VENDÔME - Sobre el rodillo, después del esfuerzo, pedaleando para que el ácido láctico afloje y los músculos se estiren y se relajen a modo de spa, bromeaba Richie Porte (BMC), enmascarado por el barro, apresado por el frío. El australiano soltaba una carcajada en la redes sociales. Un trozo de ironía para la París-Niza, La carrera del sol. No hubo sol, pero sí una risotada del destino. El capricho de los dioses. Nevó. Todo fue sombra y agonía camino a Vendome. Nieve, lluvia, trinchera y frío, como pedalear en medio de una ofensiva en el Somme o en los malditos adoquines de la París-Roubaix. La tierra de la Strade Bianche de la Toscana se desprendió hasta Vendome, convertida la comuna de París en un escenario despampanante para una clásica, para recrear el infierno del norte. Tierra para atragantarse. Arenas movedizas.
Primero fue la nieve, luego el viento, después el barro y al fin, el pánico. Como el de aquellos combatientes que escuchaban un silbato para que abandonasen la zanja y correr muertos de miedo hacia el patíbulo para mayor satisfacción de la pechera de los generales, tipos que se asomaban al balcón del cuartel general acompañados por un brandi y una sonrisa condescendiente. Un trago por la gloria y por la patria. El ciclismo no tiene banderas pero sí una muchachada que lucha por sobrevivir, con salir adelante en el peor ecosistema imaginable. En los aledaños de Vendome sonó el silbato. Al barro, a la guerra. Nada de fogueo ni pirotecnia. Todos a la arena. El baile de la supervivencia en un camino estrecho y repleto de aristas.
Tony Gallopin, que piensa en las clásicas, dispuso el rock&roll. Desbocado. Un disparo. El fogonazo alertó a todos. Una bengala en la noche. En fila de a uno. El colmillo, afilado; el barro, en la boca; los pies, de tierra. Baile de máscaras guantes y perneras. Uniforme de combate. A rebufo del fogoso francés se agrupó la infantería del Sky con ese aire marcial que gasta. Un, dos; un, dos. Stannard y Rowe, dos percherones, eran el blindaje de Geraint Thomas, formidable en su desfile. Michael Matthews, de amarillo con salpicones, piel de guepardo, tampoco cedió en un camino vecinal con el mentón elevado. Un terreno que sirvió de metro patrón en el desenlace de la atormentada jornada. En medio de la tierra empastada, emergió corajudo Ion Izagirre. Feroz. Un 4x4. Tracción total. El valiente acelerón del guipuzcoano dejó un surco en el barro y un mensaje: dispuesto para luchar. Izagirre, poderoso, se enfundó el maillot de la montaña y ascendió hasta la cuarta plaza en la general, a ocho segundos de Matthews. Ion mostró el músculo de la ambición y afiló el apurado grupo, del que se desprendieron Spilak, Herrada, pinchado, o Talansky. Fuera de combate.
El final de la tierra alivió a la tropa, sobre todo a las escuadras de los velocistas, que tiraron un cabo para agarrarse y no volcar. La cuerda trató de cortarla con un tajo Theuns. Un navajazo. Su ataque, brillante el filo, a punto estuvo de alcanzar la yugular de un grupo que apenas contaba con cincuenta reclutas. Se quedó a unos centímetros Theuns, puesto a buen recaudo. La etapa fue una clásica en la que Contador se peleó por las bonificaciones con Matthews y Thomas. Cualquier callejón es válido para una emboscada. “En días como este puedes perder la París-Niza. No la ganas, pero se puede perder”, expuso el madrileño sobre un día que se resolvió en un pleito veloz. Justicia exprés. Pujaron en la sala Démare, Bouhanni, -enemigos íntimos, franceses, tantas veces enfrentados-, y Swift. Sentenció Démare, con el velocímetro gripado el pasado año. Gritó el francés su alegría. No era para menos. Fue el primero en salir del barro. - C.Ortuzar