rodez - Desprovisto del casco verde, la pintura de la regularidad, la que también tiñe su maillot, la gorra sobre su pelo revuelto, Sagan mira al horizonte, perdido en la resignación. Su rostro es una mandíbula apretada por la rabia. Mastica hiel. Negado. Otra vez segundo. Masculla su cabreo Peter Sagan, de natural pizpireto, bromista, revoltoso. En su cabeza le martillea una pregunta: ¿Por qué? No encuentra respuesta. O sí. “Ha sido mi error. He esperado mucho tiempo”, se explicaba a sí mismo el eslovaco. Diálogo interno. Sagan en el diván. Tumbado en la camastro de la impotencia, no existe consuelo para él, capaz de vaticinar el triunfo de su compañero Majka, al que aconsejó una fuga y nulo, sin embargo, para autorrecetarse un consejo ganador. Sagan no para de negar en el podio, donde recoge el maillot verde. El color de la esperanza es resignación para Sagan. Ni el saludo de Hinault, un luchador como él, un boxeador del ciclismo, obstinado, apaciguaba la tormenta interna de Sagan. Su cabeza se columpiaba de este a oeste. No, no, no y no. Cuatro veces segundo en este Tour que le maltrata y le pisotea la moral, que baila claqué sobre su orgullo. A Sagan, si existe, le persigue un mal de ojo.

En Rodez, con todo a favor, le parcheó el triunfo Greg Van Avermaet, espléndido el belga en un sprint durísimo sobre una colina cheposa en medio del bochorno, de la canícula del julio francés. Sagan era un tatuaje sobre el ropaje del belga, extraordinario en los últimos metros. Por un instante, la meta, con aspecto de tobogán, vio deslizarse a Sagan, que trazó por dentro en una curva. MotoGP. Le faltó repris a su maniobra. Avermaet soportó la embestida por el lateral. No había ángulo muerto para el belga. En ese momento, Sagan, anulado, pedaleó por un instante de forma extraña, patosa. Se dejó un trozo de velocidad y un puñado de energía. Con el asfalto desprendiéndose cuesta abajo, Van Avermaet conquistó el carril central. Sagan le encimaba. Era el momento del remonte, de mostrarse más poderoso y veloz. Cuando debía escupir su velocidad, Sagan se atragantó. Van Avermaet, afilado, lamiendo el manillar, las piernas largas, sostuvo su apuesta. Metrónomo. A Sagan no le quedaba ni la inercia. Se fundió la bombilla de su sprint. Apagón. Lo que era oscuridad para Sagan, otra visita más al sótano, a la despensa de su miseria, fue un neón luminoso para Van Avermaet, victorioso, feliz. Sagan, un metro más atrás, rebobinaba su mal fario. Se le agolpó una filmografía completa. Cuatro películas con idéntico final en los 13 días de competición. La saga de Sagan. Poulidor eslovaco.

Al desenlace de ayer llegó Peter a última hora. Con muchas prisas. Tal vez se arrepintiese después Sagan, que se subió con el tren en marcha, como Avermaet o Bakelants. En el último kilómetro aún respiraba la ilusión de Kelderman (Lotto-Jumbo), Gautier (Europcar) y De Gendt (Lotto-Soudal), supervivientes de la escapada que peleó hasta el desagüe la victoria etapa. Antes el pelotón había borrado el esfuerzo de Haas, (Cannondale), Périchon (Bretagne) y Geniez (FDJ) por la grupa del Macizo Central, la factoría de un ciclismo de forja. Tajo y horno. A 36º, el sol lanzando puñetazos sobre la carrocería del pelotón, con las ventanas abiertas, desabrochados los maillots, a dos hojas, se descarnó Jean Christophe Peraud, arrastrado por la lija del asfalto en una caída en solitario. La pierna y el brazo izquierdos, en carne viva. Gritos y sangre. Al francés le está despellejando el Tour. Segundo en la pasada edición, hoy es un penitente. Desarticulado a más de 50 kilómetros de meta, Peraud, solo ante el peligro, desafió a su destino trágico. Gary Cooper. Cabalgó ensangrentado, dolorido, entre gasas, vendas y cuidados médicos. Ni con ese aspecto de veterano de guerra, de combatiente malherido, se bajó de la bicicleta. Apretó los dientes y tiró para delante. En el camino, en su calvario, en esa cruz que arrastraba, apagó la sed de sus compañeros repartiendo agua. Un héroe anónimo. El líder a servicio de sus gregarios.

Los colmillos de mende En el Sky no hay dramas. Vive con la habitación limpia y ordenada, nada altera el curso de la carrera. Froome, reforzado tras su paseo en carroza por los Pirineos, descontó otra etapa del almanaque y se dejó ver en el balcón que daba a meta. París está más cerca. Solo los Alpes, imponentes, son un reclamo para quienes secundan al británico, si bien Contador citó el final de hoy en Mende. “Con tres kilómetros al diez por ciento, habrá gente que pierda tiempo, esperemos no estar entre esos”, dijo el madrileño. Quintana también advirtió sobre Mende, que puede ser un lugar para la batalla, pero su cálculo es más lejano. “Nuestro objetivo es tratar de ir recuperando un poco y llegar con fuerzas a los Alpes para intentarlo. Trabajaremos para evitar cualquier problema, y si es necesario, seguramente Alejandro ayudará para lograr desbaratar el equipo a Froome una vez entremos en la última semana”, subrayó Quintana, al rival que más atención presta Froome, dichoso tras fintar los peligros de una llegada construida con el filo de las rotondas. También las sorteó Sagan antes de anudarse por un error con nombre y apellidos: Greg van Avermaet. Maldito Sagan.