santander - En la niebla, a ciegas, las distancias se miden palpando. Lenguaje táctil. Braille. En la azotea de Fuente del Chivo, invadida por un manto blanco, flotante, que cubría a los corredores, siluetas que se intuían, perfiles difusos, fantasmagóricos, apenas se distinguía a nadie. El sonido era el del esfuerzo. Jadeos. La cortina de humo frío, denso, surgió cuando Alto Campoo se extinguió y se estiró la brea hacia un lugar en el que la Vuelta no había parado. Paisaje Lunar, inexplorado. En ese tramo se desmarcó De Marchi (BMC), que se abrió paso con las tijeras entre la niebla después de derrotar a Puccio, José Joaquín Rojas, Quintero y Chérel, el primero en apretar el gatillo. Su disparo, seco, se quedó corto porque Alessandro de Marchi fue el más certero, el más largo y el más fuerte. Se impuso su presencia. Su sonrisa tintineo en la niebla. El italiano encabezó la avanzadilla en un día que colocó la escala sobre la cornisa del norte, el infierno donde la carrera tira los últimos dados. En esa partida están involucrados Aru, Purito y Dumoulin, principalmente. Aru y Purito comparten modales y gustos. Suben al ataque. Montañeros con currículo, licenciatura y máster en las cumbres, Aru y Purito se embarcaron en la misión de alejar a Dumoulin, -le rascaron 20 segundos-, que pertenece a otra especie. Lo dice su escudo de armas, su talla y su peso. El holandés sube para no perder tiempo mientras imagina el miércoles, la planicie, Burgos, el hombre contra el reloj.

En la niebla, donde la vista es un sentido menor, acaso prescindible, accesorio en todo caso, el holandés olió el miedo cuando no pudo tocar a Aru, que es una profecía que se cumple así misma. El sardo aventuró el ataque un día antes. No esperó a que el muro blanquecino se interpusiera a sus deseos. Cruzó la frontera. “Hay que tener cojones parar dejar a Dumoulin”, certificó Chaves en la víspera. A Aru le sobra arrojo y valentía. Avivado el fuego durante la ascensión por Luis León Sánchez, encargado de encender la hoguera, y arengado por Mikel Landa, que con su portentoso relevo echó queroseno al grupo, Aru agarró la antorcha para adentrarse hacia lo desconocido. Lo hizo a la vista de todos. No sabe el italiano expresarse de otra manera. Desenmascarado. Aru solo maneja un registro. Ni un paso atrás. Quintana, recuperadísimo, próximo a una versión acorde con su calidad, y Jesper Hansen fueron los únicos en identificar las señales de humo del italiano que en cuanto la carretera eleva el tronco se sube a él. Humeaba Aru, febril, el frenesí cosiéndole el maillot rojo. A la carga. Era su pronóstico. “Probaré algo”. Purito, Valverde, Chaves y Dumoulin, entre otros, prefirieron un ritmo más sosegado, economizando energía ante la efervescencia del líder. Aru, pura pirotecnia, era una pira que pretendía deslomar a Dumoulin. En el estirón le acompañó Quintana, al fin acomodado, aliviado tras unos días en los que se sintió deshabitado, donde su único inquilino era la debilidad y las dudas en su rendimiento le señalaban el arcén. El colombiano esperó y volteó su cuerpo. Rehabilitada la salud, Nairo Quintana se grapó a Aru, alegre y pizpireto el pedaleo al comienzo, retorcido el gesto a medida que la rampa prensaba las piernas.

Dumoulin, a ritmo En la nebulosa, con ese poder hipnótico, narcotizante, de la niebla, penduleaba el italiano y sacaba la lengua Dumoulin, un Robison Crusoe sin Viernes. El holandés se quedó aislado cuando Chaves, Purito, Majka y Valverde, que lo pasó mal, -“quedan dos días durísimos. Yo espero estar mejor que hoy (por ayer)”, dijo- reactivaron el pulso. Dumoulin, alma de contrarrelojista, miró al regulador. No le sobraba oxígeno, pero le alcanzaba para sobrevivir en Fuente del Chivo. Cogió aire, respiró y se aplicó en mantenerse a flote para que las manecillas, indiferentes a unos y otros, no le cayeran de golpe. Alumno aplicado, no despegó los codos del pupitre. Es su método. Resistir. En la otra orilla pedalea Fabio Aru, que deshilachó el grupo a tres kilómetros de meta. Al italinao le pudo el ansia, su irrefrenable apetito por las ganacias. Quería más tiempo.

Quintana, inmutable el gesto, feliz en su interior, donde se había encendido nuevamente la luz después de varias jornadas sombrío, en el sótano, se destacó de Aru en el desembocadura de la etapa. “Han sido días de pasarlo muy mal y al parecer va pasando lo peor. Espero poder luchar al menos por el podio; quedan aún bastantes etapas para recuperar tiempo y que se pueden aprovechar”, destacó el colombiano, de regreso. Quintana limó siete segundos a Fabio Aru, al que también accedieron Purito y Chaves, más precisos en la medición que el sardo, al que la euforia le catapultó con cierta premura.“He atacado a tres kilómetros de meta. ¿Pronto? Sentía que era el momento. Tengo que intentar ganar segundos y marcar diferencias etapa a etapa. Yo he hecho mi carrera. Tengo que endurecer la carrera y distanciar a Dumoulin”, se defendió Aru, al que después del entusiasmo le visitó el sufrimiento para darle un par de palmadas que le acartonaron el ritmo, endurecidas las piernas, de madera. A pesar de ello, a Aru le saludó con un guiño la calculadora. Dumoulin, de nuevo luchando contra la ley de la gravedad, se dejó 19 segundos con respecto a Aru y uno más con Purito. El holandés se encuentra a 49 segundos del líder. Un poco más lejos. “No sé cuánto tiempo tengo que sacarle. No tengo ni idea. Él es muy fuerte en la contrarreloj, sí, pero será en la tercera semana y no es lo mismo. Todos estamos cansados”. De todo ello fue testigo borroso Fuente del Chivo, donde se coronó De Marchi y Aru le ganó un palmo a Dumoulin.