Escuchando sus ocurrencias uno no sabe muy bien si Roy Hodgson ha regresado de Finlandia, se siente todavía en Italia, sufre un acceso de morriña de los Emiratos Árabes o todavía está volando hacia Suiza. Dirige Inglaterra desde mediados de 2012 y no lo hace mal, mucho mejor desde luego que Fabio Capello, a quien sustituyó después de una serie de reveses inadmisibles de los que, por supuesto, el italiano del mentón prominente nunca fue culpable. Los fracasos encadenados por Inglaterra desde la Copa del Mundo que organizó en 1966 no parecen afectar a la locuacidad de Hodgson, quien cree haber detectado y enmendado algunas de las carencias de su selección. La verdad es que Inglaterra vive de su prehistoria y las expectativas que despierta en vísperas de cada competición carecen de más base que esa ineludible apelación a que los orígenes de este deporte le pertenecen. El copyright del pelotón es suyo, pero la gloria se le escurre desde hace demasiado tiempo.
En cualquier caso, la validez de los progresos del políglota Hodgson se examina a partir de esta noche ante Italia, por definición un mal enemigo. Tampoco será amable Uruguay, segundo emparejamiento, y habrá que ver si el choque con Costa Rica, tercero y último, posee alguna significación o queda en un trámite. Sobre el papel, cualquiera es más recomendable que el Grupo D para labrarse una reputación en este Mundial, pero el veterano técnico transmite serenidad. Es probable que después de haber aceptado encargos de toda condición en banquillos de medio mundo, nada pueda alterar su flema y un optimismo que en parte, repasando su convocatoria, está justificado.
Menos templado resulta el carácter de su mejor jugador, que se encuentra ante la penúltima oportunidad de adecentar su palmarés. Camino de los 29 años y habiendo consumido los últimos trece a tope de revoluciones, no resulta temerario apuntar que a Wayne Rooney se le termina el carrete. Todavía pillará otra edición de la Eurocopa, pero el siguiente Mundial le va a quedar lejos. Muy próximo a las cien internacionalidades, no sabe lo que es disfrutar. Su palmarés es extraordinario a nivel de clubes, pero paupérrimo con la selección. Doce títulos, entre ellos la Champions y el Mundial de Clubes, y un sinfín de distinciones individuales tras casi 450 partidos con el Manchester United, donde acredita una media goleadora próxima al 0,50, sirven para concretar la dimensión del futbolista total, seguramente el mejor dotado que existe para competir con soltura en un mayor número de demarcaciones.
Es tan completo Rooney que puede colmar de felicidad al entrenador más caprichoso. La aseveración se sustenta en su dilatada y no siempre cordial relación con Alex Ferguson, especial entre los especiales, a cuyas órdenes se le ha visto tapar el lateral izquierdo, dirigir operaciones desde el círculo central, moverse entre líneas como enganche o interior, acostarse indistintamente en ambos extremos o colocarse como ariete. Siete posiciones y dando rendimiento: trabajo, intensidad y muchísima puntería. Con Hodgson ocupará el puesto que mejor le va, por detrás del delantero, un poco a su aire, como corresponde a un tipo tan resolutivo. Dicen que está recibiendo críticas, que no carbura ni mezcla bien con sus compañeros, pero quien manda no duda de que es el faro que puede conducir a Inglaterra a cotas olvidadas. Y hay otro detalle: está hambriento tras el fracaso del primer año de la era postFerguson.
Bloque rejuvenecido Rooney contará a su lado con una generación de atacantes que se distingue por la velocidad y la potencia: Sturridge (35 goles en 49 partidos con el Liverpool), Lallana y Welbeck. Unos metros por detrás Gerrard y su escudero Henderson o el eterno Lampard o Wilshere, la inteligencia personificada. Laterales con llegada y buen toque, Johnson y Baynes. Un portero de garantías y dos centrales serios como ellos solos, Cahill y Jagielka. Posee mimbres Hodgson para enterrar esa maldición que ha condenado a su país a la eliminación vía penaltis con una frecuencia extraordinaria desde que en Italia 1990 disputase las semifinales.
En Italia, como tantas veces, se detecta una base de la Juventus, la que sujeta la estructura, y diversas alternativas para montar un centro del campo poderosísimo, donde Pirlo lleva la batuta y De Rossi, Verratti o Thiago Motta se multiplican. También va surtido en ataque, con centrocampistas que llegan fácil (Marchisio y sobre todo Candreva) y jóvenes diligentes y con olfato para barrer el frente. Orden táctico y una querencia por el desdoblamiento alternando con ingenio y criterio el pase corto y el desplazamiento profundo, son algunos rasgos predecibles de este combinado.
Una de las pegas que cabe poner de antemano al comportamiento de la azzurra acaso sea un hecho que escapa a todo control: la excesiva dependencia de Mario Balotelli. Para ser más precisos, el éxito de la culminación del juego varía en función de con qué pie se levante Mario Balotelli, dotado física y técnicamente para destrozar defensas y estampar porteros y sin embargo errático hasta decir basta. Quienes conocen a Cesare Prandelli confían en que sepa llevarle para que no ceda a la indolencia o a las reacciones extemporáneas.