markina xemein - Se santiguó Luis León Sánchez, aún extasiado, efervescente, el corazón retumbándole la caja mientras recuperaba el resuello. Una victoria para el cielo y para los suyos en Markina, donde el templo no es una iglesia, tampoco una basílica ni tan siquiera una ermita. En Markina se rinde culto a una religión pagana, la cesta punta, la xistera, inicio y final de un pueblo que adora la cultura del mimbre. El frontón es su altar, su universidad, su centro neurálgico, el lugar de la gloria, las leyendas, los mitos y el txi-txak. Frente a la piedra de la Universidad conquistó Luis León Sánchez una cuña de felicidad; etapa y liderato, como hace un puñado de años en Ataun. La victoria, apretada, tensa, la mandíbulas soldadas, se la arrancó Luis León Sánchez a las piedras, a las laderas de San Miguel y a la valentía de Dani Navarro en un mano a mano a toda la cancha. En un ejercicio de supervivencia, en ese diálogo a dos, alzó los brazos al cielo y lanzó un beso al recuerdo de su hermano fallecido con la respiración entrecortada. Quintana, plegado a Contador, serigrafiado al madrileño en el grupo que anidó a los mejores y a quienes buscan el laurel final de Eibar, también miró al cielo. Dio las gracias en un día que amaneció de la peor manera posible, con el Movistar deshilachado, sin las hebras de Ion y Gorka Izagirre, un escenario inopinado.

La lluvia goteó melancolía en el rostro de Nairo Quintana, tez morena, grisácea por la tristeza en Etxebarria, donde faltaban los hermanos Izagirre, Ion y Gorka, atrapados por una gastroenteritis antes de que cayese la primera bandera de la carrera. Se quedó el colombiano sin muletas y sin el GPS del Movistar, dos ciclistas con lupa que conocen cada esquina y cada pulgada del revoltoso trazado de la Vuelta al País Vasco, que es un montacargas sin área de descanso. Golpes secos. La caries, la ausencia de Ion y Gorka, apagaron la sonrisa del Movistar, una mueca, la frente ceñuda, preocupada porque Ion, además de escudero de Nairo, era la segunda bala del equipo. La de plata es Quintana, pero el cargador ha menguado demasiado. Los ocho son seis. Un equipo en familia. El pelotón no entiende, sin embargo, de asuntos misericordiosos. La piedad la talló Miguel Ángel. En el vacío del Movistar el resto observa una grieta, un fenomenal punto de apoyo para hacer palanca y voltear al colombiano fantástico.

lastra, a la aventura En esa sala de espera, nadie tan ilusionado como Jonathan Lastra, debutante, feliz, la dicha con dorsal. Lastra saludó su entrada al WorldTour con la curiosidad y la alegría de los niños. Arrancó la carrera y dejó de ser Peter Pan para convertirse en un aventurero, Phileas Fogg. Un petate al hombro y el mundo por recorrer. Los ojos azules y gatunos de Lastra bebiéndose a tragos el protagonismo. ¡Salud!. El bilbaíno, un recién llegado al oficio, se encaramó a la fuga con Edet y Wyss para confluir con el madrugón de Brambilla, que perdió cobertura kilómetros después, cansado de perseguir la euforia de Lastra, con la cartografía de la carrera guardada en el disco duro. El Valenciaga, insertado en la etapa inaugural de la Vuelta al País Vasco. Corría la carrera por el callejero de Amets Txurruka, hijo de Etxebarria, su vecino más notable, a un palmo de Markina, donde respiraba la meta y jadeó Luis León.

El Orica, la casa australiana de Txurruka, se vistió para el tajo. A los muchachos de Stephens les guiaba Amets, su sherpa, el chico del pueblo, al que festejaba la cuneta y las pintadas. Contador, que no pierde detalle, apiló las piernas del Tinkoff al esfuerzo del Orica. Es su lenguaje. El idioma de los campeones. Traducción: meter presión al menguante Movistar, estrujar a Quintana. El madrileño mira la Vuelta al País Vasco con ojos de deseo. Loco enamorado. Contador, que es tan cuerdo como apasionado, arengó a los suyos para endurecer el camino a todos, sobre todo, al Movistar, en los huesos, diezmado sin el cobijo del árbol genealógico de los Izagirre. El madrileño y los suyos afilaron la carrera con la idea de desangrar a Nairo Quintana mientras al trío de cabeza le costaba masticar las cumbres, las piernas plomizas. Wyss, extenuado, sin aire, se hizo a un lado. Luces de emergencia.

Cataldo lanza a luis león El foco aún iluminaba, tenue, parpadeante el esfuerzo de Edet y Lastra cuando desenroscaban Ixua, el último aliento para el bilbaíno, que claudicó en el desembarco de la caballería. Darío Cataldo derribó la puerta. Edet se anudó al italiano. Lastra, agotado, se vio obligado a dimitir. A Edet no le fue mucho mejor. Resistió un par de fotogramas más. Aleteó el italiano que produjo turbulencias y altero el status quo. Se tensó la carrera. Más pulsaciones. Revuelta en Ixua, donde Contador, omnipresente, dejó algunas migas. Cataldo se lanzó en picado. Kamikaze en el descenso. Toque de corneta. Orejas tiesas y recuento. Contador, Aru, Purito, Landa, Martin, Henao y Quintana hacia delante. Nada de concesiones. Encadenados. Con los grilletes entraron en San Miguel, donde Contador sacó pecho antes de que Dani Navarro descerrajara la cerradura.

Su apuesta la sostuvo el intrépido Luis León Sánchez, tremenda su bajada. Halcón peregrino. El corredor de Astana continuó el legado de Cataldo, que desempolvó la carrera. Sacudida. En tándem, Dani Navarro y Luis León Sánchez, amigos, obstinados, agarrados a la fe, aceleraron. No había mañana en su panorámica. En el retrovisor, Contador, gobernante, levantó el brazo y apaciguó el oleaje del pelotón ante el rompeolas de Markina. La persecución, para los velocistas y sus cálculos exactos, que no dieron con la fórmula correcta. La ecuación la desajustó el convencimiento de Luis León Sánchez y Dani Navarro, entregados por completo a la causa, a un sprint bañado de ácido láctico. Extasiados, frenéticos, se la jugaron en menos de una rueda, inalcanzables para Gerrans y el resto. Luis León se doctoró en la Universidad markinarra a la espera de Garrastatxu, cuyo templo, una ermita montañera inédita en el techo de Baranbio, aguarda hoy el peregrinaje de los mejores.