SAN REMO - Tan vieja, tan antigua y tan viva; tan sorprendente, tan deseada y tan bella; la classicissima, la dama aristocrática de la Italia ciclista, partió de Milán en invierno, entre aguaceros, ropa de abrigo y paraguas y desembocó, 293 kilómetros y casi siete horas después, en la soleada San Remo, a orillas del mediterráneo, en la ciudad festivalera en la que canta Italia y se broncea el ciclismo con el aire del Mediterráneo. En su avenida de siempre, en la Vía Roma, la mítica recta que vio alzar los brazos a tantos y tan buenos, un palmarés de piedras preciosas, era primavera. En medio de la estación de las flores, la fotosíntesis de Degenkolb (Garmin), un alemán rotundo que se agarró la cara y gritó después de subirse de un brinco a una victoria magnífica, la mejor de su vida.

Degenkolb alcanzó la gloria absoluta en un sprint que parecía escrito para el forzudo noruego Kristoff (Katusha), vencedor el año pasado en otra calle aunque en la misma carrera. Vía Roma se le alargó demasiado a Kristoff, no así a Degenkolb, que en entre la jauría, en la manada de lobos, que opositó al triunfo: Matthews (Orica), Sagan (Tinkoff), Bonifazio (Lampre) o Cancellara (Trek) fue un bisonte en estampida que abrió en canal Vía Roma. Una secoya en un jardín botánico. Pedaleó y cabeceó, obstinado, hasta remontar a Kristoff, al que le faltó gas a pesar de la alfombra roja que le había tendido Paolini, impagable su cuidado y lanzamiento, y dejar al resto en el retrovisor. Después bramó de felicidad, de incredulidad, por su florecimiento. Y lloró de emoción. Justo a tiempo. Con la primavera. “Hay que saber elegir el momento”, dijo el dichoso alemán.

El instante que encontró Degenkolb, el que se le escurrió la pasada edición, -“fue el momento más duro”, comentó después de la dicha- lo buscaron muchos. A la Milán-San Remo nunca le faltan pretendientes. Apenas desperezada, la clásica de los 300 kilómetros sumados los 8 de la neutralización, un grupo de once: Barta (Bora), Bérard (Ag2R ), Bono (Lampre), Dall’Antonia y Frapporti (Androni), Kurek (CCC), Molano (Colombia), Pauwels (Qhubeka), Peron (Novo Nordisk), Pirazzi (Bardiani) y Tjallingii (LottoNL), se lanzó a la aventura como aquellos marinos que partían en busca del fin del mundo, allá donde el horizonte es cielo y mar. Sobrevivieron hasta que la classicissima, dio voz a los más fuertes, cuando emerge la Cipressa, donde se atrancó Kristoff y se desvaneció Lobato (Movistar), devoradas las energías entre tanto trasiego. Van Aermaert, espectacular el BMC, Stybar, Nordhaug y Arredondo elevaron el tono hasta capturar a Bono, el único que aún respiraba entre los fugados. Después no hubo tiempo para el resuello, todo fue un constante jadeo, respiración entrecortada. Geraint Thomas (Sky) y Daniel Oss (BMC), intrépidos, doblaron la apuesta camino al Poggio, la subida que agitó aún más el champán.

Máxima tensión A Thomas, que logró descontar a Oss, lo enfocó el Katusha, picando piedra para Kristoff, olvidada su crisis de la Cipressa. Paolini, experto, analítico, estiró el cuello al grupo, y Van Aermaert, exuberante, espléndido, embolsó a Thomas. En el descenso del Poggio, la carrera subida para entonces en un cohete con destino a Vía Roma, cayeron el valiente Stybar, Ciolek, vencedor en 2013, que, rabioso, estrelló el casco en el asfalto, Gilbert (excampeón del mundo y un coleccionista de clásicas), y el arcoíris de Kwiatkwoski. Para ellos no había primavera. El ramo de flores sería para otro. La monumental Milán-San Remo aguardaba en medio de un torbellino, en una puja por el sprint. Kristoff se colgó de las piernas de Paolini para meter el turbo. Al dorsal del noruego se soldó Bonifizio, incapaz de sobrepasarle, hasta que el sprint se abrió hacia el centro de la calle, al corazón de la Vía Roma, donde, salvaje, desatado, imperial, brotó el hercúleo Degenkolb.

Clasificación final

J. Degenkolb (Garmin)6h46’16’’

Alexander Kristoff (Katusha)m.t.

Michael Matthews (Orica)m.t.

Peter Sagan (Tinkoff)m.t.

Niccolo Bonifazio (Lampre)m.t.