líder con pañuelico rojo en Lesaka, donde le bendijo Miguel Indurain. Palabras mayores. “No tengo demasiados días de competición en las piernas y creo que voy a pagarlo en las últimas etapas. Pero voy a tratar, aunque sea difícil, de aferrarme a él”.