- La realidad es tremendamente tozuda. Durante los últimos Juegos Olímpicos de Londres de 2012, de las 17 medallas que la delegación española se trajo en la maleta once fueron de mujeres o selecciones femeninas. Hace unos meses, en los Nacionales de Natación en piscina corta celebrados en Sabadell, esa fuera de serie llamada Mireia Belmonte batió el récord del Mundo en 1.500 metros, récord del Mundo. Aquel día su gesta compitió en el prime time de los principales canales deportivos con el último cambio de look de un jugador del Real Madrid. Perdió, claro. Con las chicas de Londres pasó otro tanto de lo mismo. La fiebre inicial que desató aquel registro de medallas daría paso después a un desesperante tiempo de silencio que solo se rompió cuando alguna de ellas fue capaz de triunfar, que no asomarse si quiera, a la elite. La nómina de deportistas que compiten a ese nivel también existe en Álava, que cuenta con casos como el de Maider Unda en lucha, Eli Pinedo en balonmano o Irantzu García en esa modalidad tan extraña para una capital como Vitoria que es el curling. En todos estos casos también el efecto es similar al de las chicas de Londres, al de Belmonte o al de Carolina Marín, absolutamente desconocida hasta que se le ocurrió poner el nombre de España en lo más alto del mapa mundial del bádminton femenino. Entonces sí, ahí llegaron con inusitada cadencia todos los reconocimientos habidos y por haber. Tocaba. Meses después la jugadora onubense se vio envuelta en una desagradable polémica con su federación y su presidente, David Cabello, al que pidió públicamente su dimisión por un asunto relacionado con sus derechos de imagen. La misma clase de lío, por cierto, que la semana pasa llevó al equipo nacional de fútbol a pedir la dimisión de su entrenador, Ignacio Querada, tras un decepcionante mundial en Canadá. En este caso, los motivos esgrimidos por las 23 futbolistas fueron las “carencias” demostradas por el seleccionador en la preparación de la cita.

Queda claro, por tanto, que la notoriedad pública sigue dependiendo del éxito deportivo. Y todo aquello que escape a este injusto cordón umbilical pasa desapercibido con total seguridad. Sin éxito, el reporte mediático y social es residual. Por si había alguna duda al respecto, un estudio elaborado por el Centro Tucker para Investigación de Niñas y Mujeres en Deportes de la Universidad de Minnesota, advertía recientemente que los medios de comunicación solo cubren del 2% al 4% de las deportistas en los Estados Unidos, cuyos espectadores mayoritarios, los que van entre 18 y los 34 años, tienden a observar a las deportistas de manera sexualizada.

Un dato desalentador para una radiografía donde también se constata que el profesionalismo deportivo para las mujeres, en muchos casos, es una quimera o que las chicas dejan de practicar deporte a los 16 años, una cruda realidad vendida como un algo natural cuando en realidad no es sino la constatación más evidente de que llegadas a ese punto, las chicas continúan jugando en inferioridad numérica respecto a los chicos. Ni la oferta es la misma ni desde luego los recursos económicos son iguales.