montecampione - "Nadie", dice Evans tras otro día de sufrimiento en la montaña, tras otra defensa abnegada, otro ejercicio agonístico, de su segunda plaza, del podio, de sus, quién sabe qué deparará la última semana de tortura, opciones para ganar el Giro; "nadie se esperaba un Giro tan cerrado". Entre Urán, líder desde la crono y sufridor en el viaje por los Alpes, y Pozzovivo, sexto, hay menos de tres minutos de diferencia. En ese paréntesis está el ganador de la carrera. Seis aspirantes a cinco días -hoy es la tercera y última jornada de descanso- de que todo acabe en el Zoncolan de los que la primera mitad, Urán, Evans y Majka, se atrinchera en el podio mientras la otra mitad, Aru, Quintana y Pozzovivo, le acosa en la montaña.

Para librarse del asedio, como la vaca espanta a las moscas con el rabo, Urán, que corre con la misma calma con la que habla de que nada cambian unos segundos perdidos en Oropa, hizo cimbrear su Specialized negra para subirse a la sombra del francés Pierre Rolland, uno de piernas albinas y huesudas que parece que se van a partir de tanto desarrollo que arrastra como arrastraba al líder en su ataque a unos cinco kilómetros de Montecampione. Evans fue el primero en aceptar el órdago de Urán. Y el primero en bajarse de ese ritmo al que le costó adaptarse a Quintana. Cuando llegó el colombiano del Movistar, Rolland detuvo su ofensiva. Bandera blanca. La tregua dio oxígeno a Evans, que regresó al lado de los escaladores, de los dos colombianos, de Pozzovivo, de Rolland, de Majka o Pellizotti. Volvieron las miradas. Y los ruegos de Rolland al líder para que le dejase marchar en busca de la etapa. Recibió, al parecer, ese visado que le selló Urán. Nadie respondió a su segundo ataque.

A Aru, 23 años, un chico de Cerdeña, isleño como Nibali, peculiar en el carácter, emigrante forzosamente para aprender y desempeñar el duro oficio de la bicicleta, le empezaba a embargar la emoción. "Me sentía muy bien al subir con gente como Quintana y Urán. Se me erizaban los pelos", contó luego. Tanto sentimiento no cabe en un cuerpo tan delgado. Lo tuvo que echar. Explotó. Se lanzó a tres kilómetros de meta y contestado por Urán de nuevo, no se sentó, el desarrollo durísimo, pura fuerza, un volcán, hasta que el líder se rindió y le dejó marchar. En ese vuelo, Aru, el aleteo poderoso de sus piernas, se tragó a Rolland y siguió solo en busca de la cima de Montecampione.

A su espalda se quedó Urán, sorprendido por la fortaleza del italiano, pero no desbordado ni asfixiado. "Tenía que mantener siempre mi ritmo". La calculadora. En sus números tampoco entraba seguir la rueda de Quintana, que sufre con la tos y las secuelas de las caídas, pero cada día se ve mejor, sigue remontando hacia el podio y en el estirón que dio en los últimos dos kilómetros le dio para rascarle otros 20 segundos a Urán, que no se inmuta, asegura que sabe lo que hace, que conoce el camino para ganar el Giro, y se felicita por el medio minuto que le endosa a Evans, que se resiste a envejecer, y que le hacen más líder, aunque sepa que camina por un desfiladero.