vitoria - Aunque al principio le pareció una "chaladura", enseguida vio Juan Celaya el transfondo social y "de país" de aquella expedición, que no dudó en apoyar económica y materialmente. El proyecto contó con casi 15 millones de la época y se gestionó desde unos locales que cedió en Cegasa.
¿Cómo recuerda aquellos días?
-Fue una aventura muy bonita de la que guardo un gran recuerdo, y creo que todo el pueblo vasco lo asumió también como suyo, lo vivió todo con mucha intensidad.
¿Por qué apoyó la expedición?
- Porque soy de aquí, los integrantes eran de aquí y porque me parecía una hazaña muy deseada. Ascender a un Everest era un acontecimiento de primer orden mundial, y me enorgullecía mucho poder ayudarlo. Me hacía sentir, y me hace aún hoy, muy feliz.
Faltó muy poco...
-Sí, una pena. Me produjo cierta tristeza al principio, como a todos supongo, pero luego lo pusimos en valor y fue algo fantástico. Mi preocupación siempre fue que no quedara allí nadie, así que al regreso me puse contento. El riesgo era muy grande, pero al final vinieron todos.
¿El proyecto fue un fracaso?
-No, no, en absoluto. Hicieron lo posible y hubo que aceptar que el riesgo tenía un límite, nada más. Nadie se sintió fracasado, quizá apenados, pero nunca abatidos. Cuando subieron seis años después supongo que se les pasaría...
Desde el plano comercial, al menos la publicidad sería buena para Tximist...
-Vino bien pero nunca hubo una valoración comercial. Fue una apuesta que hice de país, algo personal, no comercial. Los hombres no eran profesionales pero casi, y nadie se llevó nunca un céntimo ni lo pidió ni lo pensó siquiera. Fue una pureza al 100%. Nadie fue con la intencionalidad de sacar un beneficio económico.
¿Si volviera a empezar, repetiría?
-Sí, no dudaría. Me siento muy feliz de haber ayudado y del comportamiento que tuvieron todos los montañeros, a los que me une una gran amistad.