El niño afrontaba un nuevo curso. Abandonaba la escuela para dar el salto al instituto; hay cambios a los que la vida obliga sin elección. Aparece el temor de los desconocido. “¿Qué me encontraré? ¿Y mis amigos?”. Los padres, que desean lo mejor, apelan a la sabiduría popular: “Llévate bien con todo el mundo; hay que tener amigos hasta en el infierno”. En la bisoñez, son consejos ininteligibles, pero Jose Mourinho es maduro.
No es que el entrenador portugués sea de hacer amigos. Es más, asegura que los tiene contados en el mundo del fútbol, a pesar de que con él ha viajado la creencia de que se ganaba a cada vestuario que pisaba. En el Real Madrid no debió ser el caso. Solo Arbeloa le evoca: “Es un antibalas para el vestuario”, dice, como últimos resquicios del pasado. En el Chelsea, según ecos del vestuario que recoge la BBC Radio con la voz del presentador Garry Richardson, hay quien sostiene: “Prefiero perder que ganar para Mourinho”.
El luso es un técnico sobre la cuerda floja, un inclinado funambulista que está más cerca de su destitución que de los títulos a los que recurre cuando es cuestionado en su profesión. Llegados a este punto, solo dos factores pueden estar encadenándole al banquillo del errático Chelsea: el desorbitado finiquito de más de 40 millones de euros, según la prensa inglesa, y la masa social, porque en el fútbol, el poder es del pueblo. Con los petrodólares del magnate que preside el Chelsea, el despido es accesible, por lo que Mou necesita apoyo, gente que le respalde, porque los resultados, que imponen el destino, no le acompañan y es el juicio popular, como en el coliseo romano, el que puede darle lastre para anclarse al cargo. En la sexta derrota en once jornadas, ante el Liverpool (1-3), el técnico del vigente campeón fue vitoreado. “No son estúpidos”, dijo, acreditando el conocimiento de la masa blue. La grada protege al luso, con su plantel decimoquinto, a cuatro puntos del descenso. Todavía.
Pero hay otras fuerzas que tienen influencia y, por tanto, poder. Son las de sus compañeros de gremio, en quienes podría encontrar compadecimiento. Pero este campo lo ha minado. Ha sembrado una legión de enemigos, a los que, por cierto, les va muy bien. En Inglaterra colideran la clasificación el Manchester City y el Arsenal, dirigidos por Manuel Pellegrini y Arsene Wenger, ninguneados por Mou; en Alemania manda el Bayern de Guardiola; en Italia, el Inter de de Roberto Mancini es colíder con la Fiorentina; en España, Rafa Benítez, a quien tanto ha desacreditado el luso, tiene al Real Madrid en la cima.
Aquí, algunas de las balas disparadas contra ellos por el portugués: “Con Mancini la única cosa que tengo en común es que los dos somos entrenadores”; “¿Tres años sin ganar ninguna Premier? No creo que yo todavía tuviese trabajo; en seis meses destrozó al campeón de Europa” (sobre Benítez, cuando estuvo en el Chelsea y en el Inter); “Guardiola tiene una Champions que a mí me daría vergüenza de ganarla”; “Wenger, Ferguson y Benítez nunca serán tan especiales como yo”; “la diferencia entre Pellegrini y yo, es que si me voy del Madrid, yo no me iré al Málaga”.
Es solo una pequeña representación de la indecorosa rivalidad que ha sostenido con todos ellos, que ahora se mecen en el cielo, mientras observan desde la nubosa azotea cómo Mourinho afronta su ciclo más oscuro como entrenador, cómo trata de sobrevivir en el infierno defendiéndose con su vulgar egolatría, arremetiendo contra los árbitros en lo deportivo, ausentándose de la responsabilidad de dar la cara ante los medios de comunicación. “No tengo nada que decir”, esgrimía tras ahondar la crisis del Chelsea, la suya particular, frente al antagonista Jurgen Klopp, un tipo simpático que, quizás porque lleva solo cuatro partidos en el Liverpool y en el Dortmund quedaba muy lejos de Londres, aún no se ha sido objetivo dialécticamente de Mou. Klopp sí se compadeció del luso: “Lo siento por Mourinho, pero esto es nuestra profesión”, esa en la que ha forjado los enemigos. Y es que, al fin y el cabo, como dice, “tampoco Jesucristo era simpático para todos, así que imagínate yo”.
Dicen que en los peores momentos es cuando se descubren a las grandes personas. Mou puede darse importancia. No hace feliz al aficionado blue, pero sí a muchos otros miles de personas, entre ellos, Pellegrini, Wenger, Guardiola, Mancini o Benítez, que miran atentos. Amigos hasta en el infierno.