rodez - En Mende, en del aeródromo, donde Stephen Cummings, un avión, un reactor desatado, despellaja la conmovedora inocencia de Pinot y Bardet, los franceses que toman aire, estiran los músculos y cruzan algunas palabras antes de negociar el descenso de Croix Neuve que han coronado hace un momento para estrellase por culpa de su cháchara parvularia que impulsa al hombre de Qhubeka a la Luna, a un triunfo solemne,- el primero de un equipo africano en el Tour- el día que se honra a Nelson Mandela, el líder que tumbó el apartheid, la carrera se condensa en un vis a vis entre Froome, el líder sólido, y Quintana. Segundo en la general tras desplazar a Van Garderen, el colombiano es el opositor más consistente a la dictadura del británico, otra jornada luciendo los vatios de su inseparable potenciómetro.
En Mende, donde Jalabert hizo temblar a Indurain veinte años atrás en una etapa guardada en la vitrina de los incunables de la Grande Boucle, se deshojó la margarita. Ocurrió en el espigado y corto Croix Neuve, donde a la carrera, que camina fatigada, retorcida por el calor, se le descolgaron varios pétalos. Los dientes de un puerto desplomado despejó las vistas en el Macizo Central, que filtró aún más la general. El relleno del trono de Froome es cada vez más mullido, más gomaespuma. La ecuación de los cuatro fantásticos, que después fueron cinco con Van Garderen, se ha simplificado. El duelo es un asunto de dos, un diálogo intímo entre Froome y Quintana, una pareja en flashback. Su historia se asemeja demasiado a la que vivieron en 2013. Uno de amarillo, Froome; el otro de blanco, Quintana. A la espera de los Alpes, la cordillera que anhela Quintana, el Tour se desplegó en la pista de aterrizaje de Mende, un campo de minas. Allí emergió Quintana, dispuesto a guerrerar, a desgastar a Froome. En el último puerto, el calor una corbata con nudo windsor que ahogaba el gaznate, las rampas orgullosas, Quintana radiografió cuerpo a cuerpo un Tour que se queda en los huesos. En la máquina de Rayos X aparecieron las dolencias de Contador, al que las mejores piernas se le quedaron en el Italia, cuando se pintó de rosa; el suplicio de Nibali, desteñido desde que comenzara la carrera, corajudo ayer, pero con el motor sin turbo, y los achaques del reservado Van Garderen, ovillado de mala manera en una subida de pura supervivencia en la que también penó Gerain Thomas. La ventosa de Croix Neuve exigía piolet y crampones. La cota era un Himalaya que repartió plomo en los pedales, arena en los pulmones y madera en las piernas.
Froome, aislado En ese ecosistema, los halcones del Sky, vuelos rasantes los suyos en Pirineos, se quedaron sin plumas. Explotaron con el sonido de que hacen las palomitas en el microondas. Plop,plop, plop. El fuego lo había encendido Nibali, cuyo coraje, su amor propio, no le cabe en el maillot de Italia. Se rompió la camisa el siciliano, y, de pronto, el tren inglés que había triturado el ánimo a los rivales de Froome descarriló en un punto inesperado. El empuje de Nibali, de mala mañana porque le habían robado en el hotel las gafas con las que se había visto ganador en los Campos Elíseos un año antes, dejó daños colaterales. Con el ataque del tiburón, Van Garderen, el norteamericano discreto, el que corría plegado en el bolsillo de Froome, entró en crisis. Tejay, que pasaba inadvertido, camuflado en ese mantra de “virgencita, virgencita, que me quede como estoy”, se encorvó, cheposo por la tortura. Le tocaba sufrir en un puerto tramposo, trilero, -3 kilómetros al 10% sobre el perfil-, una empalizada repleta de alambres. La espinada cota se le cruzó a Van Garderen. No fue al único. Las sensaciones que se le clavaron el norteamericano y que habían descuartizado el grupo de los fugados, donde Bardet mostraba el aguijón y Pinot la serenidad para acercarse hasta él, también parasitaron sobre el organismo de Contador, Nibali y Thomas. “Mi interés era seguir a Froome. Me ha sacado de punto, quería aguantarle, pero no ha sido posible”, confesaba Contador, que perdió 19 segundos con el británico y el colombiano.
Nairo Quintana, el rostro petreo, concentrado, ni una mueca, giró la tuerca. Quintana piensa en la próxima semana, en los Alpes, pero decidió actuar antes, ayer, en la Croix Neuve. En un puerto intenso, concentrado, que era una garrapata, el colombiano comprobó la vulnerabilidad de Froome, que no contaba con aguadores. Quintana, con ese estilo tan depurado, minimalista, descubrió algunas rendijas en la armadura de kevlar del británico. El líder, una roca inaccesible, se hizo, por un instante, de carne y hueso. A Froome le dolía el arrojo de Quintana, que continúa creciendo a medida que el Tour se estira.
“Quintana ha lanzado varios ataques, he tratado de no dejarle escapar”, dijó el británico, al que le costó afeitar al a Nairo. Con todo, enroscado en el potenciómetro, Froome encapsuló a Quintana antes de superar el puerto. “No he tenido miedo, he sentido el tempo, el ritmo y en el momento que lo he tenido claro he ido a su caza. Sabía que podía atraparle antes de la cima”. En la cresta de Croix Neuve, coronada por Bardet y Pinot, después descatalogados por la velocida kamikaze de Stephen Cummings en el descenso, asomaron Quintana y Froome, esposado el uno al otro. A su espalda, Contador intentaba reconstruirse ladrillo a ladrillo, el material con el que se había levantado el muro de las lamentaciones. Valverde se situó a su vera. Caminaron juntos hasta que el murciano, las piernas en estampida, tachonó a Contador. Para entonces, Van Garderen, que sigue pensando en el podio, -ahora es tercero-, había perdido su referencia. También el sorprendente Geraint Thomas, escudero de Froome, que retrocedió un paso después de las exitosas jornadas en las que avanzaba sin descanso. Ayer, el éxito absoluto fue para Stephen Cummings. Intrépido, fugaz, avanzó más que nadie. El ciclista del Qhubeka alcanzó a Bardet y Pinot, que estaban a lo suyo, pensando en medirse entre ellos, cuando el británico llegó en cohete, salvaje, y les dejó con un palmo de narices. Adelantó al dúo francés sin compasión. Lo celebró con la mano abierta, dispuesta a dar ayuda, como el proyecto Qhubeka, el de Sudáfrica, el país que reconcilió Mandela. En el día que se conmemoraba su figura, le honró su pueblo. En Mende, Cummings homenajeaba a Madiba. El lugar donde Froome y Quintana intimaron.