dos más dos no suman necesariamente cuatro. No al menos allí arriba, en las alturas, en las montañas. Allí donde el oxígeno escasea, las leyes matemáticas, imperturbables, ceden como pulmones que se ahogan en la quemazón de la ausencia de aire. "En altura, dos más dos no son siempre cuatro", advierte José Luis Algarra, experto, estudioso, descriptor y prescriptor del entrenamiento en altitud. "Nosotros lo hicimos para preparar el mundial junior de Quito que se disputaba a 2.500 metros de altitud. Miguel Morrás fue el campeón junior. Para preparar la prueba hicimos una concentración en altura, a 3.500 metros, durante 21 días", rememora José Luis Algarra de aquel lejano 1994. Hacia esa rampa de despegue han acudido Alberto Contador, Purito Rodríguez, los talentos del Sky o las piedras preciosas del Movistar. El Teide, la cumbre del volcán, es el Cabo Cañaveral del ciclismo en estos días. El lugar desde el que alcanzar las estrellas, que en la competición se traducen en victorias, ramos de flores, besos y descorche de champán. En definitiva, en un mejor rendimiento en carrera.

El método de agarrarse al techo, al tesoro de las cumbres para pedalear más rápido sobre la brea no es nuevo. Su primera gran llamarada se expandió como el queroseno durante los Juegos Olímpicos de México, celebrados a más de 2.000 metros de altura sobre el nivel del mar. Esa particularidad obligó a los atletas a un periodo de aclimatación al medio para poder competir en un ecosistema más corto de oxígeno. La huella de México aún perdura y últimamente el efecto llamada de la preparación en altura está adquiriendo rango de categoría entre los jerarcas del pelotón, dispuestos a ganar segundos, resistencia, capacidad agonística, caminando por el cielo, el granero de la temporada, el lugar en el que iniciar la metamorfosis para después expresarse en plenitud metros más abajo. Aunque no existe una esquema único para llevar a cabo la preparación en altura, ésta habitualmente se desarrolla en cotas que van desde los 1.800 a los 2.500 metros de altitud durante periodos de entrenamientos de tres semanas, aunque los hay que prefieren estancias más cortas, de dos semanas. El modelo de tres semanas establece un calendario de 5-6 días de preadaptación, una semana de trabajo, cinco días de recuperación y una última fase en la que se desciende 5 o 6 días antes de competir. Sin embargo, estos parámetros son moldeables y pueden cambiar dependiendo del ciclista y su plan de entrenamiento.

Estado de hipoxia Para entender los efectos que los corredores pretenden en sus estancias en altura, es obligatorio reflejar los cambios que sacuden al organismo de los ciclistas que se prepara en cotas altas, donde todo cuesta más esfuerzo. "La persona que sube a cierta altura se encuentra en estado de hipoxia. Digamos que nos encontramos con menos oxígeno. De esta manera, a medida que subimos, se reduce la presión parcial de oxígeno (PO2) y para contrarrestar ese efecto, tendemos a aumentar el ritmo cardiaco", describe José Luis Algarra. El organismo, camaleónico, se adapta al nuevo medio. Para ello dispone de un arsenal de herramientas para acondicionarse al nuevo hábitat. Este acondicionamiento se esquematiza en un aumento del hematocrito. "No existe un valor medio de ganancia en cuanto al hematocrito. Se han obtenido valores diferentes en diferentes corredores. A veces hemos observado mejoras de alrededor de 2-4 puntos, pero esto no es ley", certifica el experto. El aumento de la eritoproyetina (EPO) endógena, la estimulación de glóbulos rojos y reticulitos, la disminución del gasto cardiaco, el aumento del consumo máximo de oxígeno (VO2max) y mejoras en los metabolismos glucolítico y oxidativo son las respuestas del organismo. "En definitiva, con estas concentraciones se busca ganar en resistencia cuando se compite abajo", subraya José Luis Algarra. Ocurre que al nivel del mar dos más dos tampoco son, necesariamente, cuatro.

No es la panacea "Hay que dejar claro que el entrenamiento en altitud no es la panacea como creen algunos. A todos no les da el mismo resultado porque existen muchas variables a tener en cuenta, cada cuerpo reacciona de forma diferente frente a la preparación en altitud, aunque sí se ha comprobado que alguien que ha entrenado en altura luego se ha adaptado mejor cuando vuelve a hacer una concentración. El cuerpo tiene memoria", diserta Algarra, que trata de aligerar el peso, casi mítico, legendario, que soporta la fórmula, como si ésta se tratara de una verdad irrefutable o un axioma imbatible. La experiencia, en algunos casos, debilita el tótem que ha construido la literatura científica sobre el fenómeno. "De hecho, a los jóvenes la preparación en altura, cuando se utiliza de manera repetitiva durante la temporada no siempre les suele ir bien, a veces, les deja tocados y decae su rendimiento cuando luego tienen que competir". Sobre ese hilo argumental cuenta el preparador la experiencia desarrollada por técnicos franceses para calibrar el alcance real de la preparación en altura. "Los franceses hicieron dos grupos de corredores cada uno. Diez de ellos entrenaron en altitud y otros diez lo hicieron al nivel del mar. Pues bien, apenas hubo diferencias significativas entre el rendimiento posterior de ambos grupos". Por eso, los investigadores hablan de dos grupos de ciclistas: los responders y no responders. Los primeros asimilan la carga recibida durante las concentraciones en altitud y obtienen beneficios cuantificables de la metodología; los segundos, por contra no son capaces de digerir la preparación en altura y observan como su rendimiento empeora.

"Vivir arriba, entrenar abajo" Ante resultados no deseados en la preparación en altura, algunos preparadores entienden que el estado de hipoxia impedía un entrenamiento más intenso y por eso idearon una propuesta basada en la combinación de estancia en altitud (hipoxia) junto con entrenamientos a nivel del mar (normoxia), lo que se ha venido a denominar "Living high, training low o lo que es lo mismo 'Vivir arriba, entrenar abajo", explica José Luis Algarra. De la altitud (hipoxia) se intenta mejorar los parámetros sanguíneos, capilares, enzimas, factores de crecimiento, mientras que del nivel del mar (normoxia) se intenta mantener la capacidad de entrenamiento, con lo que el sistema neuro-muscular estimulado al máximo. "Con esta nueva propuesta se han objetivado mejoras significativas del rendimiento físico tras la vuelta a nivel del mar, en comparación a un grupo control que ha realizado el mismo programa de entrenamiento y ha vivido a nivel del mar durante la experimentación", refleja el experto.

En el ciclismo, deporte pegado inexorablemente al sufrimiento corporal y del mismo modo atado la transpiración de la dureza mental, al aliento de la supervivencia, la ecuación sobre el rendimiento no se resuelve con un simple apretón de manos entre una tipología de entrenamiento y su respuesta fisiológica. Es algo más complejo que una relación causa-efecto. Así lo entiende al menos José Luis Algarra. Estima el preparador que el beneficio de las estancias en altura cabalga más allá del radio de acción de los parámetros físicos, cuantificables en tablas de Excel. "En este tipo de preparación está muy presente la cuestión mental" porque durante las concentraciones "la cabeza está centrada en esa tarea exclusivamente", al igual que los horarios, el masaje, las comidas o la disciplina. "Esa conjunción de elementos, esa rutina de entrenamientos, se puede comparar con las horas de estudio antes de un examen. El de la preparación en altura es un tiempo dedicado al estudio y la competición es el examen. Si has estudiado bien, lo más probable es que hagas un buen examen, que te sepas la lección de carrerilla", analiza Algarra, que opina que "en estos entrenamientos se intenta ofrecer al ciclista las herramientas precisas para enfocar la diferentes situaciones que se pueden dar en carrera".

Eso es lo que dice la teoría, pero la tozudez de la realidad se impone en no pocas ocasiones el gran componente mental que exige. "Existe también un elemento de estrés y por eso las estancias deben estar medidas", dice Algarra. No todos soportan ese sobre esfuerzo que requiere el entrenamiento en altitud, donde el empeño se multiplica por las propias características del medio, donde todo cuesta más. En ese bosque de circunstancias poco favorables, en las que el cuerpo, estrangulado el oxígeno, tiene que pelear contra la conjunción de los elementos "tratar de obtener más de dos picos de forma en un año es muy difícil por el estrés que supone para el ciclista", revela José Luis Algarra. Tal vez por eso algunos ciclistas miran hacia los simuladores de altura, dispositivos que intentar replicar las condiciones que se encuentran en las cumbres para entrenar. Los artilugios, más o menos sofisticados, tratan de acercar las montañas a la sala de estar o a la habitación mediante cámaras presurizadas, mediante la dilución del aire con nitrógeno o mediante la extracción del oxígeno del aire. "Los hay que duermen en cámaras hipobáricas para mejorar su rendimiento, para simular las condiciones que tienen en las alturas y luego entrenar a nivel del mar". Aquí, como en la montaña, dos más dos tampoco son cuatro.