Fulminó la sonrisa de Abel Barriola (Leitza, 18-V-1978) el horizonte partido del frontón Bizkaia y rápidamente se vino al suelo, a saborear cada centímetro de una victoria que se paladea, según cuenta el navarro, como un "broche de oro a una vida en la pelota". Después de un pelotazo de Aretxabaleta que murió en el colchón las circunstancias se precipitaron de golpe, como casi todo lo que viene en la vida, y Abel cayó al suelo. Más tarde, el abrazo con Juan Martínez de Irujo duró un instante que parecieron siglos. En la fusión parecieron encontrarse sensaciones enconadas desde hacía tiempo y que habían amanecido de repente por la situación. La tensión de la propia final, los problemas de Irujo en la zurda en las últimas semanas, los dolores en la derecha de Abel en anteriores fases del Parejas, el campeonato de 2012 en el que la suerte les arrebató la vitola de dueto líder sin entrar siquiera en semifinales, las ganas de Juan de ganarle a Olaizola una final y algo parecido a la necesidad de Abel de coronarse. Fue un segundo. Fue una historia. Fueron dos vidas. Y el mundo, a su alrededor se derramaba. Le daba la historia una bienvenida a Barriola y una pluma de oro para firmar en su lomo, tal y como ya hicieron en su día Julián Retegi, Fernando Arretxe, Juan Martínez de Irujo y Aimar Olaizola. Una sensación parecida a la de alcanzar la meta tras una maratón. "La sensación tiene que ser parecida", dice el enorme zaguero de Leitza, quien apostilla que "son años de trabajo, pero no solo míos, es de todos los pelotaris. Al final, esto es una carrera de fondo. Hay un campeonato, luego viene otro y en todas quieres estar lo más arriba posible. Cuando ese trabajo tiene su premio, te llevas una satisfacción enorme".

A las puertas de un club selecto, Barriola llevaba doce años. "La sensación que tuve al acabar el partido fue que la última txapela la había conseguido hace doce años. Gané mis dos primeras finales

y después llegué a ocho más y nunca me había calado otra. Llegar a una final y ganarla doce años después es una alegría inmensa y, aparte de eso, para mí es como poner un broche de oro a una carrera dedicada a la pelota. Ganar el Cuatro y Medio, ganar el Manomanista y ganar el Parejas es cerrar un círculo que te da cierta tranquilidad. Es un broche de oro", confiesa el guardaespaldas navarro. Todo corazón, las embestidas del destino forjaron en hierro el alma de Abel, héroe en los cuadros traseros, regalándole algo más que la redención o la paz, regalándole un partido increíble, la txapela y el cariño de un público que se entregó a él. "Todavía estoy contentísimo. Supercontento. Hoy cuando me he levantado mejor no podía ser la situación. Es una dosis de moral muy importante. Todo el día lo estoy disfrutando, lo estoy pasando bien", comenta el pelotari, quien agrega que "soy el quinto pelotari que consigue las tres txapelas y, viendo los nombres de ese pequeño club, es todo un honor estar ahí. Al final, es complicado ser competitivo en todas las competiciones y, llevarte las tres txapelas, es algo que se merece disfrutar y celebrarlo. Al final, tanto Juan como Aimar son pelotaris históricos, lo que están haciendo es increíble. Ellos están en todas las finales, aunque también les cuesta. Es increíble el nivel que dan en todo el año. Yo en otro nivel he conseguido esas tres txapelas y estar en ese club, estar con Retegi y una referencia como ha sido Arretxe es un lujo".

Asimismo, en su sonrisa que partió el frontón se adivinaron las aristas de dieciséis años cumpliendo a rajatabla con un trabajo que ha tenido sus altos y sus bajos. "Me alegré mucho también porque un pelotari siempre tiene a gente que le sigue durante años, ganes o pierdas, y siempre van a todos los sitios, hacen esfuerzos en las finales y eso es un trabajo. Te sientes en deuda con ellos porque lo dan todo a cambio de nada y tú solo lo que puedes hacer es intentar estar arriba y que se lleven una satisfacción de las grandes. Me alegré por la gente del pueblo, por la gente que me ha ayudado", sostiene el leitzarra ya agrega que "las palabras de ánimo son cosas que se agradecen toda la vida. Te ayudan a seguir para adelante. Tengo que dar gracias a mucha gente. En toda mi carrera ha habido muchas palabras de ánimo y he tenido la suerte de tener los amigos que tengo, la familia que tengo y en el frontón todos los pelotaris sentimos el calor de la gente. Si hubo gente que se alegró por la txapela, me alegro mucho por ellos también".

El trabajo bien hecho "Cada vez ves las cosas más complicadas. Es ley de vida. Te vas haciendo veterano y la gente viene pegando fuerte. Cuando llegas a ocho finales y no consigues una txapela empiezas a pensar si va a haber otra oportunidad. Esas dudas sí que tienes, pero no puedes tener siempre eso en la cabeza porque no vives. Hay que centrarse en el día a día y lo que tenga que venir vendrá porque ha habido pelotaris que han trabajado más que yo y no han tenido siquiera esta suerte", manifiesta. No obstante, después de trabajar como "una maratón", este triunfo supone "una dosis de moral".

"Esta txapela es cerrar un círculo. Aun así, perdiendo hubiera estado satisfecho, pero sí suponía cerrar ese círculo y quedarse con la sensación del trabajo hecho. De aquí en adelante, los años van pasando y no sé si es que aprendes con la veteranía, pero me pongo objetivos cortos, de mirar cerca, de pensar en el campeonato siguiente. La txapela es una dosis de moral y una forma de superarme". Así, sin poder respirar, hoy estará en la presentación del Manomanista. Ayer, mientras tanto, aprovechó el sol de Leitza para pasear por el monte. El futuro ya llegará