De todo lo llamativo que rodea al resultón Baskonia de Ibon Navarro, la evolución (o involución) y catalogación de la pareja de bases es uno de los retos del entrenador, la prensa y la afición. Cada partido es un microcosmos en el que el Dr. Jekyll y Mr. Hyde pueden alternarse en la misma persona en cuestión de minutos. Como la relación entre Patricia Arquette y Christian Slater en Amor a Quemarropa, parte de la fascinación que a este columnista le producen Mike James y Darius Adams surge de la promiscuidad para la autodestrucción de ambos. James fue el hombre del día en el partido ante Olympiacos. Antes de su frenesí final, una oda al descontrol, su actuación quizás fue el resultado del metajuego mental que Navarro puede estar teniendo con los dos americanos que gustan a la gente. James se activó con robos, rebotes, cargas defensivas y enérgicas transiciones mientras Adams se diluía en pérdidas. Por momentos parece que el entrenador ha optado por el reforzamiento positivo y negativo con sus bases. Si se les empieza a ver el cable pelado por fuera de la cabeza, Ibon los sienta. Y si se enganchan al partido sumando en facetas del juego que no tienen que ver con la anotación, Ibon les suelta la soga en ataque. Es como el chantaje encubierto que se le hace a un niño pequeño o la solución de un pragmático que ha asumido que, a día de hoy, la única manera de compensar los déficits de los dos es sumando todas las cosas positivas que pueda por el camino. Por momentos durante el partido ante el Olympiacos faltó que a James le diera un caramelo cada vez que robaba un balón como los entrenadores le dan un pececito al delfín si hace bien un ejercicio en el acuario, y a Adams una descarga eléctrica cuando perdía balones estúpidos.

Si en anteriores partidos James no supo gestionar la frustración, contra el Olympiacos fue incapaz de administrar la euforia. Convirtió la resolución de un encuentro decisivo en su show particular y sepultó una actuación primorosa con tres decisiones que bien pudieron arruinar un partido. Que de hecho dejaron a los griegos dos opciones en bandeja para ganar, no debe olvidarse. Se sigue pidiendo paciencia para dos bases que están en su primera temporada en la élite. En la mayoría de los casos, este problema en concreto de James sí que parece cuestión de partidos y horas de vuelo. Aunque también hay ejemplos de que las cosas de la edad no siempre se curan con el tiempo, y ahí está el caso de Balotelli. Quién sabe si James madurará o se pasará toda la vida, como dice Sergio Terrazas, pensando que está jugando una pachanga con sus colegas del barrio y no al máximo nivel en Europa. El partido de exhibición en San Sebastián sirvió para extender el eterno mayo de París de Causeur, el líder indiscutible del equipo. El francés sigue haciendo cada vez más cosas bien dentro de una cancha de baloncesto. Es lo que los americanos llaman un All around player. En el reparto de inteligencias emocionales, se quedó la suya, la de Adams y la de James.

Derrota sí, bajada de brazos no Aunque el deporte de élite es un negocio en el que la victoria es el leit motiv de todo, perder es algo inseparable de esto. El aficionado sano e inteligente sabe discriminar entre las diferentes derrotas. El Alavés tuvo en Lugo una de esas que te dejan sin puntos pero en ningún caso vacío por dentro porque, en un partido que podía haber tenido la tentación de tirar cuando se puso cuesta arriba, eligió la opción de no bajar los brazos y luchar. No se rindió hasta el final y estuvo a un paso de rascar algo. Quizás no tuvo una salida convincente y cedió demasiados metros en algunos tramos de la primera mitad, pero la respuesta a los dos goles del Lugo fue contundente. Una vez más, el equipo no acertó a trasladar fuera de casa la versión aplanadora que han sufrido recientemente en sus carnes Zaragoza, Mallorca y Osasuna. Como dijo Caparrós del Camp Nou, el viaje a Mendizorroza comienza a ser para los rivales como la visita al dentista.

El clásico No fue traumática pese a la derrota la visita al Camp Nou del Madrid en el clásico, por cierto. Durante una hora jugó como en el jardín de su casa, con Benzema levitando por todo el campo y dando un recital de hacer de Riquelme siendo el supuesto delantero. Le faltó matar y, como casi siempre desde hace tiempo, le sobró Casillas, a media salida de la vida.