agosto de 2010. En uno de los fondos del Lokomotiv Stadium, terreno de juego del Lokomotiv Moscú, un grupo de aficionados despliega una enorme pancarta en la que reza la frase Thanks West Brom acompañada por el dibujo de un plátano. Es una pancarta hiriente, asquerosa, racista. El destinatario ni siquiera es un rival, sino un jugador del club que acaba de ser traspasado al conjunto de la Premier League tras tres años de buen rendimiento como delantero; no es extranjero porque a pesar de ser negro nació en Tashkent, Uzbekistán, en tiempos todavía de la Unión Soviética. El destinatario es Peter Odemwingie.

Odemwingie (15-VII-1981), internacional con Nigeria desde 2002, disputa el Mundial convertido en pieza importante de las Súper Águilas y es uno de tantos y tantos jugadores que han sufrido la ira de aficionados racistas en un estadio. Dani Alves, el pasado curso en El Madrigal, y Roberto Carlos, en su periplo en Rusia, vieron cómo desde la grada se les lanzaban plátanos; años atrás Eto’o amagó con marcharse del terreno de juego de La Romareda cuando un sector del público le dedicó insultos racistas y le provocó con sonidos que imitaban a los del mono, Balotelli, Boateng, Eboue... Los casos, lamentablemente, han sido numerosos, aunque en el de Odemwingie con el agravante, si puede haber un agravante en este tipo de actuaciones, de que los insultos procedían de los que habían sido sus propios aficionados y, por nacimiento, compatriotas.

“Lo cierto es que no me esperaba algo así, fue muy doloroso”, dijo en su día el jugador, de padre nigeriano y madre tártara, en diversos medios ingleses. “Sabía que había grupos racistas entre los aficionados de nuestro equipo, están en contra de todo lo que no sea ruso, no solo contra los negros. Incluso hay gente de Moscú a la que no le gustan los habitantes del resto del país. El racismo contra los negros está presente en los estadios. Cada vez que uno recibe el balón puedes escuchar los ruidos, los sientes. Para mí fue más doloroso que, por ejemplo, para un brasileño negro porque yo soy ruso”, argumentó. Odemwingie ha llevado una vida nómada y su mayor dolor es haberse sentido discriminado precisamente en el país que le vio nacer. Tanto su padre como su madre eran doctores y ambos decidieron desplazarse junto a Peter a Nigeria en el momento en el que la Unión Soviética comenzó su descomposición. Allí se enamoró del fútbol, deporte que en la década de los 90 vivía un momento de efervescencia en ese país africano, coronado por la consecución del oro en los Juegos de Atlanta’96, hito que Odemwingie celebró como un hincha más y que le hizo decidir que esa era la camiseta que algún día quería vestir a pesar de que su adolescencia la pasó a caballo entre Rusia y Nigeria.

Pese a su paso por las categorías inferiores del CSKA Moscú, fue en Nigeria, en el Bendel Insurance, donde hizo su debut a los 19 años como profesional. En 2002 le llegó la oportunidad de pasar al fútbol europeo de la mano del modesto La Louviere belga, conjunto que con él en sus filas vivió los mayores éxitos de su historia al ganar la Copa y jugar la UEFA. Su siguiente estación de paso fue el Lille, con el que debutó en la Champions, y en 2007 se produjo su fichaje por el Lokomotiv Moscú. Con el conjunto ruso disputó 75 partidos y marcó 21 goles sin llegar a jugar como ariete puro. Su rendimiento no fue decepcionante, pero, por lo visto, parte de la afición de su club primó el desagrado por el color de su piel al trabajo bien hecho. En 2010 recaló en el West Bromwich Albion, cuya afición le recibió con pancartas de apoyo sabedora del desprecio que había recibido en Moscú, y desde entonces su carrera se ha asentado en el fútbol británico, con el Cardiff como otra estación de paso antes de ser cedido el pasado mes de enero al Stoke City.

EL HIJO PRÓDIGO La trayectoria de Odemwingie con la selección nigeriana ha sido larga y duradera -asegura que su pasión por los Súper Águilas es tal que ya entrado en la veintena pero aún sin debutar con la absoluta seguía los partidos por la tele vistiendo su equipación entera, incluso las botas- pero se vio interrumpida en 2012. Acostumbrado a jugarlo todo, fue sustituido en el descanso en el debut en el banquillo de Stephen Keshi y decidió dejar la selección. “Creí que no tenía su confianza pero luego me di cuenta de que me confundí. Soy humilde y admití mi error”, reconoce. Pese a su prolongada ausencia, fue elegido por Keshi para el Mundial, decisión que en Nigeria recibieron con alegría, catalogándola como el regreso del hijo pródigo. A punto de cumplir 33 años, ha respondido a la confianza y con su gol ante Bosnia selló el primer triunfo mundialista de Nigeria desde 1998.