BILBAO. El Tour afrontará este miércoles el paso por el Tourmalet en el transcurso de la undécima etapa, que finalizará en Cauterets. Se trata de "la montaña" de la carrera francesa, que este año cumple 102 ediciones. Pasar en cabeza por su cima abre un lugar en el libro de oro de la carrera y para el simple aficionado, una foto inolvidable.
Un puerto de "mal retorno", según la traducción en lengua gascona, un lugar simbólico, de culto para profesionales y aficionados, que guarda como un tesoro la épica de la carrera y del ciclismo. También un desafío, un símbolo que tuvo su origen en el deseo de probar los límites humanos.
El primer paso hacia la leyenda del ciclismo tuvo que ver con Napoleón III, quien en 1846 ordenó abrir un sendero por la corta vegetación de la zona para tener acceso a manantiales de agua que tenían propiedades curativas.
Fue en 1910 cuando empezó una relación eterna entre el Tourmalet y el Tour de Francia. El periodista de L'Auto, Alphonse Steines, precursor del actual L'Equipe, recibió un encargo de su jefe, Henri Desgranges, organizador del Tour en 1910, ávido de incluir en la carrera terrenos para la épica.
Steines, como un explorador que parte hacia lo desconocido, se adentró en un entorno donde aún habitaba el oso pardo y el lobo. Una nevada le cortó el paso al vehículo, así que el aventurero echó a andar y a pesar de que la noche se le echó encima anduvo muchas horas hasta que apareció al otro lado de la montaña.
Cuando Steines llegó a la localidad de Bareges, al pie del Tourmalet, lo primero que hizo fue acudir a la oficina de telégrafos para mandar un mensaje a Desgranges: "He cruzado el Tourmalet. La carretera es buena y transitable".
Interpretación "sui generis" del periodista. Una mentira que más de un siglo después el ciclismo agradece. Fue el origen para que "El camino de mal retorno" se convirtiera en la montaña de las montañas del Tour, donde cada vez que se visita se llena de cientos de miles de peregrinos de la bicicleta.
Al superar los 2.115 metros de altitud, un monumento recuerda a Jacques Goddet, director del Tour de 1936 a 1947, pero el homenaje se lo da cada uno que llega a ese punto, porque una foto junto al cartel no debe faltar en todo héroe anónimo que se da la paliza para superar los 17 kilómetros de ascenso al 7,1 por ciento de pendiente media.
Octave Lapize, en 1910, fue el primero en conquistar la cima del Tourmalet, y días más tarde se enfundó el maillot amarillo como ganador del Tour. Este corredor-leyenda fue uno de los campeones del Tour que se dejaron la vida en la I Guerra Mundial.
La última vez que se subió el Tourmalet fue en 2014 y lo superó en cabeza el francés Blel Kadri.
Los ciclistas españoles han coronado el Tourmalet en 17 ocasiones. El primero de ellos, Vicente Trueba, en 1933; el último David de la Fuente en 2006. Dos cántabros abren y cierran el historial.
Otros nombres ilustres del ciclismo nacional tienen su nombre en el historial del Tourmalet: Julián Berrendero, Miguel Poblet, Federico Martín Bahamonte, con 4 pasos en cabeza líder de los españoles, Julio Jiménez, Paco Galdos, Lale Cubino..... El libro de oro del Tour se acuerda de una cima que además otorga el premio Jacques Goddet.
"La primera vez que subí recuerdo que iba escapado y todos los rivales iban desperdigados por el puerto. Eran tiempos muy difíciles, las bicicletas pesaban el doble que ahora y no teníamos apenas desarrollos", recuerda Bahamontes, que coronó en cabeza el Tourmalet en 1954, 62, 63 y 64.
Sin embargo, Julio Jiménez desmitifica el puerto en cuanto a dureza. "Es el puerto más famoso, pero no el más duro. Costaba mucho más trabajo subir el Galibier o el Izoard", recuerda.
El pasado y el futuro confluyen en los símbolos del Tour, y el Tourmalet es uno de los que dejan huella indeleble.