La juventud de Claudio Tamburrini estuvo marcada por sus dos pasiones. El fútbol y la filosofía. El exportero argentino, formado en Vélez Sarsfield, competía en los terrenos de juego por hacerse con el puesto titular de la portería del Almagro, equipo de la Primera B, con “un mito” del club, Hugo Piazza. Partidos llenos de tensión en busca del ascenso que Tamburrini compaginó con sus estudios universitarios. Un choque de valores que se le hizo difícil al exguardameta: “Eran dos mundos totalmente diferentes. Por un lado estaba el de la reflexión, el del pensamiento crítico de la argumentación, y luego el del deporte, que sigue siendo en una medida acrítico, sin cuestionamiento”. Días llenos de sueños en los que destacaban las aspiraciones de jugar en Europa o estudiar en otros países. Pero todo se vino abajo cuando el 23 de noviembre de 1977 fue secuestrado por la Junta Militar presidida por Jorge Rafael Videla. Fue enviado a la Mansión Seré, un centro de detención ilegal donde fue torturado y estuvo retenido durante 120 días. Su historia es una de las cinco que relata la película francesa Los rebeldes del fútbol 2, con la que se inauguró ayer la tercera edición de Thinking Football Film Festival.
La última mitad de la década de los años setenta fue una época turbulenta en Argentina. “No creo que haya habido en los últimos 150 años de Argentina un periodo tan difícil. Era una situación de caos económico, conmoción social, de lucha política e incluso armada. En el 75, comenzaron los secuestros de militantes políticos, que después del golpe militar serían más sistemáticos”, explica Tamburrini. El exportero vivía en aquel entonces en la “burbuja” del fútbol y pese a su pasado como militante, no se le pasaba por la cabeza lo que le iba a ocurrir aquella noche de verano: “Al igual que el pueblo argentino, vivía en un estado de desinformación. Cuando fueron a buscarme a mi casa no lo relacioné. No tenía ni idea del submundo en el que se caía. Uno era chupado por un agujero negro y, literalmente, desaparecía”.
Los primeros días en la Mansión Seré fueron un tormento para Tamburrini. Torturas constantes con picanas eléctricas y submarinos. Días en los que la Patota, nombre con el que se conocía al grupo interrogador, trataba de sacarle los nombres de otros militantes. No obstante, lejos de venirse abajo, el argentino mantuvo la cordura: “Era como si la cabeza me funcionara a 200 por hora. No creo que haya estado nunca tan lúcido como en el momento de ser torturado. Uno pensará que cuando te están machacando, te desesperas y no piensas. Es al contrario. Es como desconectar el sufrimiento corporal. El cuerpo sufre y la mente está en su pico más alto”. Los días pasaban y “nunca tuve, según indica, la sensación de muerte, tal vez por un proceso de negación, pero sí que estaba seguro de que no me iban a soltar”.
Por ello, Tamburrini y tres compañeros de celda decidieron fugarse. Encontraron un tornillo y lo utilizaron para abrir la ventana. Luego, soltaron el alambre metálico de la persiana y se descolgaron al campo utilizando unas sábanas. Una acción desesperada en la que fue clave la suerte. “Está el mérito del plan de fuga elaborado por mi compañero Guillermo y nuestra decisión de fugarnos. Pero todo fue ayudado por un golpe de suerte tras otro. Fue como ganar la lotería. Dos veces no se da esa fuga”, relata. Claudio era libre, pero, “víctima de la dificultad que supone abandonar el terruño”, decidió quedarse en Argentina y vivió in situ la victoria de su país en el Mundial de 1978. Un hecho histórico para el exportero: “Las Madres de Plaza de Mayo y otros grupos contactaron con periodistas de Europa y se comenzó a saber lo que ocurría. El pueblo argentino le quitó el Mundial a Videla y curiosamente se dio un fenómeno contrario al esperado por la Junta Militar, que quería conseguir con este evento un consenso internacional”.
El hoy filósofo no llegó a “sentir una sensación de libertad plena” hasta que llegó a Suecia, donde retomó el fútbol y sus estudios. Años más tarde sus sueños se habían hecho realidad. “Tuve la suerte, siendo un poco irónico, de que los militares me echaran. Lo malo, a veces conlleva consecuencias buenas, en mi caso fantásticas. Sin el secuestro y las torturas no sería el mismo que soy, porque estaría no sé en donde, viviendo no sé que vida? Mi vida me place, soy feliz y lo elegiría nuevamente”, relata Claudio, que en 2002 contó su testimonio en el libro Pase libre: la fuga de la Mansión Seré. Una fuga que cambió a Tamburrini y asestó un duro golpe a la dictadura de Videla, salvando las vidas de todos los presos que se encontraban en el centro de detención.