bilbao - Antonio Zea era un espécimen extraño dentro del ecosistema de su universidad en Estados Unidos. Era un deportista activo, pero no se dedicaba al fútbol americano ni al baloncesto, como la mayoría de los jóvenes. A él le gustaba otro fútbol, el de verdad, el que se inventó en Inglaterra. Así que se dedicaba a entrenar y jugar al soccer, que es como tuvieron el valor de bautizar los norteamericanos al balompié para poder seguir llamando fútbol a un deporte que ni se juega con el pie ni con una bola.

Tal era su pasión por este deporte, que a Zea le llamó la atención que una marca deportiva centrase casi todo su potencial en el fútbol. Era Adidas, la marca que patrocinaba su equipo en la universidad. “Yo que crecí rodeado por Nike, quería trabajar en Adidas”. Y con el tiempo lo consiguió. “Si era una empresa dedicada al fútbol, ¿por qué no trabajar para ella? ¿Por qué no dedicarme a lo que más me gusta?”, se decía. Y hoy es el día que lleva 18 años trabajando para Adidas. Actualmente es el director de Innovación de Adidas Fútbol y, con motivo de la XIV Semana de la Ciencia, Tecnología e Innovación que ayer se inauguró en el Palacio Euskalduna, está estos días en Bilbao. Eso sí, lamenta no haber llegado a tiempo para ver la victoria del Athletic sobre el Sevilla: “He tenido la oportunidad de ver San Mamés, pero no he llegado para el partido. Lo importante es que el Athletic ganó”.

En Bilbao ha relatado su experiencia en la elaboración de los dos últimos balones de Adidas, el Brazuca y el Smart Ball. El primero es el que se utilizó en el Mundial de Brasil el pasado verano y el segundo es la última joya de la marca, un balón inteligente que tiene un chip y varios sensores en su interior y que está diseñado para mejorar el entrenamiento. Antonio Zea detalló a los presentes cómo ha sido el proceso de investigación y creación de estos dos productos: “Me gusta hablar sobre ellos porque los productos que hacemos son como mis hijos”.

El proceso de creación del Brazuca tomó más de dos años y medio y requirió la colaboración de la NASA, así como ingenieros y miembros, por ejemplo, de la Universidad de Tsukuba, en Japón. Zea reconoce que en todo este proceso se ha divertido y ha disfrutado mucho, “pero quizás también ha sido el culpable de que me salgan canas”.

A Zea, como a todo su equipo, le gusta seguir a pies juntillas la máxima del fundador de Adidas, Adi Dassler: “Escucha, modifica y prueba”. Es por eso que todo lo que hacen en su laboratorio nace de las aportaciones realizadas por los deportistas. “Trabajamos para que mejoren los atletas”, explica, “así que estamos atentos a lo que nos dicen que necesitan, hacemos todas las modificaciones que haga falta y seguimos testando hasta dar con el producto final”. A pesar de ser el responsable de Innovación, Antonio Zea tiene claro que “no siempre hay que reinventar, hay que fijarse en lo que ya funciona”. Así que para el Mundial de Brasil partieron del éxito de los que eran hasta entonces sus dos mejores balones: el de la Liga de Campeones y el de la Eurocopa de 2012. “Analizamos todos sus componentes y nos fijamos en los paneles que los componían”. Tenían 32 y ellos querían que fuesen los menos posibles. Tras meses de estudios matemáticos y pruebas de aerodinámica, encontraron la forma perfecta de los seis paneles. Se trataba de una especie de hélices. “Con ellas también conseguimos otro objetivo: el balón tiene que ser bello”.

Ese fue el punto de partida de numerosas pruebas de todo tipo. En el túnel del viento se buscó que tuviese un vuelo predecible y, por supuesto, se hizo que cumpliese con todas las especificaciones a las que obliga la FIFA de peso, bote, absorción de agua, etc.

Adidas diseñó una pierna robótica que chutaba un balón cien veces seguidas de forma idéntica. Un radar se encargaba de vigilar que los cien balones tomaban exactamente la misma dirección y parábola. Solo así se consigue un balón preciso. A partir de ahí lo probaron 600 jugadores de todo el planeta, incluidos los participantes en el Mundial sub’20 de Turquía en 2013. Para ellos el balón se pintó con el diseño del antiguo modelo y nadie se enteró de que estaban haciendo de conejillo de indias del balón del Mundial de Brasil. Por último, tocó convencer a los jugadores de élite, una tarea nada fácil. “Los profesionales son muy difíciles de agradar”, confiesa Antonio Zea.

El último detalle fue la decoración y el bautizo del balón. Se decidió incluir las estrellas de la bandera de Brasil y dotarle de colores que imitaban las típicas pulseras de la suerte que llevan los brasileños. Su nombre, Brazuca, lo decidieron los propios brasileños a través de las redes sociales. El balón tuvo un éxito apabullante: se vendieron cuarenta millones.

el balón inteligente Adidas tiene firmado un acuerdo con la FIFA que expira en 2030. Hasta entonces, la marca deportiva será la encargada de diseñar todos los balones de sus competiciones oficiales. En 2005 consiguieron crear el primer balón con un chip en su interior, algo que podía servir para solucionar el problema de los goles fantasma en el Mundial de Alemania de 2006. Pero la FIFA se negó en redondo y Adidas tuvo que sentarse a reflexionar. ¿Qué podemos hacer con un balón que tiene un chip integrado? La solución no tardó en llegar: “Empezamos a investigar pensando en los 270 millones de personas que juegan al fútbol en el mundo. La inmensa mayoría no tiene un entrenador con el que aprender”. Así que decidieron crear un balón inteligente que permitiese trabajar y mejorar como futbolista en solitario.

“Tuvimos todo tipo de fracasos”, explica Antonio Zea, “pero al final conseguimos crear un balón que tiene unos sensores en el centro suspendidos con cables de kevlar”. El balón se conecta con un teléfono y facilita al usuario todo tipo de información sobre la velocidad de cada disparo, la fuerza del golpeo, la trayectoria, etcétera. Ocho años de trabajo han dado como resultado una “máquina de aprendizaje que cuanto más la golpeas mejor sabe qué tipo de tiros haces”. En junio se puso a la venta por 299 euros y ya se han vendido 85.000 ejemplares. El futuro del fútbol puede estar en los chips.