vitoria - El fuego de Nairo Quintana (Movistar), esa turbina que le empuja su escueto cuerpo como un demonio hacia las cumbres, derritió el congelado Terminillo, la montaña nevada. El frigorífico italiano heló a todos salvo al colombiano, un ciclista gigantesco, un Gülliver, que caído en Colombia emergió en el Terminillo donde se asomaba a la campaña europea. El señor de las cumbres, escalador puro, sin parangón, generó una explosión a cinco kilómetros de meta cuya onda expansiva no es que moviera el bosque de los opositores a la victoria, donde circulaban Contador (Tinkoff), Urán (Etixx), Nibali (Astana), Mollema (Trek), el líder Poels (Sky), es que lo deforestó y dejó un socavón, un cráter, un mundo de distancia. “Hubo un momento a falta de cinco kilómetros en que me sentía bien, he mirado atrás y he visto que no había nadie que demostrase especial fuera para poder seguirme. He acelerado en ese par de ocasiones, he visto que no venia ya nadie y he seguido fuerte hasta la llegada”. Palabra de genio.

Antes de la zona cero, Quintana, que corría abrigado por la estufa del escaso grupo que sobrevivía a una etapa afilada, repleta de aristas, se camufló por detrás del fosforito de los Tinkoff, del negro del Sky y del azul cielo del Astana. Quintana, inteligente y jerárquico, se abrazó a un segundo plano, tímido, lejos del escaparatismo, de los focos, hasta que atizó la hoguera y que se golpeó el pecho con fuerza, reafirmándose, feliz, un redoble de alegría en el Terminillo. Nairo, que antes de la carrera de los dos mares señaló a Contador, ganador el pasado año, como el más fuerte, como el patrón, el hombre al que le colgó la responsabilidad, dejó que se expusieran otros antes de exhibirse. El colombiano alado mantuvo el pulso sereno, consciente de que sus piernas son prodigiosas, dos muelles. Acodado lejos de miradas indiscretas, Quintana no perdía detalle. Brambilla trabajaba para Urán, Krauziger iluminaba con el frontal a Contador, Mikel Nieve cuidaba de Poels, Mollema se mantenía firme y Vincenzo Nibali hacia de equilibrista. Al siciliano la cabeza le quería mantener en el grupo, pero sus piernas, tozudas, le llevaban la contraria. Acallado el fogueo, las ráfagas que alumbró Krauziger tras recibir las órdenes de Contador, buscando un segundo aliento los favoritos, con el valiente Scarponi aún por delante, superviviente último de una escapada que se gestó en el kilómetro diez, Nairo Quintana abrió la llave del gas. Se orilló al margen de la carretera desde la tripa del grupeto, piso a fondo y todo quedó en el retrovisor, salvo Scarponi que cayó metros después. El despegue de Quintana, cara descubierta, piernas centrifugando, fue el de un proyectil. Practicó el colombiano la estrategia de tierra quemada en una ascensión fría, larga, tendida y dura, con un desnivel medio del 7% y rampas del 12%, en una montaña alopécica que perdía foresta a medida que se imponía la altura.

demoledor Hacia el encuentro de su imponente figura, a 1º bajo cero, -los operarios pasaban el escobón en la cumbre para quitar la nieve que se aposentaba en la carretera-, se lanzó Quintana, que no encontró respuesta en el resto de favoritos, despojados de su púrpura a jirones. Contador y Urán necesitaron prismáticos para ver a Quintana, que levitaba sobre los pedales, con un gesto entre el esfuerzo y la media sonrisa. Para entonces Poels, el líder inesperado, tenía que utilizar el telescopio. Destemplado, nunca más se supo. Deglutido Scaporni, que apenas resistió un par de pedaladas el despertar de Nairo, Mollema se enrabietó y se estiró para alcanzar a Nairo. El holandés cogió un buen ritmo y se destacó de Contador, Urán y Purito Rodríguez, que también circulaba entre los mejores. Sucedía que Quintana, incandescente, aliento largo el suyo, no cedía ni un palmo en su heráldico pedalear, en el que ganaba tiempo, tanto que se instaló en el liderato con una renta que le pone la Tirreno-Adrático en sus piernas a falta de dos jornadas, la última una contrarreloj. Ícaro a pedales le saludó entusiasmada la nieve del Terminillo, que recibió al señor de las cumbres con una genuflexión, derretida ante su apoteosis.