SHANGHAI - Las piedras, sólidas, impenetrables, son fronteras en el mapa, barreras, acotadoras, como los más de 8.800 kilómetros de rocas alzadas por la dinastía Qin para defender hace más de dos milenios a China de los invasores nómadas mongoles y manchurianos. Un ejercicio megalómano para la defensa y de paso, para la ostentación ante los ojos del mundo. En ese mismo escenario, en el marco del Gran Premio de China, con semejantes intenciones, Lewis Hamilton levantó ayer su particular muralla, la del cada vez más extenso territorio del imperio del equipo Mercedes. Añadió otro cúmulo de piedras delimitadoras, protectoras, intimidatorias. La fortificación ya es tremenda, escandalosa, pues el equipo germano se ha llevado la victoria en las cuatro carreras disputadas y solo ha dejado escapar el doblete en la prueba inaugural, Australia, por un fallo mecánico en el monoplaza de Hamilton. Precisamente el inglés rubricó el cuarto triunfo de su escudería, su tercero particular. Lo brindó como prolongación de los dos anteriores, de forma seguida, lo que no había logrado en su carrera deportiva.
Superadas cuatro pruebas, Mercedes, que en China rubricó su tercer doblete, no ha cedido el liderato en ninguna de las 227 vueltas completadas hasta la fecha. Para encontrar una superioridad mayor habría que remontarse a 1992, cuando Williams lideró las cinco primeras carreras y 70 vueltas de la sexta. La fábrica alemana ya casi triplica a sus rivales en la liza por el Mundial de Constructores (154 puntos ante los 57 de Red Bull o los 54 de Force India); en la clasificación de pilotos la situación no es alentadora para quien su oficina no es el garaje alemán: Rosberg manda con 79 unidades y augurios de fugacidad por su rol de escudero; Hamilton arma el fratricidio desde la cota de los 75 puntos; Alonso contempla el jolgorio de Mercedes desde las faldas de los 41, preocupantemente distanciado, muy a pesar de que el asturiano brilló en el circuito de Shanghai con su mejor resultado del año, su primer podio, subido al tercer escalón. Un agridulce regusto sin embargo.
Decía Alonso que para la cita china la situación de Ferrari mejoraría. Parecía encontrarse ante un nuevo mundo. El resultado lo fue, el mejor del año para la Scuderia, pero las diferencias siguen siendo abrumadoras. Más allá de la evidente distancia temporal, de 27 segundos con la cabeza de carrera, Mercedes aún guarda un as bajo la manga, que es la entrega máxima de su potencial; ayer, como viene haciendo, venció con el coche que menos combustible consumió, economizando con el mapa de ahorro. Solo una certera decisión acompasada por su destreza y el riesgo asumido, un cúmulo aplicado en la salida de la carrera, le concedieron a Alonso esperanzas de firmar una actuación destacada. El riesgo, de hecho, fue máximo, pues llegó a impactar lateralmente con el Williams de Massa en la recta de meta, pero el asturiano pudo proseguir sin percances.
Desde los albores de la carrera mandaba el poleman Hamilton sin competencia, perseguido por Sebastian Vettel, a quien Alonso pronto doblegaría para ascender hasta la segunda plaza una vez dejada atrás la quinta pintura de la parrilla de salida. Tras ellos, Rosberg, lanzado desde la cuarta posición de partida, fallaba cayendo al séptimo lugar. Desde allí comenzaría su remontada y la sujeción de su liderato. Ello sin las referencias telemétricas. Su coche rodaba desconectado a su garaje. Sin control.
El adelantamiento de Alonso sobre Vettel sucedió en el pasillo de boxes, propiciado por el primer cambio de neumáticos, en el abrazo número 13 de los 56 previstos al trazado chino. Rosberg, en barrena hacia las plazas de podio, hizo lo propio seguido. Se libró de Vettel y pisó el cajón de manera provisional. La situación de carrera dejó así un regalo para el espectador, el duelo fraternal que también se vive en Red Bull en busca de la jerarquía que el novato le discute al tetracampeón mundial. Daniel Ricciardo se colocaba a rueda de Vettel con un ritmo notablemente superior. La lucha por la cuarta posición cobraba vida. Entonces las instrucciones de equipo se olvidaron de galones. La radio del equipo austríaco primó al ritmo del piloto australiano, que rebasó sin oposición al vigente campeón alemán. "Mantente en pista", rogaban después a Vettel, quien a la postre aseguró verbalmente que no contaba con problemas mecánicos, aunque sí los transmitió en pista. Así, Ricciardo firmó su tercera victoria dentro de su equipo -aunque en Melbourne fue sancionado-. Ganó crédito.
Susto y adiós Hamilton, aislado, sin tensión, mantenido en pista innecesariamente con unas gomas con exceso de desgaste, se fue largo en una curva del giro 17 y el susto fue la lápida para la incertidumbre. El inglés se aplicó, su equipo desterró riesgos y la paciencia trajo consigo la victoria. La incertidumbre quedó relegada a las posibilidades de Rosberg y las de Ricciardo, ambos tras un Alonso armado en la defensa, peleando contra el crono para cuadrar tiempos que le subiesen al podio, optando a ser tercero e incluso segundo -Ferrari adelantó su segunda visita a boxes confiando en esto último-. No obstante, cedió ante un innegociable Rosberg y luego gestionó ante Ricciardo una ventaja que descendía como rapela un escalador. Si bien, desde la lejanía del dúo de Mercedes, ante su gran muralla, Alonso conservó con grata sorpresa el tercer puesto.