londres - Si honestamente Jose Mourinho se considera a sí mismo como el mejor entrenador que puede tener el Chelsea, al ponerse delante de los micrófonos ayer, después de caer por 1-3 frente al Liverpool, de firmar la sexta derrota en once partidos, solo podía decir lo siguiente: “No estoy preocupado por mi futuro”. En este sentido, es coherente el portugués, mayor adulador de sí mismo. El problema es que su cargo no lo decide él, sino el presidente de la entidad, el ruso Roman Abramovich, de quien nade sabe cuánto combustible maneja en forma de paciencia; la fe del portugués es infinita: “No creo que sea mi último partido en el Chelsea”. Es The Special One, claro.
Los pupilos de Mou se adelantaron en el marcador de Stamford Bridge. Lo hicieron en el minuto 3 de partido, con gol de Ramires con asistencia de Azpilicueta. Mientras la afición se desataba haciendo cábalas, atisbando un haz de luz que podía ser el hilo de seguridad al que aferrase para salir de la cueva, de la oscuridad que atraviesa el campeón de la Premier League, Mourinho no torcía el gesto. Ni una mueca. Nada que pudiera proyectar un mínimo de alegría, como si en su interior viajara el mayor de los agoreros.
La sartén, sin embargo, la tenía por el mango el técnico luso, que podía decidir cómo trazar los derroteros de la contienda. Pero el hilo de luz se fue estrechando. Sus discípulos, sus ideas, se fundieron. El Liverpool, renovado por la alegría de Jurgen Klopp, el antagonismo de Mou en un banquillo, The Normal One, ganó terreno.
El Chelsea dejó de construir, si es que llegó a fabricar en algún momento. Con luminarias como Fábregas o Hazard en el banquillo, con una propuesta que abandona la brillantez, el permanente cortocircuito en el centro del campo dejó apagado al equipo, que corre en el campo, pero sin el compás que marcan los artistas.
El equipo de Klopp también se fundamentaba en el músculo. El rigor táctico atenazaba al equipo como lo hace con el Chelsea. Glyne, con sus internadas por la banda derecha, era el único que rompía el guión y, por tanto, la previsibilidad. La debilidad de este Chelsea defendiendo un resultado era la única llave del Liverpool.
Pero entonces apareció el fantástico Coutinho, que hizo la luz con un genial recorte y un posterior disparo que puso las tablas cuando anochecía la primera mitad.
El segundo acto confirmó el dicho sobre el daño que hacen los goles previos al descanso. El Liverpool se adueñó del devenir moviendo la pelota, abrazándose a ella. Y de nuevo Coutinho recompensó la voluntad. El gesto fue calcado al del primer tanto, pero con la otra pierna: recorte y disparo, que desvió Terry y el balón se detuvo en la red. La tragedia se mascaba entre los inoperantes blues, secos de reacciones, de alternativas, de recursos.
La agonía se estiró con los minutos; Mourinho sostenía el gesto del tanto del Chelsea, deshabitado, pétreo, testigo no obstante de su posible funeral. Benteke sentenció la liza con el tercer gol de la tropa de Klopp, que no conoce la derrota tras dos victorias y dos empates, amparado por la fiabilidad alemana y el arte brasileño.
“No tengo nada que decir”, declaró Mourinho, huyendo de las valoraciones de la derrota. Pasota. Irresponsable. “Lo único que sé es que ahora cuando regrese a casa me encontraré una familia triste y entonces lo que intentaré hacer es ver un poco de rugby y desconectar de todo esto”, añadió. Gélido, parece que ni siente ni padece desde las catacumbas. El Chelsea es 15º, con 11 puntos y a 14 del liderato. El crédito se agota, aunque ayer la afición le coreó -“¿Que los hinchas corearon mi nombre? Los aficionados no son estúpidos”, dijo-, mientras el equipo sigue desangrándose. Está apeado de la Copa de la Liga tras caer esta semana ante el Stoke, la liga parece ya una quimera y la Champions, donde el equipo es tercero de grupo, puede ser el golpe definitivo para su despido la próxima semana. Entre 40 y 50 millones de euros de la posible indemnización pueden ser ahora mismo su cordón umbilical.
“Los aficionados no son tontos, no tengo que decirles nada. Saben lo mucho que lo estamos intentando mis jugadores y yo, y saben por qué estamos cosechando resultados negativos”, concluyó. ¿Acaso hay fantasmas sobrevolando Stamford Bridge? Quizás solo los vean los ojos de alguien especial.