londres - En el templo del rugby, Twickenham, un estadio catredalicio, epítome de un deporte parido en las islas, encontró la inmortalidad la salvaje Nueva Zelanda, dueña de las llaves del universo oval. A los All Blacks, el mejor equipo de siempre, no hay nada que se le resista después de ondear su bandera negra, su helecho plateado sobre la roca australiana (34-17). Los neozelandeses, emperadores del juego fueron capaces de esquivar las maldiciones, esa que decía que ninguna selección vencía dos veces consecutivamente el cetro mundial, y alcanzar una cumbre que nunca antes nadie holló: el tricampeonato mundial. Una historia formidable para un equipo irrepetible. La copa Webb Ellis, ese trofeo dorado, brillante, que se ve minúsculo en las manos de gigantes, celebró a la mejor generación de rugby de la que se tiene constancia. Nueva Zelanda, un país que mitifica el juego, repleto de ciclópeos jugadores que idolatran el oval, un pelotón que no resiste comparación en los incunables, talló una delicatessen en la final para festejar el mejor de los festines, por único y exquisito. Los All Blacks, una sinfónica de rock&roll, se coronaron en el trono del rugby desde la excelencia, agarrados a su ataque, a un mar enbravecido que arrastró la resistencia Australiana, cuyo combate dignificó el magnífico logro de los neozelandeses en una final estupenda. Los aussies, que estuvieron en el sótano durante un gran techo, prisioneros de la marabunta de los neozelandeses, restablecieron sus constantes vitales con una portentosa reacción que les situó a un dedo de los neozelandeses en el meridiano de del segundo acto. La esperanza del volteo sobrevoló Twickenham hasta que el periscopio de Dan Carter vio una rendija para colar un drop para la eternidad. El pateo del apertura, que maneja su zurda con precisión quirurjica, apagó el fuego australiano, avivado cuando la final estaba barnizada con un punto caótico. El desorden lo provocó la amonestación de Ben Smith por una defensa ilegal. En los diez minutos en los que Nueva Zelanda perdió a uno de sus peones, -dominaban los All Blacks por un incontestable 21-3 en el amanecer del segundo acto-, Australia, orgullosa y corajuda, valiente hasta la última pulgada, horadó un par de ensayos que dejaron la final a un palmo de distancia: 21-17, menos de un ensayo de distancia entre los habitantes del Mar de Tasmania. Entoces se abrió paso el majestuoso Dan Carter, un guante en su siniestra, para afeitar a los aussies. El drop del apertura vacunó el ímpetu de Australia, que claudicó mientras observaba el excleso ensayo de Barret y una definitiva patada de Carter, ganzúa de la final.
eléctrica nueva zelanda Los golpeos de Carter, su pie izquiedo envolviendo el oval, fue el prólogó y el epólogo de un duelo sin conservantes ni colorantes. Carter fue el hilo conductor de un combate tremendo por intenso y emotivo entre dos selecciones conmovedoras. Arrancó Nueva Zelanda picando rueda, a toda pastilla. Enchufados los All Blacks, repletos de voltaje, iniciaron el asalto sin desmayo. Elécticros en el juego a la mano, veloces, acudían como un enjambre de avispas en busca de la línea de marca. Frente al monocultivo neozelandés, Australia sembró el campo de minas para cortocircuitar el flujo de los All Blacks, intrépidos, elásticos y arrolladores. Los aussie armaron un dique de contención sostenido por la numantina tercera línea. Encapsulado el duelo en los táctico, en el ajedrez entre el toque de corneta de los All Blacks y la trinchera aussie, el juego de pies desbrozó el marcador. Carter lubricó su puntería con un golpe de castigo que respondió Foley por el lado australiano después de un error de Ben Smith. Respiraban los aussies con dificultad ante el perpetuo asalto neozelándes, una manada de bisontes en estampida con la coreografía del ballet del Bolshoi. En ese paisaje Australia acumuló golpes de castigo. Dan Carter, frío ejecutor, se cobró los derechos de autor. 9-3. La final se inclinaba hacia Nueva Zelanda, tremendo la escuadrilla de Steve Hansen en la percusión. A Australia, sin manos para el ataque y el alejamiento del oval con patadas como recurso para despegarse del velcro de los All Blacks, se vaciaba en el achique, incapaz de rastreas el rayo neozelandeés, que armó su pimer ensayo a travé de una fantástica combinación por el costado que apadrinó Nehe Millner-Skudder. La transformación de Carter dejó boqueando a los aussies: 16-3 y con Giteau y Douglas fuera de combate. Australia, grogui, sobrevivió por el gen competitivo de su tercera línea, excepcional su resistencia al castigo ante la exhuberencia de Nueva Zelanda, brillante en cada cuadrante. Los All Blacks vivían en la opulencia, más sí cabe cuando Nonu robó una pelota y rajó con el escalpelo una diagonal que mandó a los de Cheika a la UCI. 21-3. Una paliza.
despertar australiano Apenas había recorrido un par de zancadas la reanudación y un viaje lunar separaba a Australia, desvalida, y Nueva Zelanda, portentosa. Ocurrió que el destino o la física, repelió el intento de Carter en la transformación. Al infalible Carter se le torció el gesto y Nueva Zelanda arrugó los hombros. Los aussies, con un pie en el abismo, tocaron arrebato. La vida en cada batalla. Avanzaron con la determinación de los descamisados. Los All Blacks perdieron las perspectiva y el sistema nervioso se les agitó. Australia no iba a entregarse. En una de sus feroces incursiones llevaron al límite la defensa neozelandesa. Tanto que Ben Smith se quedó en el arcén. Pockock posó el oval y Australia, febril, creyó con los puntos de Foley. 21-10. Los aussies gobernaban la final. Zarandearon a los All Blacks por las solapas. Ataque total. Kuridrani se ganó otro ensayo. Foley le acompañó con la transformación. En diez minutos había nacido otra realidad. 21-17. Inimaginable. Los All Blacks se descosían, arrancados a girones por el galope aussie. Nueva Zelanda navegaba a orillas del pánico hasta que la reclusión de Ben Smith tocó a su fin. Emparejadso en efectivos, con la final en un ensayo, asomó el instinto de Dan Carter, que se inventó un drop para descorchar los fastos de un equipo inalcanzable. Oro negro.
Nueva Zelanda34
Australia17
NUEVA ZELANDA: Moody (Min. 59, Ben Franks), Coles (Min. 65, Mealamu, Owen Franks (Min. 54, Faumuina), Retallick, Whitelock, Kaino (Min. 71), McCaw (Min. 80, Cane), Read, Aaron Smith (Min. 71, Kerr-Barlow), Carter, Savea, Nonu, Conrad Smith (Min. 40, Williams), Milner-Skudder (Min. 65, Barrett) y Ben Smith.
AUSTRALIA: Sio (Min. 59, Slipper), Moore (Min. 56, Polota-Nau), Kepu (Min. 59, Holmes), Douglas (Min. 15, Mumm), Simmons, Fardy (Min. 60, McCalman), Hooper, Pocock, Genia (Min. 70, Phipps), Foley, Mitchell, Giteau (Min. 26, Beale), Kuridrani, Ashley-Cooper y Folau.
Marcador: 3-0, Min.7: golpe de castigo de Carter. 3-3, Min.13: golpe de castigo de Foley. 6-3, Min.26: golpe de castigo de Carter. 9-3, Min.35: golpe de castigo de Carter. 16-3, Min.40: ensayo de Milner-Skudder que transforma Carter. 21-3, Min.42: ensayo de Nonu. 21-10, Min.53: ensayo de Pocock que transforma Foley. 21-17, Min.65: ensayo de Kuridrani que transforma Foley. 24-17, Min.69: drop de Carter. 27-17, Min.75: golpe de castigo de Carter. 34-17, Min.79: ensayo de Barrett que transforma Carter.
Árbitro: Nigel Owens. Amonestó a Ben Smith por NZ. Estadio: Twickenham, ante 80.125 espectadores.