Bilbao- La leyenda de los partidos no nace de los resultados, nace de las impresiones. De las sensaciones salen las cosquillas del estómago, se eriza el vello de los brazos y se estimulan los corazones. Del alma nacen los cambios. De las entrañas nació la revolución de Mikel Urrutikoetxea. De su interior y de la poca fortuna de Juan Martínez de Irujo, hombre de dos caras, incapaz de cerrar el círculo de un partido en todo el Cuatro y Medio. En las tripas del zaratamoztarra asumieron el mando las necesidades porque, la realidad, golpeaba como un guante de hierro. Al campeón del Manomanista le dio en el morro hasta que casi no quedaban más narices que matar o morir en el intento, con Martínez de Irujo a dos centímetros de la lana y el frontón Bizkaia, lleno, que bullía en su interior por la pasión que despierta el de Zaratamo, ya helado por las circunstancias. Y es que, inerme Urruti, Juan estaba como un toro, desatado, anunciando sus mejores galas para la contienda. El 10-20 era toda una declaración de intenciones. Mikel no estaba fino, superado por la velocidad en el saque que le metía el puntillero de Ibero y la inspiración por momentos de clarividencia. Todo apuntaba a aplastamiento. Pero no. Urruti, ojos de lobo, hambre de lobo y piel de lobo.
Pero fue locura colectiva. Éxtasis, basado en Irujo. El delantero, que posteriormente puso en valor que le pudo “el miedo a ganar”, se vino abajo, le falló la fortuna y a apenas un palmo del triunfo se disparó en un pie. Cortocircuito. Oxígeno para el vizcaino y vinagre para sus heridas, que se fueron abriendo en un partido del que fue absoluto protagonista: para lo bueno y para lo malo. Volvió a incidir en el error de no poder darle la vuelta al encuentro el de Ibero, con todo bajo control y un gancho que dio en la chapa para matar el partido. El silbido del yerro supo a hierro y se le nubló la azotea.
Juan no se repuso de un golpe dado a sí mismo. Tras el 10-20, el castillo de naipes se le derrumbó con él dentro. Urrutikoetxea, que no se dio por vencido, enjaulado por su botillero, Pablo Berasaluze, en la búsqueda de la excelencia, que en los estertores le pedía sosiego y sufrir. No acertó más el delantero de Ibero en una voltereta que nació del yerro y murió con un mordisco brutal en pos de la lana de campeón del Cuatro y Medio. Mikel Urrutikoetxea, actual campeón del Manomanista, irrumpió con una tacada de doce tantos que supo a gloria. Vino y rosas. Y su segunda txapela del año. El delantero de Zaratamo devuelve flores a Bizkaia. Es un gigante. Un volcán. Fuego.
Y eso que la cosa no pintó nada bien. Porque la velocidad de pelota con el disparo inicial de Irujo, poseedor de un rifle Märklin en la mano derecha, le catapultó al éxito. Urrutikoetxea, un buen restador, anunció batalla ciertamente tocado en esa lid. Lo aprovechó Juan en la primera quincena con cinco tantos. Espectacular fue el descorche, peloteado, largo, de tanteo, pesca de altura. Se buscaron en el primer bloque lejos. Quizás Irujo pensó en su primer minuto en la semifinal contra Aimar Olaizola, donde anunció batalla alocado y se vio perjudicado por ello. No se aceleró. En el primero, se buscaron lejos, con ritmo, a bote. Y el tanto, que murió en las tablas de contracancha, fue un dos paredes del de Ibero fallido pero astuto.
Y el arreón siguiente fue de pura dinamita. Basando su juego en un buen saque, en dar gas a la pelota, echar un paso hacia adelante, Irujo se hizo grande. Enorme. La tacada alargó la película. De tensión a terror. Tres saques y dos saque-remates cercenaron el primer asalto.
Se acercó Mikel con una apertura bonita y sumó con pose de artista en el albero -cuerpo tieso, mirada al techo, espalda ligeramente arqueada hacia atrás, valiente- con una pasa del Cuatro y Medio de Juan que se perdió por muy poco. Le metió un saque y puso el 3-7 para respirar.
No le duró la alegría. Porque, el de Ibero, muy centrado, explosivo, protagonizó la siguiente tacada. Al de Zaratamo le faltó instinto, pero Juan levantó unas pelotas espectaculares. Martínez de Irujo, rápido, felino, atrapó una volea en el txoko brutal y asomó potente. El tanque de Ibero inició el aplastamiento. Metió ritmo, Urruti se enredó en él y el alma de asesino le falló en el momento clave. Vivito y coleando, a un buen Irujo se le encendió la bombilla. A la siguiente le endosó un saque y un dos paredes. Pablo Berasaluze desde la silla, con el 4-11, a un centímetro del descanso de la tele dijo basta. Paró el partido.
Al volver de la silla, Urrutikoetxea mejoró. Una falta de saque del de Ibero le dio algo de vida. Más esperanza le otorgó una apertura en un tanto peloteado y otro fallo de su contrincante. Las dos caras.
Empieza la remontada Pero se le deshilachó la final al vizcaino. Se fue Irujo hasta el 10-20 sin oportunidades para el de Zaratamo. Le faltaba la intención y cruzar pelota con la izquierda. Si bien físicamente, en acciones defensivas, mostraba genio y forma, cuando tenía pelota no metió miedo. Sí Juan, arrebatado, en una versión grandilocuente. Puro músculo. Dinamita. Además, Urrutikoetxea se desesperó entre un par de estorbadas y una pelota que dio en la cámara de televisión pero que iba al frontis.
Con Mikel vacío cerró su quinto descanso Berasaluze II. Le dijo que sufriera. Que siguiera. ¡Sufre! ¡Eureka! Que había que seguir peleando. Le remontó el gas el paso por la silla y comenzó la rebelión. Otra vez. Ya lo hizo en cuartos de final, aunque sin tanto premio y menos presión. Le marcó la ruta Sébastien Gonzalez: “Hay que esperar y no dejar que acabe contigo”. Caza al cazador. Paciencia y resistencia. Joe Frazier en Manila y un pelín de suerte. Falló un gancho Irujo claro, que fue chapa y no volvió a oler el saque, su mejor arma. Mikel se tomó la revancha, se revolvió. Le nació la fiera. Tres saques en ese tramo le dieron alas, movió mejor la pelota y la derecha de Juan no le respondió igual al inicio. Increíble. Uno se esfumó y el otro se creció. De hecho, el vizcaino hizo su mejor tanto en el 19-20 con un gancho brutal. Del 10-20 al 22-20. Así se escribe la historia.