Volvía el Deportivo Alavés al estadio municipal de La Victoria para medirse al Real Jaén en un escenario en el que los albiazules alcanzaron el ascenso en la temporada 94-95 pese a salir derrotados. Volvía el Alavés a su ciudad talismán. Donde abrió el camino que le llevó a Segunda hace doce meses después de un empate que supo a gloria. Regresaba el Alavés al mismo estadio para disputar un partido dramático con la imperiosa necesidad de obtener lo que no había sabido (aunque tampoco había existido el apremio de ayer) conseguir anteriormente: una victoria. Y el triunfo llegó. Llegó al final, muy al final (para no dar ninguna opción al rival), pero llegó.

Donde en otras ocasiones hubo felicidad y se había celebrado el ascenso, o un buen resultado para el encuentro de vuelta, ayer nuevamente, y sobre el mismo césped, las caras de los jugadores albiazules rebosaban una alegría inmensa por el éxito obtenido en el último suspiro. Una vez conocidos los resultados que les daban el derecho de seguir un año más en el mundo profesional, los alavesistas parecían poseídos por un cuerpo endemoniado que no les permitía estar un segundo quietos. ¿Habían merecido ganar o perder? Qué más daba. Hablar de méritos en un encuentro tan poco vistoso y sin apenas juego, con excesivo nerviosismo por ambas partes, es demasiado atrevido. Ganó el que metió el último gol en un dramático final de toma y daca? y punto. O, mejor dicho, tres puntos; los que le daban la salvación. Ayer, más que nunca, importaba más el qué que el cómo. No nos servía quedarnos con la sensación de que habían merecido más sino que había que lograr la victoria de cualquier forma.

Y las ilusiones de los centenares de aficionados albiazules, que habían hecho el tremendo esfuerzo de estar con ellos en un momento tan importante, no les iban a la zaga. Más aún cuando la salvación era ya un hecho consumado. Porque hasta ese momento, cuando eran los andaluces los que se libraban, no les llegaba la camisa al cuello. La alegría iba por barrios alternativamente. La fiesta siguió durante muchos minutos en el propio estadio. Pero ¡ojo! Seamos conscientes de que las ilusiones no se basan en la realidad. Son fruto de nuestra imaginación. Aunque, a veces, como ayer, se hacen tangibles. Vamos. Un milagro. Ahora bien, no pidamos peras al olmo. Si durante una gran parte de la temporada hemos visto a un equipo desangelado que no ha creído en sí mismo, cuando una simple brisa se convertía en huracán, no vamos a venderlos ahora como los mejores del mundo. Por mucha alegría que nos invada el cuerpo. Y por mucho que los numerosos albiazules aglutinados en la tribuna del estadio jiennense así lo creyeran después de la angustia sufrida.

Los sueños por construir un nuevo equipo que entusiasme y que llegue a protagonizar grandes historias como antaño tienen que comenzar ya. A pesar del objetivo conseguido, hay responsables del retroceso apuntado en esta temporada. Es hora de hacer examen de conciencia y admitir errores para no tener que volver a pasar por la misma angustia de ayer.