gasteiz - “No digas nada”, ordenó la organización al speaker de la carrera, que apagó el micrófono que anima las salidas en el momento del corte de cinta. No había nada que celebrar. Se impuso el silencio, la tensión y el ceño fruncido en el pelotón, paralizado, indignado por la falta de seguridad en la Gran Vía, por los malditos bolardos, pésimamente señalizados, que provocaron una estremecedora caída que dejó sangre, huesos rotos y el escalofrío recorriendo la espina dorsal de los ciclistas que se unieron para protestar contra la ausencia de seguridad. Samuel Sánchez, Nairo Quintana, Michal Kwiatkowski y el líder, Matthews, encabezaron la protesta. Haimar Zubeldia, en un segundo plano, intercambiaba impresiones con José Luis de Santos, presidente de la Asociación de Ciclistas Profesionales, que agrupó a los corredores alrededor del paro para que “la organización reflexione sobre lo ocurrido. Debe primar la seguridad de los corredores, que de por sí se la juegan”. A un palmo del Guggenheim sonó el silbato que anunciaba el arranque de carrera. Nadie pedaleó. El pelotón se plantó. Grita con el silencio.

Fue la respuesta de los ciclistas al parte de guerra que se produjo el lunes en Bilbao por culpa de unos bolardos que estaban donde no tenían que estar y que provocaron una caída durísima, que dejó maltrechos a Sergio Pardilla, espeluznante su imagen sobre el asfalto bilbaino y no menos preocupante su parte médico, Stetina, Yates y Edet, todos ellos fuera de carrera por una accidente que pudo haberse evitado de muchas maneras. Eso es lo que enfureció al pelotón. “Bastaba con poner unas vallas protegiendo la llegada, situar una persona con una bandera y un silbato señalizando el peligro o retirar los bolardos, como se hizo en la Vuelta. Cualquier cosa menos lo que había”, expuso el presidente de la ACP, que redactará un informe que será enviado a la UCI. La causa de la caída fueron los pivotes de hierro coronados con un cono, color naranja, a modo de señalización de peligro. Una solución del todo insuficiente. “Eso es imposible verlo cuando la carrera va lanzada, los corredores tienen metida la cabeza en el manillar, van justos de fuerzas, sufriendo y prácticamente solo ven la rueda del que siguen”, explicó De Santos, que enfatiza que la caída del lunes no fue un caída normal, “en la que el corredor se va al suelo y sufre las quemaduras típicas en la piel. Hablamos de un golpe seco contra un obstáculo que los corredores no pueden ver”. “Fue una trampa para los ciclistas”, subraya José Luis de Santos.

una mañana agitada Sobre esa trampa versó la explanada del Guggenheim, agitada. En uno de los muchos corrillos charlaron los miembros de la organización, a los que la noche se les hizo larga, esperando noticias, preocupados por lo sucedido, por el estado de salud de los ciclistas implicados en la caída. “Se tenía que haber previsto y haber colocado más vallas”, apuntó José Luis Arrieta, presidente de la organización, a modo de autocrítica. Arrieta, no obstante, explicó que la idea de los conos no salió del organismo que lidera. “Los conos no los pusimos nosotros”. La organización apuntó que una cobertura del 100% es imposible, aunque tenemos que “asumir las responsabilidades que nos achaquen los corredores y directores”. “Hoy hablamos de los bolardos, pero lo importante es garantizar la integridad física de los ciclistas”, reflexionaba Eugenio Goikoetxea, director del Caja Rural, equipo en el que milita Sergio Pardilla, el peor parado del golpetazo. “No podemos estar pendientes de los bolardos o de que salga un niño entre el público. Hay que mejorar la seguridad en general”, determinaba Goikoetxea antes de la reunión en el autobús con el resto de compañeros de Pardilla, que pasó una buena noche dentro del cuadro clínico que presenta. “Está mejorando y eso es lo más importante”, indicó Goikoetxea, serenado el equipo después de las buenas noticias que llegaron desde el hospital. Neil Stephens, director del Orica, también perdió a uno de los suyos: Adam Yates, obligado a dejar la prueba después de romperse el dedo de una mano al impactar contra la protección de los contenedores. “Hay que reflexionar, darse cuenta de que eso no tenía que estar ahí, porqué nadie se ha dado cuenta de ello”. “Los bolardos no tenían que estar ahí”, destacó Bingen Fernández, director del Garmin-Cannondale, que explicó que “a esa velocidad, con la carrera lanzada, no se pueden ver”. “Eso fue lo peor”, describe Josean Fernández, Matxin, que no duda en señalar que fue una “negligencia”, el no haber retirado los obstáculos. “No hay que eludir responsabilidades con estos temas”.

Los corredores se expresaron con contundencia antes de la salida, de su plante. “¡No más País Vasco para mí! ¡Muy enojado! No estoy seguro sobre el mobiliario utilizado en las carreteras en la parte final, aunque era recta”, escribía Yates en su cuenta de Twitter. Juanjo José Lobato (Movistar), compañero de José Herrada, que se fue al suelo pero pudo tomar la salida, aunque eran visibles sus curas, escribió: “Nos jugamos la vida en casa sprint... Y esto se puede evitar, ¡joder!”. Fran Ventoso tampoco se mordió la lengua: “Estoy indignado, ¿a nadie le importa el ciclista? ¿Dónde están los que nos tienen que defender y revisar recorridos? Por su parte, Carlos Barbero (Caja Rural), camarada de Sergio Pardilla, estaba encendido: “5 minutos de un hombre con un banderín y un silbato podían haber evitado meses de tortura de 4 ciclistas. A 60km/h y 190ppm un cono no vale”. Así gritó el pelotón, con un silencio ensordecedor.