El verano pasado, antes de poner rumbo a Bilbao para disputar con Estados Unidos la fase de grupos del Mundial, Stephen Curry contaba, divertido, que semanas atrás, en un bar cercano a su casa de Oakland, una camarera se había negado a servirle una cerveza porque no llevaba ningún documento de identidad encima y creía, pese a sus 26 años, que aún no tenía la edad obligatoria para consumir bebidas alcohólicas. Semanas antes, en una entrevista en la ESPN, a James Harden le preguntaron si sería capaz de afeitarse la barba por un millón de dólares. “No”, respondió sin vacilar. ¿Y por cinco millones? “No”, repitió después de un corto silencio. ¿Y por diez? “Entonces podríamos empezar a hablar”, soltó juntó a una sonora carcajada. El rostro aniñado del base de los Golden State Warriors y la poblada barba del escolta de los Houston Rockets se han convertido en el presente curso en las nuevas imágenes de marca de la NBA al tiempo que ambos jugadores han dado un paso al frente en sus carreras para convertirse en los máximos aspirantes en la carrera hacia el MVP de la temporada por delante de clásicos como Kevin Durant, último ganador del trofeo pero lesionado durante gran parte del último curso, o LeBron James. Como muestra de la constante regeneración de la que presume la liga estadounidense, ni Curry ni Harden quedaron entre los cuatro primeros en las votaciones del curso 2013-14.

The Baby Faced Asassin (el asesino con cara de niño) y The Beard (la barba) han amasado estadísticas espectaculares, han protagonizado numerosos highlights pero, además, han alcanzado la madurez necesaria para convertirse en mascarones de proa de dos franquicias que están protagonizando magníficas temporadas (Golden State y Houston acabaron la temporada regular en las dos primeras posiciones en la ultracompetitiva Conferencia Oeste y de momento tienen encarriladas sus respectivas series en la primera ronda del play off). Ambos jugadores han coincidido a la hora de reconocer que buena parte de la solidez adquirida por su juego en los últimos meses se debe a las semanas de trabajo que compartieron en la selección de Estados Unidos a las órdenes de Mike Krzyzewski junto a otras estrellas como Kyrie Irving, Derrick Rose, Anthony Davis, Klay Thompson o DeMarcus Cousins. “La selección me ha enseñado buenas lecciones para poder ser un líder para los Warriors, lo importante que es comunicarse e involucrar a todo el mundo, desde el primer jugador hasta el último”, dijo Curry durante el parón del All Star. “Sin duda, entrenar y competir día tras día con los mejores te obliga a crecer y a madurar”, añadió Harden sobre una selección estadounidense que ya en la fase de grupos de Bilbao borró las dudas que podían generar las ausencias de James, Durant, Paul George, Russell Westbrook, Blake Griffin y Chris Paul, entre otros, para acabar adjudicándose el oro con absoluta autoridad.

Espectáculo y eficacia En el plano individual, Curry y Harden han sido capaces de prolongar la excelencia prácticamente desde el arranque hasta el final de la temporada regular, más allá del fulgurante arranque de Anthony Davis (New Orleans Pelicans), la sucesión de triples-dobles tras el All Star de Russell Westbrook (Oklahoma City Thunder) o el partido de 37 puntos en un cuarto de Klay Thompson (Golden State Warriors); y su irrupción en la cúspide de la pirámide de las estrellas llama más la atención que los 25 puntos, 7 asistencias y 6 rebotes de media que firma LeBron James (Cleveland Cavaliers), una brutalidad que en su caso se considera ya el pan nuestro de cada día.

A base de su innata capacidad para fusilar de tres puntos (ha batido la plusmarca de más triples convertidos en una temporada en la historia de la NBA que él mismo ostentaba, dejándola en 286), de sus espectaculares penetraciones a canasta desafiando a gigantes con su cuerpecillo de 1,91 metros y 83 kilos y su abracadabrante dominio del bote y las fintas que ha dejado a más de un par tirado en el suelo, Curry, ayudado por un plantel de primer nivel, ha llevado a los Warriors a una extraordinaria marca de 67 victorias y solo 15 derrotas, la mejor de toda la NBA, lo que les otorga el factor cancha a su favor en todas las eliminatorias que disputen, algo vital para un equipo que solo ha perdido dos partidos en su feudo. La alegría contagiosa que transmite su juego y sus promedios (23,8 puntos, 7,7 asistencias) le han convertido en uno de los jugadores favoritos del gran público. ¿Su última víctima? Los Pelicans, a los que en la madrugada del viernes coló un triple lateral con dos rivales encima para forzar la prórroga antes de colocar el 3-0 en la serie.

Por su parte, Harden, otro icono popular que ha conseguido poblar las gradas de todas las canchas de la NBA de aficionados con barbas de pega, ha firmado este curso los mejores números de su carrera en puntos por partido (27,4, segundo de la liga tras Westbrook), asistencias (7), rebotes (4,7), robos (1,9) y nadie ha viajado más que él a la línea de tiros libres debido a su portentoso juego ofensivo y, sobre todo, a sus penetraciones marca de la casa, absolutamente imparables para sus pares. Además, a sus conocidas cualidades individuales ha sumado una capacidad de liderazgo novedosa que ha permitido a los Rockets superar las lesiones, sobre todo la de Dwight Howard, para convertirse en uno de los grandes gallos del Oeste.