Los termómetros habían avisado pero la realidad fue mucho más dura. El intenso calor que ayer vivió Donosti castigó de lo lindo a los corredores y los 30.000 dorsales que partieron a primera hora desde la localidad fronteriza de Behobia sufrieron lo suyo hasta cruzar la meta en el Boulevard donostiarra. Tales fueron los esfuerzos y las altas temperaturas que incluso hubo que lamentar la desgracia de un corredor navarro de 31 años que falleció al poco de cruzar la meta por parada cardiorespiratoria, además de otros cinco atletas que permanecían ingresados en la UVI al cierre de esta edición. Para el resto de participantes, sin embargo, la tremenda paliza sí mereció la pena. Las reservas de agua y sales minerales que en los días previos habían ingerido en cantidades industriales mitigaron el desgaste, mientras que otros hicieron lo propio con geles y barritas energéticas. Pero el complemento vitamínico definitivo, otro año más, fue el aliento del multitudinario público que llevó en volandas a todos y cada uno de los runners desde el kilómetro cero. Especialmente volvieron a resultar espectaculares los pasillos de gente formados en Rentería, en el durísimo Alto de Miracruz o en el tramo final, en un atestado Boulevard que vistió sus mejores galas para recibir a los cerca de 30.000 valientes que ayer decidieron calzarse las zapatillas.

Precisamente ese calor humano fue el recuerdo que todos ellos se llevaron a casa con independencia de su resultado. Y por ese aliento incansable la Behobia-San Sebastián continúa sin tener parangón entre las carreras populares de Europa. Y por eso ayer batió su récord de participación, otro más, que según adelantó esta semana la organización ya no tiene mucho más margen de crecimiento. Entre ese tercio de atletas se dieron cita ayer 1.074 procedentes de Álava. La gran mayoría se desplazó en el día, al alba. Desde el grupo de Running Fiz, por ejemplo, se organizaron tres autobuses que partieron al filo de las seis de la mañana. Ambiente inmejorable en el trayecto y también en la salida en Behobia, donde ya al filo de las diez de la mañana hacía un sol de justicia. Por allí pululaban a esa hora alaveses como Martín Fiz, que al final de la carrera detuvo el crono en un espectacular 1:09, o Elena Loyo, la corredora de Murgia que se llevó el tercer puesto en féminas (1:14). También Marc Hurtado cuajó una buena matinal dadas las circunstancias, firmando una hora y nueve minutos al final de los 20 kilómetros.

Alejados de la tiranía del crono, y más si cabe ayer con la dureza que se venía por delante, también apuraban el pistoletazo de salida otros grupos de entrenamiento como los del equipo Maldan Gora, cientos de aficionados a título individual como Mikel Molinuevo o veteranos de la Behobia como Iñaki Casas, César Azkarate e Iñaki Moya, que bajaron todos de 1:40 aún pudiendo haber mejorado sus marcas. Pero ayer no era el día. “Hoy ha tocado ser cautos y atender a la organización, que ya nos había advertido del calor, así que hoy no tocaba nada de marcas y sí disfrutar del ambientazo de la carrera”, valoraba Casas en la Plaza de Gipuzkoa, punto dispuesto por la organización para el reencuentro con los amigos y familiares.

Para debutantes como Zuriñe Berriozabal la experiencia, además de “merecer mucho la pena”, resultó “única”. Completó su primera carrera de larga distancia por debajo de las dos horas y se llevó consigo el recuerdo “imborrable” de la gente que nunca dejó de animar, “algo que es muy difícil de explicar si no lo vives en persona”, valoraba con tremenda satisfacción en presencia de sus dos hijos, que se acercaron hasta Donosti con unas camisetas de apoyo a su madre.

Como estaba previsto en su caso y en el del resto de alaveses, la fiesta de la Behobia no concluyó tras cruzar la línea de meta y recibir la simbólica medalla. Después de una ducha más que reparadora, todos enfilaron sus caminos hacia otra cita, esta vez gastronómica. El grupo de Fiz, por ejemplo, disfrutó del chuletón, la tortilla de bacalao y la sidra en Aginaga, cerca de Orio, mientras que Zuriñe, Casas y Moya escogieron un coqueto local en Igeldo para disfrutar del mismo menú en compañía de amigos como Marta, Nino e Izaskun. Los hubo también que se decantaron por los pintxos en el Casco Antiguo o los que regresaron de vuelta a casa porque a la tarde tocaba jaleo en el trabajo. Sea cual fuere el plan escogido, de lo que no hay duda es de que las experiencias personales tras la carrera coparon todas y cada una de las sobremesas. Unos porque superaron sus objetivos, los otros porque vencieron la dureza del sofocante calor y los de más allá por la pura satisfacción de haber terminado, que ayer no era poco. Solamente el tono de euforia bajó cuando los móviles confirmaban el fallecimiento de un compañero y el ingreso en la UVI de otros cinco. “Gajes del oficio cuando acaba corriendo tanta gente”, masculló uno de ellos.