Fue Alfredo di Stéfano quien dijo aquello de que "las finales no se juegan? se ganan". Y es que lo contrario es como llegar a la orilla y ahogarse por no tener ese impulso final. También hay otra forma de hablar sobre las finales: "si no ganas no te preocupes; hasta aquí sólo llegan dos". Son formas de ver la vida, aunque Di Stéfano sólo tuviera una.
Da la impresión de que Roland Garros va a ser como una final para Rafa Nadal. Ya nadie piensa que el mallorquín es imbatible, se hacen cábalas y se duda sobre cuánto va a durar ahí arriba. Y para estar ahí arriba no vale con hacer un buen torneo: hay que ganarlo. El verdadero test de Nadal no va a ser el show-torneo de Madrid. La prueba del algodón la va a pasar, sin ninguna duda, en París. Ahí es donde Rafa ha triunfado, donde se siente bien y donde demuestra al resto de los mortales lo que sabe hacer. Sin querer ser como muchos periodistas, entrenadores, ciudadanos, aficionados y agoreros en general que nos rodean y que sólo contemplan en el deporte la gloria o el fracaso, uno piensa que si Nadal no triunfa en París ya no volverá a hacerlo. No hay nada que lo demuestre, pero el desgaste del campeón español es evidente; aunque, también hay que decirlo, sólo los de su entorno saben con exactitud en qué momento se encuentra y si tiene fuerzas para seguir al ritmo de estos últimos diez años. De cualquier forma, esto no tiene buena pinta porque antes las derrotas se basaban en lesiones, algo contra lo que no se puede luchar; pero es que ahora el motivo, según parece, es la concentración, y eso ya no huele bien.
Si algo distinto va a tener este año Roland Garros es la incertidumbre. Ya no hay valores seguros y eso es bueno para cualquier competición, para seguirla, para verla o para vivirla. Por eso, habrá que acordarse de Di Stéfano cuando el torneo de París eche a andar y veamos a Nadal sufrir o no, jugar bien o no, disfrutar de su tenis o no. Aunque lo mejor sería no acordarnos del argentino, que ya tiene bastante con su equipo blanco.